1921. La alegría malambea en sus costillas. La sonrisa parece pintada en los bigotes. La felicidad es una chacarera que bombea en el pecho. “La sala se sintió sobrecogida. La primera sorpresa tornóse franca emoción. Las almas se estremecieron, irguiéronse las cabezas, abrillantáronse los ojos; los aplausos resonaron frenéticos, sin que cesaran ya de repetirse en otros números del singular espectáculo, sobre todo cuando se representaron los bailes regionales, de tanta variedad e intención; o cuando el señor Chazarreta mostróse gran virtuoso en la guitarra, o cuando, cerrando el espectáculo, se oyó una nueva vidala más intensa que la primera…” La emoción le tiembla en las manos, mientras lee una y otra vez la nota periodística.

Un recuerdo se abroquela inesperadamente en la ventana. Una zamba bosteza en los labios de la abuela en esa siesta santiagueña de 1905. “En el entrevero se alzó esta zamba, llevando en sus notas bríos al alba. Y el triunfo consiguieron los santiagueños y este cantar para eterna memoria, Zamba de Vargas siempre será...” El nieto le pide que la repita. En el patio de tierra ya se dibujan las escaramuzas de las huestes de Felipe Varela y Antonino Taboada. “‘Bravos santiagueños -dijo Taboada- vencer o la muerte, vuelvan su cara. Por la tierra querida, demos la vida para triunfar’. Y ahí nomás a la banda la vieja zamba mandó tocar”. Su corazón parpadea sentimientos y un horizonte criollo se le abre en la mirada. En ese momento, sabrá que su destino será recuperar la memoria del pueblo. Crea la Compañía de Arte Nativo un año después. Con sus 30 músicos y bailarines quiere conquistar el país con la música criolla que aún no era conocida con el nombre del británico folklore.

Alegrías y sinsabores. 1911. El gobierno santiagueño le niega el teatro 25 de Mayo para su espectáculo. “El Poder Ejecutivo de la Provincia no ha hecho lugar a la solicitud… manifestando que dicho coliseo está destinado para que actúen las compañías de primer orden solamente”, dice la crónica periodística de El Liberal. Pero no se achica y alquila la sala privada “Pasatiempo del Águila”; el público los abraza.

De cal y de arena

Ese mismo año, la pulseada contra la incomprensión oligárquica sufre otro revés en Tucumán. “Había contratado el teatro Belgrano para dar cuatro representaciones. En la primera función hubo un público numeroso, pero al dar la segunda se presentó el empresario Maza, quien me dijo que por orden del intendente, se me cerraban las puertas porque consideraba indecoroso que las botas sucias de mis paisanos pisaran las tablas del teatro”, cuenta. Pero dicen que no hay mal que por bien no venga. La reivindicación llega en 1916 de la mano del gobernador Ernesto Padilla, defensor de nuestras tradiciones, que lo invita a actuar en esta ciudad. Con “La randera tucumana” agradece ese gesto.

Rumores del sábado 29 de mayo de 1876: la luz santiagueña le sopla vida en el corazón. En la juventud oficia de maestro normal; ocupa luego distintos cargos en la administración provincial. La música se acuna en los bigotes. Los misterios del piano, la guitarra el acordeón, el mandolín y el violín enduendan su espíritu. Se hace docto en teoría y solfeo. “Enamorado de las costumbres de mi pueblo, cuando realizaba giras de inspección escolar allá por 1905, sentí la necesidad de pasar al pentagrama la música de tantos cantos y bailes que oía ejecutar a gente aborigen, con toda alma y sentimiento. Proseguí con mi trabajo, pero pensando que una recopilación folclórica no se hace sin conocer a fondo los motivos de los aires y sin vivir una vida intensamente provinciana”, dice.

La gran apuesta: conquistar Buenos Aires con el arte nativo. Con ilusiones y esperanza pisan el escenario del porteño teatro Politeama, en avenida Corrientes esquina Paraná, ese miércoles 16 de marzo. Se conforma con unas cuantas funciones; sin sospecharlo, 40 noches acogerán la música y la danza nativa.

Un trozo de vida

Vuelve a releer conmovido otro fragmento de “El coro de las selvas y montañas”: “…el conjunto folklórico organizado por Chazarreta con arduos afanes y sin apoyo oficial, es un trozo de la vida del interior transplantado a la ciudad cosmopolita. A fuerza de ser una cosa vernácula, resultará para muchos exótica; los que saben sentir, hallarán en ella la ingenua emoción del arte popular, que es como el canto del boyero o el aroma de las flores del aire; los que saben comprender, verán que aquella síntesis de música, baile y poesía… No es la creación artificial y subjetiva de un individuo de genio, sino el producto de la colaboración del artista con el pueblo. Y puesto que aspiramos a tener un arte glorioso, como signo eminente de nuestra nacionalidad, no olvidemos esa experiencia de todos los grandes pueblos, según la cual necesitamos conservar y elaborar el arte nativo para cuando haya de venir el genio creador que habrá de fecundarlo en la obra definitiva”, escribe Ricardo Rojas en el diario La Nación, del 18 de marzo.

Esa felicidad acompaña desde entonces su camino. “Llegó a Buenos Aires en el momento exacto, al seno mismo de todas las circunstancias propicias. Lo acogieron los más altos intelectuales, las clases medias y los grupos humildes. No fue el único promotor ni estuvo solo; pero si se mide la grandeza por la eficacia, don Andrés Chazarreta, modesto en todo, fue grande sin condiciones y la posteridad debe reconocerle el título de benemérito de la nacionalidad”, escribe Carlos Vega en “Apuntes para la historia del movimiento tradicionalista argentino”.

El mensaje

Más de 300 piezas y danzas olvidadas nutren sus alforjas recopiladoras. De su propia cosecha se anudan al tiempo la “Zamba de Vargas” -su primera recopilación-, “La Siete de Abril”, “Criollita santiagueña”, “La atamisqueña”, “Flor santiagueña”... En 1941 abre en la Capital Federal el Instituto de Folclore que desparrama sus brotes en 72 puntos del país. “Después vienen los que dicen: ‘tengo mi mensaje’ y han escrito dos zambas, una chacarera y una canción de protesta, y a eso le llaman ‘mensaje’. Eso es falso. Mensaje es una vida. Mensaje es Tagore; mensaje es Cristo, mensaje son 75 años de Chazarreta tocando danzas y nunca hablando de mensaje, pero lo dejó”, dice Atahualpa Yupanqui.

1960, abril 24. Un súbito luto de ponchos, botas y sombreros ensombrece la madrugada dominguera. Los bigotes del Patriarca del Folclore navegan ya entre gatos, rancheras, vidalas y chacareras entre las nubes santiagueñas, mientras las lágrimas de humildes paisanos mojan la tristeza.