Con una temática inesperada -quizás nunca antes se haya dedicado tanto entusiasmo al ajedrez en el cine ni en la TV- la serie “Gambito de dama” ha causado un fenómeno social pocas veces visto. Los viejos jugadores desempolvaron tableros, comenzaron a buscar libros para estudiar, en algunos bares el tablero blanco y negro empezó a reemplazar a los jenga de grandes dimensiones e, incluso, hay quienes decidieron abrir academias de ajedrez, aprovechando el valor de la oportunidad. ¿Cómo viven este momento de fama los que han pasado su vida detrás de los peones y de los alfiles?
“En dos días nos devoramos la serie. Lo que tiene de atrapante es que las jugadas que se muestran son, además de verosímiles, arriesgadas y creativas. Grandes youtubers han analizado las posiciones y son verdaderamente brillantes, deja mucho contenido para los interesados en el ajedrez. Y a quienes no les interesa tanto, descubren un mundo desconocido y se dejan atrapar por toda la historia”, analiza Carlos Castillo, abogado, docente universitario y profesor de talleres de ajedrez en dos colegios privados.
La historia
Una niña huérfana, Beth Harmon (la actriz Anya Taylor-Joy), es hospedada en un orfanato con otras niñas de su misma condición. Siempre especial, y con una marcada adicción a los ansiolíticos pediátricos que le suministraban, Beth llega hasta bien entrada su adolescencia sin que nadie la adopte. Durante esos largos años de angustias y soledades en el orfanato, Beth observaba al señor Shaibel (Bill Camp), custodio de la institución, jugar al ajedrez contra él mismo, en la sala de lavado de ropa.
Beth insiste en que quiere aprender y Shaibel, al principio, se resiste a enseñarle. El ajedrez no es cosa de niñas en los años 50. Pero esta jovencita deslumbra al gruñón señor cuando le hace saber que conocía a la perfección, sólo de observar, cómo se mueve cada una de las piezas en el tablero. Y comienzan a jugar. Primer punto para hacer una pausa: el talento que traen en los genes algunos ajedrecistas, una cualidad que no aparece todos los días y que, de hecho, tampoco hace a los mejores jugadores.
A mediados de los años 60 Beth consigue que una familia, quizás la más disfuncional que pudiera tocarle, la adopte. Ahora adolescente, extraña con fuerza el único buen recuerdo del orfanato: las largas partidas y las lecciones del señor Shaibel, con quien se le había hecho costumbre jugar y quien, en sus adentros, sabía que la niña llegaría lejos.
Sin dinero para comprar un tablero, Beth recurre a lo que había hecho durante años en el orfanato: jugar partidas en su cabeza. Por su propia cuenta descubre que además del talento y de la práctica, el ajedrez se estudia, que hay bibliotecas interminables con textos que analizan las aperturas, los medio juegos y los finales de los grandes maestros del mundo del ajedrez, donde siempre se destacaron los rusos. Y también aprende que de ese juego se puede vivir, participando de las competencias internacionales.
Con una mezcla de talento, estudio, obsesión y adicción Beth alcanza la cima del ajedrez internacional, y se convierte en la única mujer que se pone a la altura de los titanes del juego y les gana.
Moda y obsesión
La noche del jueves 19 de noviembre buena parte de los tucumanos estaba viendo el partido de Atlético contra Racing. Pero José Mariano y dos amigos, ni siquiera enterados del evento deportivo, se juntaron en la casa de uno de ellos a comer pizza... y jugar al ajedrez. La pandemia y la serie “Queen’s gambit” (nombre original en inglés) les ha resucitado un interés ardiente por el juego.
“Participé en campeonatos en la Facultad de Derecho, jugaba mucho. Siempre admiré y estudié a Capablanca (José Raúl, consagrado ajedrecista cubano), un autodidacta del juego que nunca leyó libros. Pero en la pandemia me dieron ganas de agarrar los libros, ponerme a estudiar y a analizar juegos. Poníamos en el proyector jugadas para estudiarlas con mis amigos. Sí, definitivamente es algo que puede obsesionarte”, señala Mariano. Punto dos para la pausa: ¿puede el ajedrez llevar a los jugadores a extremos de no dominar su propia voluntad?
