A veces… a decir verdad, muchas veces, me enloquecía. Mi corazón farfullaba desbocado. Cuando mi redondez bailaba en sus hombros… su cabeza… sus piernas... Me hacía volar. Mis giros en el aire se iban arropando de alegría, que estallaba cuando llegaba a destino. Miraba a mi alrededor. Siempre me invadía una escena sin sonido: ojos absortos. Gritos detenidos en el aire. Brazos mirando al cielo. Risas alborotando el cielo. Carnaval de gorros y banderas… qué te puedo decir... En ocasiones, era una reina, una amante, siempre compañera. Dependía de su ánimo. También me golpeaba con furia, sobre todo cuando sus caprichos eran desairados. O cuando alguien le tiraba la lengua para hablara de lo que generalmente no sabía para vender más noticias porque sabía que iba a encender polémicas. O cuando la prensa ventilaba sus excesos. La ira lo dominaba. Me pateaba con violencia y yo perdía la brújula. El zigzag me llevaba a cualquier parte. Me dolía. Algo parecido sucedía cuando su mirada se extraviaba vaya a saber en qué laberinto del inconsciente. Los gestos de sus pupilas se volvían erráticos, ausentes… También me hacía sentir una diosa, sobre todo cuando le hicieron creer que eras vos. El poder de la fama obnubila, te sentís todopoderoso porque los aduladores te han puesto en un pedestal… entonces desataba todos mis deseos y buscaba complacerlo. Amaba ver esa sonrisa plena que se volvía imborrable cada vez que le arrimaba una pizca de felicidad al pueblo. Vos sabés bien que tenía el potrero grabado en el pecho. Me usó de pretexto para desertar del primer año del secundario. La suerte no lo acompañó con los entornos que tuvo, parecían más interesados en la plata que ganaba, que en otra cosa. Ojo, yo también soy del potrero, me he relacionado con académicos, bosteros, sabaleros, millonarios, bohemios, bichos colorados, triperos, canallas, decanos, cirujas… hasta diablos rojos… ni qué hablar en los otros países, así como me ves, esférica y apetecible, soy una ciudadana del mundo… Y sí, qué querés que te diga, me lastimaban el alma, tanto las críticas despiadadas, como sus exabruptos o sus acciones desafortunadas. Me parece que nunca quiso ser ejemplo de algo. Fue rebelde. Contestario. Provocador. A veces reconoció públicamente sus errores, lo cual no es poco en un país donde nadie hace autocrítica, que ha desarrollado la cultura de la queja, del “sí, pero…” No estuvo en sus planes ser San Martín, Belgrano… apenas un deportista fuera de serie, no sé si el mejor de la historia, pero sí uno de los más geniales. Era capaz de hacer la ilógica, la inesperada, eso que se llama creatividad o poética del riesgo, como le gustaba decir al Pino Solanas. Después que colgó los botines, sus caricias me seguían inventando en sus insomnios. Yo sentía en mi piel las yemas de sus pensamientos… seguía con hambre de gloria… Estás pensativo, ¿qué te pasa?
- No sé qué hacer. Me conmueve lo que contás. Si además de redondita, fueras jugosa, serías tucumana, ¿que no? Mirá, ese domingo, yo estaba de guardia en México. Más de 114.000 aficionados se habían constituido en el Estadio Azteca ese 22 de junio del 86. Me puse la blanca de la Rubia Albión. Me acomodé en el sillón, me serví un scotch on the rocks para disfrutar la victoria. A los seis minutos del segundo tiempo, te tomó fuera del área y con la pierna izquierda te pasó, entre varios zagueros ingleses, al Jorgito Valdano, pero lo interceptaron; caíste dentro del área, el arquero Shilton saltó adelantando su mano derecha, al mismo tiempo que el Diego lo hacía con el brazo izquierdo extendido. Con el puño pegado a la cabeza te tocó y te metió en el arco… Quise tomar un trago y ¡estaba manco! ¡Que lo parió! ¿Dónde la puse? ¡Insolente! ¿Es la tan mentada picardía criolla? Bueno, en premio a la osadía de este chango atorrante de fulboarrebatarme la mano, los distraje al réferi y sus ayudantes… Lo lamento por la doña Chabela y sus súbditos... Y ahora, no sé qué hacer. Estoy de guardia hoy, miércoles, y en Inglaterra. Hizo de nuevo la imprevista y nos dejó sin habla. Viene en camino. En cualquier momento me va a tocar la puerta. Menos mal que viniste a acompañarme para pedirle que haga bailar con vos la alegría un ratito y ralear la pena que ya resbala un lagrimón por tu redondez… No estoy seguro si podré atajarle un penal…
- Tristeza não tem fim… De algún modo, me consuela saber que de todas sus mujeres, fui la que más lo quiso, a la que más amó y a la que jamás le fue infiel. Tuvimos millones de hijos de todos los colores, ideologías y religiones en todo el mundo. Seguramente por eso, expresó su deseo de eternizarme en su lápida.
© LA GACETA