Los antiguos egipcios profesaban el culto al dios Anubis quien, con una balanza de dos platos en la mano, pesaba el corazón de los muertos. Allí iban a parar las miserias y los aciertos de cada tránsito por el mundo de los vivos y, como resultado, la aguja central señalaba el destino final del alma.
Con la muerte de Carlos Menem la objetividad del método se ha derrumbado, ya que las desmesuras argentinas, derivadas de la grieta, no le han podido dar de momento carnadura al veredicto. No puede haberlo porque casi todo el mundo ha cargado solamente un plato de la vida del ex presidente con sus propios prejuicios, casi todos ellos derivados de sus vivencias personales sobre las que nadie hace la más mínima autocrítica. Probablemente, muchos opinen de acuerdo a como les ha ido en los años ’90 y los hijos quizás por lo que le han contado sus padres.
Para algunos, él ha sido la encarnación del mal derivada de la corrupción y de la banalidad. Para otros, una bendición que puso al país en el mundo y que lo acomodó en el sendero de la estabilidad. La exageración central consiste en no incorporarle ningún tipo de matiz a las opiniones que, por tajantes, se salen de la objetividad que se necesita para sumarle elementos a cada plato de la balanza, mesura que sólo da la historia.
En este sentido, es probable que lo que quizás se esté jugando ahora mismo en el caso Menem sea el aforismo “la historia la escriben los que ganan”, otro de los males que obnubila al argentino, el individuo que no se hace cargo de nada y cambia de parecer según sople el viento, con el ansia de ganar siempre. Así es la vida de una sociedad que, por no querer perder a nada y por querer tener siempre la razón -tanto en el fútbol como en la política- ha perdido la noción de progreso, nunca encuentra el rumbo y suma desencuentros y frustraciones.
Lo subjetivo es lo que nutre opiniones tan sesgadas, sin dudas, pero la sinrazón ideológica también tiene que ver con esta grieta sin fin, los planes educativos otro tanto y no se debe descartar el repiqueteo de los medios, en general más cercanos a la onda del facilismo acrítico y a generar más indignación en los indignados que a modelos serios de pensamiento que permitan evaluar sin encumbrar o descalificar.
De cada uno de los juicios individuales sobre el ex presidente deberían desprenderse seguramente muchas variantes sobre los pro y las contras de cada acción que emprendió el muerto, estas para acomodarlas del otro lado de la balanza, pero entre quienes opinan al respecto son muy pocas las justificaciones sobre un proceder u otro: entre los acusadores no hay miradas contemplativas y hay cero autocrítica entre los adoradores.
Es lógico entonces que en un país sin diálogo, cortoplacista al extremo y demencialmente polarizado no haya ningún lugar para el método de Anubis. La Argentina prefiere los “o” y desecha los “y”. Devoto o la gloria.