Mario Bellatin contesta las preguntas y comparte sus textos por mail pero sin usar adjuntos, simplemente escribiendo en el cuerpo del mismo desde su Iphone. Sin márgenes, sin encorsetar a las palabras. También en el programa “Notas” de su teléfono escribe novelas. La irrupción de las computadoras lo alejó de su Underwood 1915. Eso fue así durante un tiempo hasta que descubrió que el sonido de las teclas de su Iphone se emparentaba con el de su vieja máquina de escribir, a la que en estos últimos tiempos rescató del olvido. Lo cierto es que con aquel primer cambio “gané y perdí mucho. Algo intangible, que estoy tratando de recuperar precisamente en los últimos libros, que son escritos en un comienzo como un tráfago de palabras, de frases, sin punto y aparte, en mi vieja máquina de escribir, textos que luego paso al Notas del Iphone y finalmente a la computadora, donde les doy una forma totalmente diferente a la que tuvo en un inicio. Lo interesante, la magia, me parece está precisamente en el paso de los textos de un dispositivo a otro, donde hago correcciones en milésimas de segundo y donde me convierto en lector de mis libros”.
-¿Qué descubrís como lector de tus textos? ¿Te permitís sorprenderte?
-Cada una de esas maneras de escritura produce un efecto particular. En ese pasar de uno a otro lugar se establece un vínculo más cercano con lo que voy escribiendo. Advierto ciertos detalles, elementos que pueden pasar desapercibidos si escribo directamente en un teclado como cualquier otro escribe cualquier asunto habitual. Es como ir creándole pátinas a la escritura, como trabajar sobre lo escrito a manera de un palimpsesto. El término disfrute me parece que no cabe en esto. Ni fracaso ni disfrute ni aversión ni Alegría ni frustración. Creo que es un proceso que no pasa por ningún término que sea capaz de explicarlo a cabalidad.
-Uno al escribir, en ese acto tan solitario, ¿puede imaginar hasta dónde va a llegar con su historia?
-Cada vez pienso menos en la escritura en solitario. Suelo plantar la máquina, el Iphone o la computadora donde vaya a escribir, en un lugar de cierto tránsito. Es como si esos otros estuvieran oyendo lo que escribo, como si fueran testigos severos de lo que hago, y eso hace que ponga mayor cuidado con lo que voy escribiendo. Jamás se adónde va a llegar lo escrito, por lo general me encuentro con sorpresas agradables, no por la calidad del texto, sino quizá porque las intenciones originales eran de lo más modestas.
-¿Es posible pensar que ante una misma novela, existen tantas lecturas como lectores posibles?
-Me parece que en los últimos años estamos sometidos como lectores a la tiranía del lector, que muchas veces se adueña del texto y no permite que se lea más allá de su mandato. Depende del libro. Obvio prefiero aquellos en los que cada lector pueda construir su libro propio.
-La expansión de las redes sociales, la multiplicidad de voces, llevaría a pensar en la existencia de una heterogeneidad…
-Yo veo lo contrario. Una homogeneidad pasmosa, dictada seguramente por los intereses académicos, de los monopolios editoriales, por las famosas listas que hacen absurdamente pensar en le escritura como una competencia. Si como heterogéneo se ve la adaptación de los textos a la velocidad de las redes o al vaivén de las modas me parece una manera triste de conseguirlo. Puede haber variedad, que responde a una segmentación previa, pero extraño mucho las voces individuales. Las maneras únicas de ver el universo.
-Esa homogeneidad dictada por distintos intereses excede a la literatura y también puede verse en la música donde se da una estandarización del sonido sin importar el género. Toda una trampa. ¿Se puede ofrecer resistencia?
-Hay maneras de ofrecer resistencia, seguir caminos que no son los preconcebidos puede ser una de ellas. Imagino que en todas las épocas se tuvo esa misma percepción. Que lo teníamos, lo que admirábamos, era lo bueno. Lo que apreciamos ahora, me parece, es una avalancha a la que no le encontramos sentido, pero vendrá el tiempo y seguramente pondrá las cosas en su lugar. El tiempo es el mejor juez.
-¿Cuánto influye en la literatura el contexto histórico de escritura y el de lectura?
