Un grupo de alrededor de 300 estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) solicitan a las autoridades locales que los consideren personal esencial de salud y los incluyan en el plan de vacunación contra el coronavirus.
Se trata de jóvenes que se encuentran realizando las prácticas clínicas -comúnmente llamadas “rotaciones”- en distintos hospitales y Centros de Atención Primaria de la Salud (CAPS) de toda la provincia.
Al igual que un sanitarista profesional, los alumnos están continuamente expuestos a contraer coronavirus, pero hay un elemento que agrava la incertidumbre y el temor: nadie les garantiza que serán inoculados.
Según describen, ante la indiferencia de un sistema que debería apoyarlos, decidieron alzar la voz y masificar su pedido.
“Queremos continuar con las clases y los rotatorios, pero siempre teniendo en cuenta que, tanto la universidad como las entidades de salud donde continuamente asistimos, nos consideren personal esencial y nos puedan vacunar”, indicó Micaela Fernández a LA GACETA.com.
La joven, de 26 años, es una de las estudiantes que brinda servicios de salud y contención a los cientos de tucumanos que requieren asistencia, a diario, en la provincia.
“La práctica (rotación) implica que trabajemos en los CAPS, consultorios externos, hospitales, sala o guardias. Allí, estamos constantemente en contacto con pacientes enfermos o familiares de los mismos, quienes también están en contacto con el virus”, agrega.
Además, Fernández explica que, en general, el testeo al paciente se realiza luego del primer contacto médico. “Nos llegan pacientes con sospecha de covid, pero el problema es que el testeo se hace mucho después de haberlo atendido, es decir, yo ya recibí al paciente, escuché su relato sobre la enfermedad y le realicé el examen físico pertinente, todo eso sucede antes de tener el resultado de la prueba”.
“La diferencia entre la población general y nosotros es que, por este rol, debemos tratar al paciente sin ningún tipo de protección. Ni los hospitales, ni la facultad nos proveen los equipos adecuados para poder trabajar”, señala.
Por su parte, Agustina Mendía, quien transita la misma situación, coincide: “a diario recibimos pacientes que ingresan al hospital por otras urgencias, por protocolo siempre le realizamos el hisopado nasofaríngeo para comprobar si el paciente es positivo y, en muchos casos si tienen la enfermedad. Esto demuestra que todo el tiempo estamos expuestos porque, aunque se efectúa el test, nosotros ya recibimos al paciente, hablamos con él y lo tratamos”.
Las jóvenes relatan que el grupo de rotantes realizó distintas gestiones con las autoridades universitarias y del Sistema Provincial de Salud (SIPROSA), pero ninguna surtió efecto.
“Tratamos de tramitar la vacunación a través del decanato, pero eso no prosperó. En marzo nos mandaron a hacer profilaxis con ivermectina, -cuando se sabe que no funciona- el SIPROSA nos las iba a proveer, pero tampoco nos la dieron”, recuerda Mendía.
Y agrega: “A partir de un episodio que vivió uno de los residentes el domingo con un paciente de covid, empezaron a proveernos de alcohol en gel, pero no nos proveen de absolutamente nada más”.
Un mensaje persiste: los estudiantes rechazan categóricamente suspender las prácticas. En su lugar, apelan a la conciencia de la administración vigente para acceder al plan de inoculación.
“No queremos que nos suspendan las guardias porque es donde nosotros aplicamos los conocimientos que aprendimos en todos estos años, aprendemos de los pacientes; de los doctores y enfermeros. Además, retribuimos a la comunidad porque somos estudiantes de la Universidad Nacional de Tucumán. Entonces, no nos molesta hacer este trabajo, sino el hecho que nos digan: ‘no sos prioridad, pero seguí haciendo guardias sin estar vacunado’”, concluye la ‘rotante’.
“Nos dijeron: ustedes no son prioridad; no son esenciales”
Los jóvenes advierten que, al no recibir los elementos de protección adecuados para tratar a los pacientes con coronavirus, deben proveerselos por sí mismos. En este sentido, señalan que armar un equipo óptimo para intentar aislarse de la enfermedad exige un gasto que varía entre los $3.600 y $5.300.
