Un espejo. El medio ambiente semeja eso. Nos devuelve los qué, los cómo y los porqués de nuestra existencia, vivamos donde vivamos. Pero cuando no somos capaces (o no queremos) interpretar lo que vemos, todo se torna un espejismo.
Espejo y espejismo. Con la covid-19 cambiando hábitos y costumbres, ¿fue una ilusión o una imagen real la “vuelta a lo natural”? Se sostiene que hubo un respiro de algunos meses para el medio ambiente, que cambiaron cosas en nuestra relación con él. Que el encierro hizo que la gente valore lo verde y lo que contiene. Pero también ganó espacio con el paso de los meses la sensación de que el boom por cuidarlo quedó encadenado al regreso a nuestras obligaciones. Y a la reapertura de actividades. Que volvimos a las andanzas. En el mundo. En Argentina. En Tucumán. Pero, ¿fue así?
Está claro que un proceso de evolución, de búsqueda, de mejora en un tema tan sensible a nuestros intereses, no es un sencillo acto de abrir y cerrar los ojos. No es que un día somos un desastre; en otro tomamos conciencia, y al siguiente volvemos a caer. No. Es cierto que la pandemia permitió observar y analizar el impacto de la presencia humana en otros seres vivos, en el medio ambiente, en nosotros mismos. Fue (es) una oportunidad única. Pero en los grandes temas medioambientales la aguja casi que ni se movió. En los pequeños, los cotidianos, los que nos movilizan día a día, sí quedaron cosas. Y hay otras en proceso. Al menos, esa es la percepción.
Los especialistas afirman que hay consenso en que mantener los ecosistemas y otorgarles un pleno funcionamiento -lo que trae beneficios ambientales y de salud asociados- es una decisión que previene la aparición de nuevas pandemias. Entonces, el tema se torna una necesidad epidemiológica. Con ecosistemas sanos, todos estaremos sanos. Porque la salud es una. En el marco de ese consenso hay que gestionar el proceso, con políticas afines. Hay que poner en equilibrar los intereses. Hay que ser… humanos. Difícil, ¿no?
Fue tal el avance sobre la naturaleza, la modificación de los ambientes nativos y la transformación de tierras en recursos productivos -con explotación intensiva forestal, agrícola y ganadera, más la urbanización- que los cambios ya se han naturalizado. Ni qué decir de la ilegalidad de muchas de esas prácticas. Hoy, como está todo, al momento de invadir lo natural parece mejor pedir perdón (pagando una multa) que permiso. Tristísimo y obsceno. En Tucumán no estamos ajenos.
Hay entidades educativas de nivel superior, investigadores, organizaciones no gubernamentales, entes oficiales, empresas, que manifestaron sus preocupaciones ante el ecocidio y se ocuparon de evitarlo, mitigarlo, de crear conciencia, debatir. Cierto sector de la ciudadanía sabe qué está pasando y cuáles son las consecuencias. Entiende y ejecuta. Pero en lo particular estamos en problemas. Porque puede que, en las escuelas (con los chicos), o en los grupos ambientalistas (con los mayores), se inculque el cuidado del medio ambiente. Pero… Vayamos a lo “cotidiano”: sin o con pandemia, seguimos arrojando basura donde sea, seguimos dañando flora, fauna y recursos naturales, arrasamos los centros urbanos. Sucios, desconsiderados, irrespetuosos, inescrupulosos.
Vayamos a mayor escala “tucumana”: quema de pastizales y cañaverales, contaminación de cursos de agua, tala creciente, generación de basurales a cielo abierto, urbanizaciones irracionales. Ampliemos la escala con el feroz capitalismo y sus modos de producción sin ética y altamente contaminantes; la pésima distribución de las riquezas; los derrames de petróleo, el derroche del agua… En fin, una lista interminable.
Una buena manera, práctica y de rápida comprobación para saber si a nuestro alrededor hay un espejo, o se ve un espejismo, es acudir a los indicadores. Nos dicen qué nos quedó, qué nos quedará. Uno es que hay sectores de la población que se tornaron más responsables con la naturaleza. Salir a caminar, trasladarnos en bicicleta, fueron ordenadores para respetarla, para valorarla. Esto suma y genera una connotación positiva, contagiosa. Otro indicador es el interés en el arbolado urbano, como patrimonio de una ciudad por su impacto en lo ambiental, en la salud, como regulador térmico, como elemento para mejorar el aire que respiramos. El reciclado generó un hábito: están creciendo las zonas de ecocanje.
No hay que plantear un problema que nos involucra a todos desde la ingenuidad ni desde el desconocimiento, mucho menos desde el interés. Estamos a años luz de una situación óptima, pero no todo está mal. Lo sabemos: nos falta cultura, aprendizaje, entendimiento, comprensión con el medio ambiente. Quizás en eso descanse la percepción de espejismo. Pero hay síntomas de mejora, y eso es un espejo. Quién diría que este sería un lado amable de una pandemia que nos expuso como civilización y nos escrutó como especie.