Es auspicioso que la Municipalidad de la capital haya decidido reiniciar las obras de semipeatonalización del microcentro. Se trata de una de las numerosas mejoras y modernizaciones que urgen al área neurálgica de la ciudad, aquejada por un prolongado atraso y postergación en su organización.
Una cuadrícula diseñada hace más de un siglo que ha dejado de ser funcional hace décadas frente a las necesidades actuales, tanto por la expansión exponencial del parque automotor, como de los nuevos parámetros en materia de urbanismo. La capital ha ido cediendo en calidad de vida de sus habitantes ante un crecimiento desordenado y antojadizo.
La semipeatonalización es una de las medidas planteadas para devolverle a la urbe su escala humana, donde el peatón vuelva a ser la prioridad, y no el automóvil particular como eje de nuestro modo de vida y de nuestra forma de movilizarnos en comunidad.
Del mismo modo, se deberían propiciar y fomentar otras formas de traslado alternativas y más eficientes, como un transporte público de excelencia y diversificado, por ejemplo trenes urbanos, y vehículos menos contaminantes, más silenciosos y saludables, como las bicicletas y los monopatines, cuyo uso se está masificando a partir de la pandemia, sin que los gobiernos, municipales y provincial, estén conteniendo esta demanda.
Es un cambio positivo, demorado más por cabildeos e inexplicables dilaciones políticas, que por limitaciones materiales o financieras.
Sin embargo, pese a la importancia de estas obras, representan una transformación insuficiente para intentar normalizar el caos que hoy impera en el tránsito de los sectores más populosos y concurridos de la ciudad.
Otro asunto no menor que debe corregirse es el plazo de ejecución de las obras públicas, cuyas fechas programadas pocas veces se cumplen, con todas las complicaciones que esto acarrea. Sobre todo, cuando se trata de trabajos que paralizan cuadras del corazón comercial de la metrópolis. Y, justamente, cuando se aproxima diciembre, un mes clave para las ventas, y cuando el sector esperaba ansiosamente poder recuperar al menos una parte de su facturación, derrumbada en un año sumamente crítico.
Los trabajos bastante demorados en la reforma de la plaza Independencia son un ejemplo de dilaciones que no deberían permitirse en áreas tan importantes para la capital y la provincia.
Imprevisiones y falta de rigurosidad en los cálculos iniciales conducen a desenlaces indeseados, que provocan, además de incomodidades y de que agigantan el caos, pérdidas económicas sensibles al sector privado y que también van minando el respaldo de la ciudadanía frente a este tipo de transformaciones.
El apoyo del vecino es un objetivo que no debe perderse de vista, ya que estos rediseños urbanos implican profundos cambios culturales, sobre todo al comienzo, cuando reciben las más tenaces resistencias.
En síntesis, el corazón de Tucumán debe recuperar su calidad de vida, su calma, disminuir su contaminación sonora y atmosférica, reordenar su tránsito, empoderar a los peatones y fomentar medios alternativos de traslado, más eficientes, económicos y amigables con la ciudad. Todo esto, con obras públicas que cumplan los plazos originales, que no se detengan y que no hipotequen la confianza del vecino en sus dirigentes.