En los 175 cuerpos que tiene la causa de la desaparición y el posterior crimen de Paulina Lebbos registrado el 26 de febrero de 2006 el nombre de César Soto siempre estuvo presente y ocupa un importante espacio. La pareja y padre de la única hija de la víctima pudo superar la etapa de investigación del caso sin ninguna acusación en su contra. Pero le quedaba otro obstáculo por superar: el del juicio. El fiscal Diego López Ávila se lamentó por esa situación, pero tenía confianza de que en el debate surgieran pruebas en su contra. Y así ocurrió. En febrero de 2018 declaró como testigo durante varios días. Un año después, el 25 de febrero de 2019, el tribunal pidió que se lo investigara como posible autor del hecho y por falso testimonio. Pero la mora judicial tucumana todo lo puede. El hecho quedará impune porque la Corte Suprema de Justicia de la provincia aún no confirmó la sentencia y, si no lo hace hasta el viernes, la acción penal prescribirá.
Fueron varios los indicios que surgieron en las audiencias en contra de Soto. Por ese motivo, el tribunal integrado por Carlos Caramuti, Dante Ibáñez y Rafael Macoritto decidió solicitar que se lo investigara, medida que no se concretó porque el máximo tribunal tucumano no dejó firma la sentencia que dictaron. Esta son las principales razones por la que el joven quedó en la mira.
Primer motivo
Soto se contradijo en más de una oportunidad al relatar lo que había sucedido el 25 de febrero y la madrugada del día siguiente. Dijo que no la vio a Paulina, pero, después, se comprobó que había almorzado con ella en la casa de unos amigos para celebrar que había aprobado un examen importante.
Después de muchas idas y vueltas, que incluyeron amenazas de detención por falso testimonio, explicó que había acordado que ella iría a bailar con Virginia Mercado hasta que él saliera de trabajar de una sandwichería de Barrio Norte. Luego se encontrarían para concurrir a una fiesta de cumpleaños de Roberto Díaz, otro conocido de la pareja.
Segundo motivo
Pese a tener todo organizado, Paulina nunca cumplió con el plan. Jamás se encontró con su pareja. Soto, en vez de preocuparse, salió de su trabajo, fue a bailar a “La Zona de Gaby”; tomó una cerveza con su compadre Jorge Giménez y, después, se acostó sin problemas. “Pensé que se había ido a dormir a su casa”, justificó en la audiencia.
Su indiferencia también quedó expuesta cuando reconoció que nunca la fue a buscar a la fiesta a la que tenían planeado concurrir. Y el círculo terminó de cerrarse cuando comenzó a preocuparse por ella ocho horas después de que faltara a la cita. Llamó a la casa de los Lebbos para preguntar si estaba ahí, pero no le llamó la atención que le dijeran que estaba durmiendo, mucho menos sabiendo, supuestamente, que iría a almorzar con la hija de ambos a su casa. Luego insistió dos veces a la noche, pero sin mucho énfasis.
“Se puede inferir que Soto no se preocupó en lo más mínimo por averiguar dónde estaba Paulina, más allá de que no hubiera ido al bar como habían quedado, de que no estuviese en la casa de Roberto Díaz ni en su domicilio. Tampoco se le ocurrió, siquiera, hablarla a su celular”, fundamentaron los jueces en el fallo.
Tercer motivo
Soto, según su declaración, había estado ocupado todo el sábado 25. Trabajó hasta la madrugada llevando sándwiches y gaseosas de una mesa a la otra hasta, se supone, las cuatro de la mañana. Luego se fue a bailar; tomó una cerveza y recién a las 6 del domingo 26 se acostó. Durmió menos de seis horas y, al levantarse, lo primero que hizo fue lavar la ropa que había utilizado la noche anterior. Puso tanto énfasis en esta tarea que hasta prefirió no almorzar. “Ese fue un dato que siempre nos llamó la atención, pero no pudimos aferrarnos a ninguna prueba para determinar que era una maniobra”, aclaró el fiscal Carlos Sale.
En un allanamiento realizado en la casa del sospechoso se encontró un toallón con una supuesta mancha de sangre. Se confirmó que era humana, pero nunca se pudo hacer un peritaje genético. El fiscal Carlos Albaca, que espera ser enjuiciado por su actuación en la pesquisa, no tomó las medidas necesarias y la prueba se terminó deteriorando por lo que nunca se pudo hacer el examen.
Después de haberse comunicado a la casa de la víctima, el joven compró otra cerveza (esta vez fue negra) y se fue hasta su domicilio. Estuvo allí hasta que salió para ir trabajar, pasada las 20. Más allá de las llamadas, nunca mostró preocupación porque su pareja no haya aparecido. Su hermano Alejandro Soto, cuando regresó a su casa, le contó que Alberto Lebbos, el padre de la víctima, se había presentado en el lugar para preguntar por ella, ya que no la podían encontrar. Su indiferencia ante la noticia también fue confirmada por otros testigos en el juicio.
Cuarto motivo
El sospechoso, en un primer momento, dijo que su relación con Paulina era normal, como la de cualquier otra pareja. Pero en la audiencia se demostró que, al contrario, estaba signada por hechos de violencia. En el juicio se ventilaron varios. María Sofía Lebbos, hermana de la víctima, lo acusó de ser dominante, celoso y violento. Rosa Racedo, la madre de la estudiante asesinada, había dicho antes de morir que él una vez la intentó ahorcar durante una pelea. Ese no es un detalle menor: Paulina murió estrangulada, según los informes que constan en la causa. Mercado, la amiga más cercana, también explicó los detalles de la relación tormentosa.
