Hubo un tiempo en el que películas como “Titanic” ganaban el Oscar. ¿Volverán esas épocas en las que Hollywood se regodeaba premiándose a sí mismo, a su historia, a su esencia? Difícil. “Nomadland” es todo lo contrario, como “Parásitos” fue el año pasado todo lo contrario. Ese giro copernicano en la voluntad de la Academia es previo a la pandemia, aunque es cierto que el cierre de las salas, dispuesto por culpa del coronavirus, contribuyó a profundizarlo. Mientras difícilmente “Nomadland” hubiera estado postulada al galardón mayor hace no mucho, el domingo corría con ventaja. Su victoria no sorprendió a nadie.
La particularidad es que poca gente vio “Nomadland” en el mundo y casi nadie en la Argentina. Está disponible en Hulu, plataforma de streaming integrante del conglomerado Disney que no se expandió a América Latina. Así que el acceso al filme fue hasta aquí cosa de cinéfilos y de inquietos buceadores de Internet. En otras palabras: de uno u otro modo, ya sea por archivos compartidos o por streaming libre, en Tucumán y alrededores la opción para ver la mejor película del año (según Hollywood) pasa por la piratería. Es todo un símbolo del clima de época, de cómo se ha reconfigurado el mapa de los consumos culturales y del cine que se está produciendo.
“Nomadland” es casi un experimento etnográfico, depositado sobre los hombros de esa actriz portentosa que es Frances McDormand -cuyo tercer Oscar también estaba semicantado-. Ella camina el Medio Oeste estadounidense con los ojos bien abiertos, los oídos atentos y la boca cerrada. La rodean actores y actrices amateurs, como si fueran extras de un western de John Ford. El resto son paisajes interminables, silencios y la invitación a que el espectador descifre qué tan hondo puede calar una crisis económica y social en el corazón de un pueblo.
Es curioso que, en su espíritu de road movie, la película se confiese sin pretensiones, cuando a la vez, con toda la sutileza y la simpleza posibles, está indagando en esa intrincada materia llamada “ser nacional”. Y que una directora china sea la encargada de filmarlo le agrega mayor interés al combo.
Tampoco es que estemos ante una obra maestra. “Nomadland” no pretende serlo. Hubo ganadoras del Oscar que la superan (“Parásitos”, para no ir tan lejos), pero convengamos a la vez que es mucho mejor que bodrios espantosos que se alzaron con el premio (¿alguno peor que “Shakespeare enamorado?”). No hubiera sido un escándalo si el premio iba para “Mank”, que va mucho más allá del homenaje con su clasicismo tan disfrutable. También pudo ganar “Minari”, que es un filme honesto y emocionante. Mi favorita era “El sonido del metal”, que te parte el corazón y tiene un Riz Ahmed insuperable. En fin, como en toda premiación, la subjetividad gana la partida.
Fue toda una sorpresa que el premio a mejor película se anunciara antes que el de las actuaciones. Esa inversión de la prueba habla del movimiento de piezas que la Academia sigue ensayando para hacer de su gala mayor un espectáculo atractivo.
La televisación fue una delicia, en la que se notó la mano de Steven Soderbergh. Una estética elegante, precisa, con una cámara por momentos inquieta y siempre atinada, capaz de regalar varios planos desacostumbrados en esta clase de shows. El contenido, sin presentadores fijos, fue harina de otro costal. Para destacar: el discurso antiodio de Tyler Perry, merecidamente distinguido con el premio humanitario, y el segmento “adivine la canción”, con una Glenn Close desopilante. Todo delimitado por una tendencia que el Oscar inició hace unos años y en la que hace pie cada vez con mayor fuerza: el de la diversidad en postulados y premiados.
La conversación en redes pivoteó en el durante y el después de la ceremonia con una pregunta 1.000 veces formulada: ¿tal película está en Netflix? Y no, la mayoría de las postuladas flotan por otras plataformas de streaming. Empezando por “Nomadland”. ¿Qué viene entonces? ¿Encogerse de hombros y resignarse a ver sólo lo que Netflix ofrece, como les sucede a millones en Argentina y en el resto del mundo? Es un tema interesante, porque no sólo se refiere a qué vemos, cómo lo vemos y cuándo lo vemos.
Ecosistema
Uno de los grandes aciertos de Netflix, tal vez su mayor fortaleza, es la potencia de la marca. En Argentina -y en muchos otros países- no se habla de diversas plataformas. Directamente se dice Netflix, como si no hubiera nada por afuera. Y la realidad, reforzada por esta entrega número 93 del Oscar, demuestra lo contrario. Netflix es apenas un jugador, el más fuerte (aunque mes a mes Disney+ se le acerca y posiblemente en 2023 ya lo haya superado en cantidad de suscriptores), pero apenas uno más en el ecosistema de la industria. Cerrar los ojos al resto equivale, sencillamente, a perderse mucho de lo mejor. Como “Nomadland”.
Ojalá que el año próximo las películas postuladas al Oscar -y todos los premios que se entregan en galas y festivales- hayan pasado antes por su hábitat natural, que son las salas de cine. Habrá que ver cómo siguen la pandemia y los sistemas de vacunación. También esperamos ver “Nomadland” pronto en el cine. Más allá de esta conjetura, no parece haber vuelta atrás para esta corriente que les abrió la ventana de Hollywood a lenguajes, estéticas, temáticas y protagonistas que enriquecen y mejoran la oferta. Por ahí pasan las buenas noticias.