El kit debe incluir: camisolín, cofia y botines reutilizables; barbijo quirúrgico; mascarilla; guantes; máscara de protección facial y ocular; entre otros artículos.
“Pagamos de nuestros bolsillos el kit de protección y, considerando el hecho de que somos personas que dependen estrictamente de sus padres, todo se complica aún más”, subraya Fiorella Vicente y agrega: “Nuestro mayor pedido es que nos consideren prioridad como futuros médicos, estamos dispuestos y queremos continuar con nuestras prácticas para ayudar en el actual contexto de pandemia, pero se nos expone, tanto a nosotros, como a nuestras familias. Es injusto que entidades como las privadas continúen y les contemplen la situación y no a nosotros que seguimos apostando por la educación pública”.
"Necesitamos trabajar"
Las dilaciones en el cronograma de actividades se traducen en una dificultad más: no poder terminar con el ciclo para realizar una residencia y trabajar.
“Estamos transitando la Unidad de Practica Final Obligatoria (UPFO) y, a diferencia de otras universidades, tenemos un año adicional. Entonces, son dos años, que si no estamos vacunados, y si nos vuelven a plantear –como el año pasado- suspenderlo, se terminan posponiendo la graduación y es tiempo que vamos a perder de hacer una residencia. El año pasado lo perdimos completamente, no pudimos rendir ni recibirnos. Después no van a haber médicos para que apliquen a una residencia tampoco”, relata Agustín Diez Ojeda.
“Necesitamos que nos vacunen. La solución no es que dejemos de realizar las prácticas porque nosotros, a fin de cuentas, vamos a terminar siendo personal de salud y vamos a seguir yendo un hospital el día mañana”, agrega el estudiante de 27 años.
Ojeda describe una sensación generalizada entre los ‘rotantes’: “Estamos hartos de perder tiempo, yo me recibía en abril del 2020, durante el año hacía la rotación y en diciembre de este año me recibía. Además tenia planeado entrar en una residencia en marzo, pero todo eso no va a suceder".
“Si el año pasado hubiéramos podido cursar, este año, entre octubre y diciembre se recibía toda nuestra camada, lo cual significaba que en 2022 íbamos a poder entrar en una residencia. Nada de eso pasó”, lamenta.
Asimismo, aclara que lo que trasciende al conflicto es la imposibilidad de concluir el ciclo universitario para finalmente autosustentarse. “Esto no se trata de un capricho ni se reduce a dos o tres meses más de espera, sino que no vamos a poder conseguir laburo ni entrar a una residencia. Además, convivimos con familia, no somos solo nosotros. Necesitamos entrar al mercado laboral”.
“Entiendo que el gobierno tiene que contemplar un montón de situaciones, pero estamos hablando de 300 vacunas que, si se las aplican, van a representar que nosotros podamos seguir en la carrera y que podamos colaborar en el sistema de salud”, considera.
Un pedido a la UNT: coherencia
Marco Loza reitera la solicitud de sus compañeros y sostiene: “Le pedimos (a la Universidad) organización y coherencia, apostamos a la educación pública, confiamos en ella, pero no hace otra cosa que perjudicarnos”.
En este sentido, el joven de 27 años, insiste: “necesitamos cursar, rendir y seguir contribuyendo al sistema de salud. El año pasado lo perdimos entero, y fue exclusivamente por una cuestión organizativa”.
“Como rotantes de medicina, diariamente vamos al hospital, hacemos trabajos de sala y de guardia, donde estamos en contacto con pacientes con coronavirus. Entendemos que es parte de nuestra formación, pero contribuimos y trabajamos en el sistema de salud, es ilógico no ser una prioridad en cuanto a la vacunación”, añade.
Finalmente, Loza remarca: “nuestra carrera es larga, perder tiempo es muy perjudicial para nosotros porque la salida laboral el dia de mañana también es complicada. Además, muchos chicos viven con sus familias, en teoría somos estudiantes, entonces el riesgo al contagio a terceros es alto”.