Soto se defendió de esas acusaciones. “No, nunca he agredido físicamente, ni a Paulina, ni a ninguna mujer”, señaló. Sin embargo, cuando declaró en la etapa de instrucción señaló: “en el año 2004 o 2005 tuvimos una discusión fuerte, pero no recuerdo los motivos. Ella me agrede con una cachetada en la cara y de los brazos la tiré a la cama, le digo que la termine, estando semidormido acostado, ella me arrojó un vaso de vidrio en la cabeza y me lastimó el cuero cabelludo y le dije cómo me iba a hacer una cosa de esas”. Cuando le preguntaron por semejante contradicción, el sospechoso agregó: “sí, sí recuerdo. No me acuerdo los motivos: ella estaba enojada, ella me agredió, pero yo jamás le contesté a la agresión de ella. La agarré de los brazos para que no me continuara pegando, pero nunca la agredí a ella”.
Quinto motivo
Las hermanas de Paulina dijeron que Soto era una persona muy celosa. Pero, a lo largo de la audiencia, quedó en claro que esa situación sólo se producía en algunas circunstancias. No decía ni una palabra cuando su compadre Jorge Giménez la acosaba enviándole mensajes o cuando el padre de este, Juan Giménez, la invitaba a a salir en más de una oportunidad. “Ella se enojaba con César porque no hacía nada para resolver esta situación”, explicó María Sofía Lebbos.
Sexto motivo
En la audiencia se probó que Soto llamaba constantemente al celular de Paulina. Pero el 26 de febrero, día en el que aquella desapareció y en el que probablemente haya sido asesinada, sólo intentó comunicarse al teléfono fijo de la casa de los Lebbos, con quienes tenía una pésima relación. “Quizás haya sido una maniobra a fin de mostrar preocupación en la familia de esta. Realmente es extraño que justo el día de su desaparición no esté tan pendiente de su novia”, razonaron los jueces en los fundamentos del fallo.
Sí quedó demostrado que recién el 19 de marzo de 2006, el investigado llamó al celular de la víctima. ¿Para qué lo hizo? “Para ver si alguien lo tenía, para colaborar con la investigación”, respondió durante el debate.
Séptimo motivo
El 11 de marzo, el día en el que se encontró el cuerpo de Paulina en la vera de la ruta, Soto se presentó en la casa de sus padres para avisarles que lo habían hallado sin vida en Tapia. Esa información fue ventilada en la audiencia. ¿Cómo hizo para estar al tanto de esa novedad si recién el lunes 13 de marzo se confirmó oficialmente que se trataba de ella? Una pregunta que hasta el momento no tiene respuesta. Otro dato: el joven recién se presentó el domingo al lugar donde se ubicó el cuerpo, por lo que era imposible que lo haya identificado.
Octavo motivo
Soto negó ser un barrabrava de Atlético. “Era un hincha más”, dijo el joven que en una de las audiencias se presentó con un camperón oficial de los “decanos”. Los hermanos del sospechoso y los Giménez no sólo confirmaron que siempre seguía al equipo de sus amores, sino que ocupaba la tribuna de La Inimitable, cuyos líderes fueron mencionados en la causa.
En el juicio también se ventiló que el sospechoso pintaba las banderas de la barra. Los “trapos”, como se los conoce en la jerga futbolera, son como una joya que desea tener cualquier grupo rival, y sólo pueden confeccionarlos o administrarlos los miembros de mayor confianza. El joven reconoció que una sola vez en su vida tuvo problemas con la Policía. Lo demoraron por protagonizar incidentes en la previa del partido de Atlético contra Independiente en el Monumental de 25 de Mayo y Chile. Lo que no aclaró es que ese día el único incidente que se produjo fue cuando la fuerza de choque de La Inimitable fue a “cazar” a los miembros de La Banda del Camión –una de las barrabravas de San Martín- que acompañaron a Héctor “Bebote” Álvarez, líder de los violentos de los “diablos”.
El día de la desaparición y el posterior crimen de Paulina, en el Monumental, se enfrentaban Atlético y San Martín por el ya desaparecido Argentino A. Ese no es un partido más: es el duelo que todos los fanáticos quieren ver. ¿Por qué Soto no fue a la cancha? Es otra pregunta que no tiene repuesta.
Noveno motivo
La participación de Soto en la causa fue bastante extraña. En un primero momento se interesó tanto en ella que logró desplazar a Alberto Lebbos como querellante. Ese paso se concretó cuando al frente de la pesquisa se encontraba el fiscal Albaca. Le otorgaron ese rol de manera, al menos, extraña. No se lo tendrían que haber otorgado nunca porque desde un principio fue investigado como sospechoso y tampoco nunca se supo cómo hizo el mozo de un bar para costear a un profesional. Su salida de la causa fue tan insólita como su nombramiento: un día se presentó en Tribunales para dejar una nota anunciando que renunciaba a la figura de colaborador en la causa sin explicar, al menos públicamente, las razones.
El joven indicó que el caso le cambió la vida y que lo terminó perjudicando laboralmente. Sin embargo, en 2007, fue nombrado como personal del ex legislador Juan Eduardo “Pinky” Rojas, aunque nunca se explicó qué servicios prestó.
Son demasiados indicios para sospechar que Soto efectivamente tuvo algo que ver con el crimen. Pudo haber sido como autor. Pudo haber sido un mero participante. Puede ser inocente también. Pero lo único cierto es que, por la mora judicial, quedó a un paso de no ser investigado, la única manera de que se despejen las dudas.