Quien se acerque a conocer el taller de Alberto Schija debe saber que no va a ser una visita corta. Hombre generoso con las palabras y con las explicaciones, es el propietario de un caos que abruma de tanta belleza en pequeñas, medianas y grandes dimensiones. Haga de cuenta de que se trata del infinito cuartito del fondo, donde van a parar todo tipo de cachivaches, pero acá no hay nada, absolutamente nada que sobre. Todo sirve y ha sido creado por las manos de este orfebre que escapó de la villa de Tafí para escaparse de los ojos meramente curiosos y quedarse con los verdaderamente interesados en sus trabajos.

A pesar de esas ganas de huir de los amontonamientos, Alberto es un gran anfitrión. Recibe las visitas con paciencia, les muestra el taller donde martilla, suelda y cala hierro con fuerza, pero también engarza piedras en dijes delicados de alpaca y plata. Es que, ahora lejos del centro, quienes los ven lo hacen casi por casualidad, cuando algún conocido los lleva hasta una de las bajadas al río La Banda, en El Churqui, justo justo donde “Beto” tiene su casa.

Alberto sabe que la mayor parte de los que se llegan es para disfrutar de ese tramo del río que es un paraíso y que, a su vez, es como su jardín. Río de un lado, un bosque nativo de saucos, queñuas y molles, él se está encargando de construir escalinatas para que las visitas puedan recorrer mejor ese pedazo de paraíso.

Arte precolombino

“Yo me defino como un orfebre. Trabajo la plata, la alpaca, el oro y me especializo en piedras naturales. Me gusta que cuando la gente se lleve algo mío, sepa para qué le sirve, que programe las piedras para que les brinden sus beneficios”, asegura el artesano y comienza a mostrar una colección interminable de amatistas, azuritas, cuarzos y rodocrositas, la piedra nacional argentina, por la que Alberto tiene un amor especial. “Le he puesto Rodocrosita a mi taller porque considero que la gente que viene a verme de afuera tiene que saber que es la piedra nacional”. explica.

Pero la primera impresión, al llegar al taller, es que se trata de un herrero. Hay lámparas y objetos colgantes trabajados en metales oxidados, rústicos pero trabajados con dedicación, “artisteados”, como dice él.

“Tanto en la joyería como en los objetos me he dedicado siempre a las figuras rituales precolombinas, a la cultura incaica. Me gusta diseñar objetos decorativos que cumplan funciones de protección, por ejemplo, como usaban los chamanes en sus rituales de sanación. Eso, combinado con las piedras, les confieren un gran poder transformador”, asegura.

Con el hierro se ha dedicado a hacer objetos decorativos y equipamiento con ese mismo perfil: acero, piedras, imágenes de los ancestros. Pero eso no implica que no esté atento a las modas. “Ahora se usan mucho los diseños de la naturaleza, hojas, flores, ramas, así que me estoy dedicando a eso también”.

Alberto cuenta además con la ayuda de Ariel Paz, un herrero bonaerense que ha llegado a este valle en busca de paz y trabajo hace un mes y medio, y ha quedado prendado. Del paisaje y del arte de Schija. “Antes me dedicaba a hacer portones y herrería más pesada. Pero me he enamorado de este tipo de trabajo y estoy aprendiendo cada vez más”, cuenta.

Alberto no para de trabajar. Acumula piezas a niveles que sorprenden a cualquiera que lo visite. En paralelo, trabaja un encargo grande de imágenes rituales en chapa que van a ornamentar la avenida principal de Tafí del Valle, la presidente Perón, en una extensión de 32 metros. Eso será lo que quede en la villa en su nombre. “Yo no quiero volver. Quiero que me visiten aquí los que realmente quieran ver mi arte, no como un objeto de consumo. Aquí los espero”, finaliza con la invitación.