“Claro que puede”, advierte Castillo, experimentado jugador y competidor. Y cuenta una experiencia propia: “tenía nueve años y, por una distracción, perdí mi primer torneo oficial. No me pude dormir esa noche. Era un sufrimiento similar a cuando te deja una novia. Cuando comenzás a competir, te hacés la manija y pensás que podés llegar muy alto y eso se puede convertir en una obsesión”.
“¿Acaso no todos lo hacen?” Le responde Benny Watts (Thomas Brodie-Sangster), un amigo y uno de los principales competidores de Beth, cuando ella le pregunta si era normal visualizar todo el tiempo las jugadas y las partidas en la cabeza. Y algo de eso hay, a distintos niveles, dicen los jugadores.
“En mi caso, cuando hago una pausa, me siento en un bar, o tengo que hacer tiempo, repaso jugadas en mi cabeza, analizo puntos débiles, y trato de corregir. Eso incrementa en momentos de mucha actividad y de torneos, pero no creo que pueda llamarlo una obsesión”, describe Jorge Zamorano, uno de los tres maestros FIDE que dio Tucumán en toda su historia. Ese título lo otorga la Federación Internacional de Ajedrez.
Según Zamorano, que experimentó en carne propia la tensión de los torneos internacionales, no exagera la serie de Netflix con algunos aspectos que muestra. “Refleja en buena medida lo que vive un jugador, aislado en ese mundo, la soledad, el ambiente, sabemos que es así, es real como lo muestran. También muestra lo que se necesita para dejar de ser un ‘jugador de café’ para convertirse en un profesional: mucho estudio, no sólo se mejora con la práctica. Aquí no, mejorás estudiando las posiciones, viendo los planes de juego... Si bien se dice que hay más cantidad de jugadas posibles en un tablero que átomos en el mundo, es fundamental el estudio. Y hay que saber lidiar con todo eso”, explica el campeón tucumano.
Zamorano, abogado de 31 años, se decidió a abrir una academia virtual de ajedrez tras haber visto “Gambito de dama”. “Creció muchísimo el interés cuando explotó la serie y nos parece algo muy bueno para la actividad, es aprovechar el momento y la oportunidad porque se trata de una práctica que tiene muchos beneficios”, destaca Zamorano.
Es que, si el extremo es la obsesión por ganar y despedazar al oponente, en los equilibrios están los beneficios de este juego que echa sus raíces en culturas milenarias: concentración, creatividad, capacidad para resolver problemas, planificación y agilidad mental son algunas de ellas.
¿Qué es gambito de dama?
En el ajedrez, un gambito es “sacrificar” una pieza, cederla al oponente para quedar mejor posicionado en el tablero. En el caso del gambito de dama, una apertura clásica y que todavía usan los grandes maestros, lo que se sacrifica es un peón de la dama: las blancas ofrecen un peón a cambio de un mejor control del centro. Para los que entienden el juego, consta de tres movimientos: 1.d4 d5 2.c4. Las blancas mueven primero el peón de la dama dos casillas hacia adelante. Las negras responden moviendo su peón de dama dos hacia adelante. Por último, las blancas adelantan dos espacios el peón de su alfil de dama.
¿Por qué es un juego “de hombres”?
En la serie “Gambito de dama” se muestra cómo Beth Harmon debe hacerse lugar en un juego que era esencialmente considerado “de hombres”. Beth tiene que demostrar una y otra vez su genialidad y su preparación para comenzar a competir, y soportar los consejos y las instrucción de los hombres a quienes, al final de cuentas, terminará derribando. ¿Qué tiene este juego para ser considerado principalmente de varones? Nada más que la costumbre. “Es un deporte que antes sólo era jugado por varones. Era una costumbre. Y esa costumbre se fue extendiendo”, sostiene Micaela Libson, guionista y ajedrecista desde los nueve años, la edad que tenía el personaje Beth Harmon de la serie cuando comienza a jugar. Escarbando más hondo, la también guionista y especialista en series Mariana Levy, autora del ensayo “Ni puta ni dama: ajedrecista” en la revista Anfibia, sostiene: “intuitivamente puedo decir que tiene que ver con que las actividades consideradas prestigiosas, para el patriarcado, estaban reservadas para los hombres. En este caso el ajedrez, una práctica intelectual. Mientras que a las mujeres siempre se las relegó a las tareas menos valoradas, como las áreas de cuidado o lo emocional”.