El 2020 estuvo marcado por una parálisis sin precedentes en la economía mundial. Y, por supuesto, la Argentina no fue la excepción. Según el Fondo Monetario Internacional, la caída del producto bruto interno (PBI) mundial para el año pasado es de 4,4% mientras que la caída para la Argentina se ubica en el 11,8%.

Lo buena noticia, si se puede decir así, es que, después de caídas tan abruptas, las recuperaciones también suelen ser muy pronunciadas. Las estimaciones para el mundo alcanzan un crecimiento del 5,2%, lo que nos llevaría de nuevo a niveles ligeramente superiores a los de 2019.

La mala noticia es que para la Argentina la proyección de crecimiento para el período en curso se encuentra en el 4,9%. Con lo que lógicamente terminaríamos el 2021 con niveles de PBI inferiores al de 2019.

Para lograr la recuperación los gobiernos del mundo en general han tomado, y continúan haciéndolo, una variedad de medidas fiscales orientadas a la sanidad, a la asistencia social, y a garantizar el crédito e inyectar capital en las empresas. La Argentina por supuesto no fue la excepción.

Lo que sí resulta interesante aclarar es que la Argentina comenzó todo este proceso con niveles muy altos de inflación. En 2019, el 53,5%, lo que impone un condicionante adicional. El mismo índice en 2020 alcanzó el 36% anual. Pero ese total está caracterizado por una persistente escalada en la variación de precios, pasando de un promedio de 1,8% durante el segundo trimestre y 2,5% durante el tercer trimestre a un promedio de 3,5% en el último trimestre del año. Y las perspectivas de inflación para 2021 son de 50%, según el último Relevamiento de Expectativas de Mercado publicado por el Banco Central de la República Argentina.

¿Y que tiene que ver la inflación con la recuperación pospandemia?

La respuesta es que mucho.

Primero, que la inflación fue de tan solo 36% en 2020, pero con una expansión de la base monetaria del 52,5%. ¿Por qué no aumentaron más los precios? Básicamente por la parálisis económica generalizada. Y por eso es que todavía hay presión para que aumenten los precios. En cuanto la economía intente reencauzar su actividad, es muy probable que el índice de precios al consumidor (IPC) comience a mostrar subas sostenidas.

Asimismo, como el déficit fiscal es principalmente financiado con emisión, todas las políticas orientadas al crecimiento generarán más déficit fiscal, y, con esto, más inflación y, consecuentemente, menos crecimiento.

Existen muchos canales por los cuales la inflación conspira contra el crecimiento de un país. En un contexto de alta inflación, la moneda pierde todos su atributos como tal. Los agentes ya no pueden conocer los precios relativos para saber si un bien está barato o caro en relación a otros bienes, y así decidir si le conviene comprar o no, o cuánto comprar. Las decisiones se toman de forma impulsiva y poco informada. Los procesos de búsqueda de precios se vuelven extremadamente costosos e ineficientes, y, además, la plata “quema” en los bolsillos: algunos se apuran a comprar cualquier cosa porque el dinero pronto perderá capacidad adquisitiva mientras que otros entran en pánico ante la velocidad con la que aumentan los precios y se paralizan, y todos actúan en un entorno de enormes costos transaccionales.

No sólo el consumo se vuelve ineficiente, las inversiones también. En primer lugar, con tasas altas de inflación desaparece el crédito, que de por sí es insignificante en la Argentina. La carga frontal de un préstamo, el costo sobredimensionado de las primeras cuotas fruto de altas tasas nominales, hace que los créditos sean inviables. Y con esto desaparece el financiamiento de nuevos proyectos que podrían ayudar a la economía a crecer.

Por último, pero no menor, la inflación también tiene enormes costos en términos distributivos. Claramente los costos que implica un proceso de aumentos sostenidos de precios son mayores para los asalariados, para los jubilados y para los grupos de menores recursos, que tienen cero capacidad de ahorro y de resguardo de valor de su dinero.

En resumen, la Argentina en la pospandemia estará marcada, lamentablemente, por mucho más de lo mismo a lo que ya nos tiene acostumbrados. Esto es déficit fiscal, altas tasas de inflación, graves problemas de distribución del ingreso y bajo crecimiento.