En 2011, la organización Wines of Argentina hizo una maniobra notable para continuar marcando la fortaleza del vino en nuestro país. Estableció el Malbec World Day, o Día Mundial del Malbec. Por un lado, plantó la bandera de la cepa emblema de estas latitudes y también salió a decir a todo el mundo “Argentina es malbec”. Diez años después, la cepa afianza su éxito comercial internacional con casi 129 millones de litros exportados en 2020 y es la variedad argentina más elegida en el mundo.

El malbec es entonces el vino argentino que más se exporta. ¿Y para adentro? También. Se trata de una de las variedades más difundidas y aceptadas por el público. Pero además, es la puerta de entrada para quienes tienen interés en explorar los interminables caminos del vino.

Por un lado, está el tema de la oferta apabullante de vinos malbec en nuestro país: en un vistazo rápido a una góndola de vinoteca o de supermercado, la gran mayoría de etiquetas llevarán el nombre de esa cepa. Pero, por el otro, están las características propias de esa variedad de vino que se ha vuelto el emblema del país: se enfoca más en los aromas frutales y florales. “Esas son las familias aromáticas más fáciles de percibir y de interpretar en el paladar, las menos complejas. Es por eso que el malbec es, sin duda, la puerta de entrada al mundo del vino”, plantea Facundo Ruiz, sommelier tucumano que, en épocas de no-pandemia, se dedica a organizar degustaciones, catas y otras actividades vinculadas a la enología.

En nuestro país hay casi 200.000 hectáreas cultivadas de vino. De esa superficie, el 58% son de variedades tintas. De ese total, la mayor porción (38.60%) corresponde al malbec y, en el total nacional, esa cepa ocupa el 22.39% superficie total cultivada en el país. La que sigue es la Cabernet, con un lejano 7.20% de la superficie total cultivada en el país

“Es lo que más se cultiva en la Argentina, más que una puerta de acceso es casi una puerta obligada a la cultura del vino. Pero además es la cepa más indicada para iniciarse porque cumple todos los requisitos para un paladar poco entrenado: muy floral, seductora, no es demasiado tánica ni demasiado ácida. En general, el vino malbec tiene una escala media en todas las características”, apunta Ruiz.

Latitud, altitud

El sommelier remarca que esa descripción se acomoda mejor a los malbec de la región de Luján de Cuyo, una suerte de “estándar” o punto cero para arrancar un viaje de exploración de las infinitas caras que puede presentar un malbec argentino. “Esta descripción de aromas más frutales y florales, fáciles de tomar, amable con el paladar, que no se enfoca en los aromas más complejos, se acomoda mejor a la zona mendocina de Luján de Cuyo. Pero subiendo en altura, en la misma Mendoza, tenés los malbec del Valle de Uco que ya son otra historia. Y así, lo mismo pasa subiendo y bajando en altitud y en latitud en todo el país”, describe

“En Mendoza se da muy bien, por supuesto, pero con el tiempo se fue descubriendo que la misma cepa adquiere características muy distintas a lo largo y a lo ancho del país. Hay malbec plantado desde la Patagonia hasta Jujuy y desde Mar del Plata hasta la cordillera”, destaca Fernanda Amado, responsable de una bodega familiar en Santa María, Catamarca, al sol de los Valles Calchaquíes.

“Lo que no se logra con latitud, se compensa con altura”, dice Ruiz, para explicar por qué es posible el cultivo de vides malbec en todo el país. Claro que en cada terruño, el resultado será distinto. “En los climas fríos, como en la Patagonia, la maduración es más lenta y eso consigue más una mayor cantidad de aromas. Viniendo más al norte, la altura es mayor, la uva sufre más el sol y da como resultado notas más especiadas, más acidez, tiene una mayor concentración de sabor y de color... son cosas que complejizan el vino, lo que lo hacen más apto para paladares más experimentados”, agrega.

La aventura del malbec

El malbec es la llave de arranque de la aventura del vino, pero sería preciso contar con una brújula, o una hoja de ruta, que oriente el camino que no es, en absoluto, lineal. El sommelier tucumano Facundo Ruiz plantea tomar este rumbo:

1. LUJÁN DE CUYO

Comenzar por un malbec de Luján de Cuyo, el “punto cero”. Es un vino sin demasiada complejidad, de muy fácil beber, donde predominan los aromas que mejor se perciben como los frutales (frutos rojos y negros) y los florales (violetas, principalmente). Es un vino amable al paladar poco experimentado y muy versátil.

2. PATAGONIA

Viaje al sur. Los vinos patagónicos son la segunda parada que propone Ruiz. La uva, por el frío, madura más lento y gana en azúcares y fenoles, ganando aromas y dulzor. Es un vino principalmente elegante, con menor complejidad que uno del norte, pero con más notas que uno de Luján de Cuyo.

3. VALLE DE UCO

Volver a Mendoza. No era lineal el viaje, dijimos. Lo que sigue es volver al reino de la vid, Mendoza, pero frenarse en el Valle de Uco. “Incrementa la altura y la exposición al sol, la uva se estresa más, y gana en aromas especiados, taninos, intensidad de color”, describe Ruiz.

4. VALLES CALCHAQUÍES

La furia del sol calchaquí. “La cereza del postre, lo mejor”, presume el sommelier, refiriéndose a los vinos del noroeste argentino. “Tenemos una latitud norte que no es muy favorable, en principio, pero que se contrarresta con la altura y la consecuente amplitud térmica: calor en el día, frío en la noche. Eso es necesario y positivo para la planta, porque le brinda más calidad a la uva. A su vez, la exposición a los rayos UV hacen que desarrolle una piel más gruesa, que concentra sabor, aromas y color. Por eso son vinos tan oscuros. También concentran ácidos que le dan calidad y longevidad al vino”, describe.