Todo en Anillaco habla de Carlos Menem. Desde el ambicioso museo erigido hace tres años en la entrada del pueblo hasta el jardín de infantes que lleva el nombre del hijo del ex presidente, pasando por un catálogo de obras y emprendimientos que dan cuenta de la vocación de crecer contra las adversidades de una tierra difícil, siempre sedienta de agua y de servicios, y que lucha entre la resignación y la esperanza. “Se lo valoró muy poco a Anillaco. Seguramente a partir de hoy va a reflotar, por eso tan humano de que cuando se muere alguien valoramos su perdona. Si Zulemita decide traer sus restos acá, vamos a hablar de un antes y un después de Anillaco”, dice Patricia Olivera, dueña del local de productos regionales “El Caudillo”, que llegó al pueblo en 2003. “Elegí este lugar para hablar bien de su persona siempre -sostiene-. Menem era muy carismático. De esas personas que cuando te hablan a los ojos no te bajan la mirada y te hacen sentir que vos sos mucho más importante que él. Cuando te tomaba de la mano sentías como una energía muy suavecita, una paz que te transmitía”.
Anillaco, pueblo del que “todos se enamoran cuando llegan como turistas” -dice Olivera, bonaerense que vino desde Córdoba para asentarse en esta tierra de población escasa (unos 1.800 habitantes)- es presencia viva del caudillo que admiraba en los 70 a Facundo Quiroga, el “Tigre de los llanos”. Olivera dice que Menem tenía la fuerza de los caudillos del norte, un luchador, y refleja tal vez el destino del interior profundo, tal como relata la versión riojana de la “Zamba de Vargas”, la primera canción folclórica argentina, que evoca la derrota de las tropas de Felipe Varela frente a las nacionales conducidas por el santiagueño Antonino Taboada: “¡A la carga, a la carga!/-dijo Varela./ ¡A la carga, artilleros,/zambita, rompan trincheras!”.
Así como los riojanos de Varela luchaban en 1863 frente al destino adverso, Anillaco está lleno de mojones de expectativas de salir adelante, algunas exitosas, otras pretenciosas, otras frustradas. En este pueblo se encuentra el Crilar, unidad científica del Conicet que congrega a investigadores de todo el país. Muchos -como dice Olivera- se enamoraron de esta tierra, se asentaron y además de su tarea científica cultivan vid, nueces, durazno, mientras se integran a la lucha contra las limitaciones de agua y de servicios de transporte.
Hay una terminal de ómnibus que se hizo hace 25 años y que nunca se habilitó. No hay transporte público y la gente se maneja con remises. “Los ómnibus de la empresa Costa (que se amontonan en un predio de la esquina de calles Menem y Jujuy) se usan para transporte de escolares de una jurisdicción a otra”, cuenta Olivera. A 14 kilómetros al sur está la población de Pinchas, donde se ubica la escuela agrotécnica.
Hay una pista aérea que puede recibir aviones de gran porte, que prácticamente no se usa y apenas sirve como sitio de curiosidad turística. Ayer estaba cerrada. Cuentan sin embargo que hace poco vino el presidente Alberto Fernández para visitar los molinos de viento del cercano departamento Arauco. También se dice que en tiempos de la presidencia del riojano recibía muchas visitas de funcionarios menemistas. Circula la versión de que varias veces llevaron a estudiantes secundarios de Anillaco a dar un paseo en el Tango 02.
Anillaco recibe agua de vertientes y en la planta potabilizadora se divide en agua potable y agua sin tratar para riego. En 1999 se levantó una represa cuya construcción demoró 14 años y que se rompió, dejando salir 500 millones de litros de agua sobre una parte deshabitada del pueblo. “Se reventó con la presión del agua. La pasó bastante mal la gente y no quisieron que se vuelva a hacer”, cuenta Olivera sobre la obra, tan costosa que en aquellos tiempos la llamaron “La pecera de oro”.
Más arriba de la represa, una cabaña emplazada a 8 kilómetros del pueblo, en la quebrada, junto a un arroyo surgido en un manantial, parece un oasis en la tierra agreste: pasto como de cancha de golf, árboles y frescura. Se cuenta que sobre esa tierra, que Anillaco le regaló a Menem, un empresario de Buenos Aires construyó la cabaña. “Dicen que se hizo con maderas de Chile y tejuelas de alerce. Es chiquita pero muy linda. Es totalmente atípica, no vas a encontrar una así en La Rioja. Parece una cabaña de Canadá”, cuenta Adriana Aranda, científica del Crilar.
“Nosotros enviamos un proyecto a Turismo para que toda el área sea una reserva. Dicen que son 5.000 hectáreas. Es la única quebrada que está cerrada. La gente pasa igual”, explica.
Según relata el investigador del Conicet Sebastián Fracchia, en tiempos de Menem llevaron allí jabalíes europeos, ciervos colorados, antílopes. “Un desastre ecológico”, opina. Se cuenta que se hizo un zoológico y que hay una leyenda en el pueblo de que se escapó una pantera y la gente la veía en las calles.
“A esa cabaña solía venir Menem a descansar y cazar y en su interior hay cabezas embalsamadas de ciervos, jabalíes y un puma, y en la cama, una colcha hecha con pieles de zorros”, relata Adriana.
Un poco más abajo, cerca de la represa, está el frustrado complejo de piscicultura, que toma el agua de manantial para lo que pretendió ser un centro de cría de truchas y esturiones para la producción de caviar. “En 2019 se hizo cargo un ingeniero agrónomo de La Pampa, Facundo Fredes. Trajo rusos y un colombiano de piel negra, Edwin, al que le decían ‘El clarito’, que había hecho una maestría en piscicultura”, relata Fracchia. “Luego trajo un investigador de Miami que explicó que esta empresa sólo iba a ser para cría de esturión. El caviar se haría en otra parte”. Pero poco después el proyecto se frustró. “No cerraba. El alimento para el esturión era carísimo y lo traían de Bariloche, y además usaban mucha agua. En verano casi dejaban sin agua al pueblo. Hubo protestas”. “Fredes cambió su proyecto por un acuerdo con el Conicet para producir ‘Trufas de Oro’, hizo un invernadero y antes de inaugurar dejó de pagar por todos lados, también al Conicet; el colombiano quedó boyando un año; reclamaba un año de sueldo”, dice el investigador.
Anillaco también tiene una bodega que produce el vino San Huberto, que hace décadas fue del padre de Menem. También, la casa emblemática del caudillo, “La Rosadita”, que en estos días, por convenio de Zulemita Menem con la intendencia va a ser abierta al público, y la casa de Carlos Spadone (ubicada al frente de la finca de Menem), que tiene un frondoso jardín mantenido con riego artificial. Olivera cuenta que allí pasó tres meses Menem cuando se casó con la ex Miss Mundo chilena Cecilia Bolocco, porque entonces no podía usar “La Rosadita”.
Anoche hubo una misa en homenaje al caudillo en la iglesia. El ex ministro de Justicia Raúl Granillo Ocampo, que vive frente a la escuela, dijo escuetamente que era “una gran pérdida”. Patricia Olivera reiteró: “supongo que va a ser un antes y un después para Anillaco, si se le ocurre a Zulemita traer sus restos. Espero que nuestros gobernantes tengan el respeto que el Doctor se merece”.