Hasta el coronavirus, que ha generado tanto temor, parece haber dado un respiro: se observa una notoria baja en la cantidad de contagios y eso permitió flexibilizar nuevas actividades y hasta pensar en vacaciones y descanso. Pero Tucumán tiene su propia pandemia, que golpea con similar o mayor dureza que la covid-19 -de hecho, los ciudadanos manifestaron en incontables oportunidades que les preocupa bastante más que la salud- y es la inseguridad.

Hace tiempo que el acecho de los delincuentes rige la vida de los tucumanos, quienes debieron modificar varios hábitos de su vida para protegerse, como dejar de salir en determinados horarios, no esperar solos el colectivo, guardar la billetera y el celular en el bolsillo y dejar la cartera en casa, y evitar ciertas zonas de la ciudad, aunque cada vez son menos los sitios donde se sienten seguros. Podría decirse que se llegan a tomar más recaudos contra la delincuencia que para evitar el coronavirus.

Mientras la Policía intenta orientar sus “Cuadrantes de Patrulla” hacia barrios señalados como “zonas calientes” en el mapa del delito que ha elaborado el Ministerio de Seguridad, el peligro se registra en sectores que parecen estar más controlados, como son los casos de Barrio Norte, en la capital, y algunos sectores de Yerba Buena, ambos repletos de alarmas y de cámaras de seguridad.

El domingo LA GACETA se hizo eco de los constantes robos que padecen quienes viven en los alrededores de la capilla de San Antonio de Padua de la “Ciudad Jardín”. Los vecinos contaron que hubo tres robos en la última semana y que hasta tienen registros fílmicos de esos hechos. “Es una inseguridad total. Hay denuncias pero la Policía nos dice que no puede controlar porque solo tiene 50 efectivos en el municipio”, explicó uno de ellos.

Que la inseguridad reaparezca en nuevos sitios no significa que haya desaparecido de otros. El jueves a la noche, por ejemplo, ocho hombres armados ingresaron a un supermercado de Las Talitas, donde no dudaron en abrir fuego pese a la cantidad de gente que había, y tres personas resultaron heridas. “Los vecinos salieron a ayudarnos, les tiraban con piedras y con envases que tenían a mano y los estaban acorralando. Mi hermano, que estaba en el piso, se levantó y les quiso pelear a los agresores, pero lo balearon en la pierna a él también. Reaccionó de la impotencia de ver que le habían disparado a mi papá, pero salió a intentar pegarle a gente que estaba armada”, relató una propietaria del comercio.

Al año le quedan poco más de tres semanas y finalizará sin que se haya logrado bajar los índices violencia. La cantidad de policías, según las autoridades, sigue siendo insuficiente, así como los operativos proyectados, como el “Felices Fiestas” o el del verano. En paralelo, el nuevo Código Procesal Penal aceleró los plazos de resolución de las causas y permitió ordenar medidas privativas de la libertad en menos tiempo. Sin embargo, nada parece alcanzar para frenar el avance de los delincuentes.

Al salir a la calle, la gente tiene la convicción de que manteniendo la distancia social, lavándose las manos regularmente, utilizando alcohol en gel y llevando un barbijo, son pocas las chances de contraer el coronavirus. Pero con la otra pandemia es diferente; se pueden tomar todos los recaudos posibles y aún así el riesgo de transformarse en víctima es absolutamente real.