-Mucho. No de manera directa ni mucho menos, pero me parece que mi escritura está atravesada por las guerras, los muertos, las equivocaciones de la ciencia -que acompañaron mi nacimiento-, y la estafa y el abuso del que fui protagonista desde antes de nacer, y que parece acompañarme de manera tenaz, una estafa que al mismo tiempo parece ser motor para que la escritura continúe presente en mi vida.
-La pandemia ha generado en algunos artistas cierta angustia al plantear un dilema: por un lado la posibilidad de justificar la pausa creativa y por otra parte, la ilusión de que es necesario ser productivo. ¿Qué opinás al respecto?
-Advertí que yo era “productivo” por oposición. Es decir, que escribía porque sabía que los demás estaban en plena jornada laboral, y que yo tenía el privilegio de hacerlo fuera de esas normas. Cuando las cosas se congelaron vi cómo se destensaba ese hilo imaginario, y tuve que buscar otras estratagemas para continuar con lo que venía haciendo. Precisamente, antes de que apareciese este virus mundial estaba utilizando el formato de diario, de un diario imposible, con fechas del futuro o de un pasado remoto. Ante la aparición emergente del género “diario de pandemia” abandoné esa forma de inmediato. Lo que empezó como diario se convirtió en fragmentos, que ahora estoy uniendo. Y entre las tretas para escribir una fue irme al campo, con unos amigos, donde pude establecer una rutina de vida en común.
-¿Estás escribiendo algo por estos días?
-Van a aparecer publicados en físico este otro mes cinco libros. Cuatro nuevos en castellano y una reedición de Salón de Belleza al inglés. Escribo un libro, que imagino será largo, donde intentaré de algún modo regresar, una y otra vez, al universo que ya he creado en los libros anteriores. Será una búsqueda de hacer el Libro Único. Seguro será sólo una utopía, no creo que eso lo logre jamás. Pero si uno escribe y no concibe un imposible no le veo sentido a hacerlo. Utilizo para hacerlo ese método que mencioné, de pasar el texto de un instrumento a otro, y doy gracias que se mantenga en buen estado la máquina de escribir de mi infancia, con la que escribí mis primeras cosas.
-¿Qué sentís cuando muchos lectores se acercan a Salón de Belleza sin conocer la fecha de edición y la emparentan con los días que nos tocan vivir?
-Lo que mencioné antes. Que se trata de un libro que, hasta ahora, encuentra nuevos lectores luego de casi 30 años después de ser publicado, y que para mí sorpresa, no tanta pues fue diseñado para ir más allá de las circunstancias en las que fue escrito, señala temas y conductas en las que estamos sumidos hoy.
-Hablaste de la búsqueda utópica del “Libro Único” y uno al pensar en un libro único lo asocia a La Biblia. Los textos sagrados han tenido una influencia en tu escritura...
-Creo que en la vida de todos los que leen o escriben. En esos libros, aparte de las cosas concretas que se pueden contar, está retratada la esencia de la naturaleza humana. De nuestro ser como especie, con sus constantes cíclicas -pequeña digresión al respecto de la peste y a la evidencia que todos de alguna manera, como especie, somos uno mismo-, de las que no podremos nunca escapar. Y tener eso como base es fundamental para ser capaz de captar una serie de imaginarios colectivos, que deben estar debajo de las cosas que se cuentan.
-¿Un objetivo de un escritor sería captar la atención del lector al punto de que le resulte imposible abandonar esas páginas? ¿No lograrlo sería un fracaso?
-No, para nada. Mi motivo es que la escritura fluya, es decir que siempre haya un vacío por llenar, y una de esas maneras es que exista un editor, un lector, algún otro que se encargue de esas palabras que ya no pueden estar allí, acumulándose. Una de las estrategias para lograrlo es que se produzca aquello que mencionas, que un lector se introduzca en el texto y de alguna manera lo haga suyo.
-¿Qué inquieta más a un escritor frente a la pantalla del ordenador: la hoja en blanco o las limitaciones físicas de esa hoja?
-Si alguien teme a una hoja en blanco, mejor que se levante y se dedique a hacer otra cosa. No es mejor quien escribe que quien no. No hay ninguna obligación, al contrario, hay cosas más interesantes y productivas. Y sí, hay veces que la letra y el papel no es suficiente para responder a las preguntas que la propia escritura es capaz de plantear. Frente a eso, muchas veces he recurrido a una cámara de fotos o a montar una coreografía para seguir de ese modo escribiendo.
-El fin de la vida estaría dado por la muerte, ¿una obra cerrada podría considerarse una obra muerta y por ello es necesario que siempre permanezca abierta resignificándose y reescribiéndose?
-Pienso en autores, mis preferidos, que han construido una obra cerrada. Universos regidos por sus propias leyes. Las del texto, las de lo verosímil. Creo que este tipo de libros seguirán reescribiéndose ya muchas veces no por el autor, sino por las nuevas generaciones de lectores. La prueba de fuego de cualquier obra es su permanencia en el tiempo. Por eso es tan importante la escritura, más allá de lo que en ciertas épocas pueda entenderse como literatura.
-Un personaje de la novela Manigua del escritor Carlos Ríos dice que “un artista puede construir lugares donde la gente pueda morir tranquilamente, pues el acontecimiento artístico aporta dignidad y protección”. ¿Creés que esa es una bondad con la que cuenta el hecho artístico?
-En el lugar del arte puede ocurrir, obvio, lo que en la realidad es imposible que suceda. Puede suceder también lo contrario. Siguiendo el ejemplo de Carlos Ríos, uno puede adentrarse a la violencia postnuclear de Pripian, creada por un autor nacido en Santa Teresita. Me llama la atención que muchos autores no exploren más en las opciones casi infinitas que da la escritura.
-¿Has estado leyendo últimamente?
-Siempre estoy leyendo. Casi siempre varias cosas al mismo tiempo. Lo último algo que pensé no me iba a gustar, Las Malas, de Camila Sosa Villada, creí que iba a ser un testimonio más de orden sociológico, un texto de denuncia, pero no. Fue un texto que me atrapó y me dejó pensando en lo que habrá querido decir, algo que hasta ahora no logro descubrir exactamente.
-¿Cuándo te diste cuenta que te sentías a gusto dentro del mundo de la literatura?
-Siento que, de alguna manera, pertenezco más al mundo de la escritura que de la literatura. Y no sé si a gusto sea el término apropiado. Estoy allí y ya, desde los diez años de edad de manera formal, cuando mecanografié una primera línea.
-¿Qué recuerdos tenés de aquel instante único e irrepetible?
-Fue como un verdadero nacimiento. Un tener alguna importancia a partir de una frase mecanografiada por mí. Por eso jamás he escrito a mano, siempre tiene que haber un mecanismo intercesor para que esa palabra me pueda interesar. Sea la máquina, el Iphone, la computadora. Nunca un lápiz, por ejemplo, eso se reserva sólo para las anotaciones de corrección.
-Manifestaste pertenecer al mundo de la escritura, estás allí y entiendo no siempre a gusto. ¿Encontraste un hábitat?
-No estoy seguro. Imagino que sí al ver que es lo único que he practicado de manera sostenida toda mi vida. Y lo sigo haciendo, que es lo más extraño.
-En referencia al “Libro Único” alguna vez comentaste que de poder terminarlo marcaría tu retiro como escritor, y pienso en lo que hablamos antes, de que sos un ser de la escritura. Entonces, ¿cómo continuarías tus días?
-Haaa... nunca voy a dejar de escribir. Me parece que cierta vez dije que cuando escriba bien algún libro dejaría de hacerlo. Pero como eso no va a suceder nunca seguiré pegado a esta suerte de pulsión.
PERFIL
Mario Bellatin nació en la ciudad de México en 1960. Estudió Teología, Cine y Ciencias de la Comunicación. Es autor de más de 30 libros. Su novela Salón de Belleza fue elegida por críticos y escritores entre las 20 mejores novelas de lengua castellana de los últimos 25 años. Canon Perpetuo, Tres novelas, Lecciones para una liebre y Los fantasmas del masajista son otros de sus títulos. Entre otras distinciones, ganó el premio Xavier Villaurrutia, el premio Mazatlán, el José María Arguedas, el Iberoamericano de Letras José Donoso y obtuvo la beca Guggenheim.
Por Flavio Mogetta
Para LA GACETA - BUENOS AIRES