Perdón, Paola. Perdón porque hiciste todo bien, todo lo que estaba a tu alcance, todo lo que la ley indica, mientras que el resto hizo todo mal. Y son justamente quienes hicieron todo mal los que ni siquiera se permiten pedir perdón. Al contrario: se escapan por la tangente; mudos, sordos y ciegos, como el trío de monos que en China eran sabios y complementarios, pero aquí lucen indiferentes, ineptos y soberbios.
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Perdón por la voraz intromisión a tu vida, producto de la deplorable tendencia a hurgar en la intimidad de la víctima antes que en la miserias del victimario. Práctica que no es otra cosa que la búsqueda de una justificación, un indicio, un punto de apoyo para exculpar al criminal de turno. Porque las víctimas “algo habrán hecho” y entonces hay que escanearlas hasta encontrar astillas en la madera.
Dicen que a los muertos hay que dejarlos en paz. Que ya está. Que es caso cerrado. Que para qué insistir con lo que no tiene vuelta atrás. Que ya pagó. Es otra mentira. Mauricio Parada Parejas no pagó nada.
De Parada Parejas hay que hablar y mucho, en su carácter de símbolo y emergente del problema de fondo. Como explican los manuales, los monstruos no nacen de repollos; son producto de las sociedades que los moldean y los habilitan. Parada Parejas era un femicida que se movía por Tucumán con comodidad, amparo y desparpajo porque el sistema se lo permitía. Parada Parejas era un privilegiado por el simple hecho de ser varón en una sociedad vaciada de perspectiva de género y, en consecuencia, incapaz de mirar la realidad desde otro lugar.
Y algo más de Parada Parejas. Es -fue-, en esencia, el arquetipo del cobarde.
A los muertos hay que dejarlos en paz cuando lo merecen, no por obra y gracia de convenciones impuestas por vaya a saber quién. De lo contrario se anula la memoria, se niega la historia, se borran las huellas de lo que jamás debe borrarse.
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Perdón, Paola, porque Tucumán está atestado de sujetos como Parada Parejas a los que nada les impide regodearse en su impunidad.
Hay más de 6.000 causas de violencia de género no resueltas por la Justicia.
¿Y cuántas son las perimetrales dispuestas para la protección de las víctimas y que, a fin de cuentas. escapan a los controles para terminar siendo medidas abstractas y simbólicas? ¿Para qué sirve una perimetral?
¿Cuántas Paolas transitan aterrorizadas por las calles tucumanas, munidas de perimetrales que no delimitan perímetro alguno?
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Perdón, Paola. Y en tu nombre, perdón a todas las víctimas.
Medió un puñado de días entre el crimen de Abigail Riquel y el de Paola Tacacho. Víctimas de muy distintas edades, condiciones, circunstancias, recorridos, contextos. Pero en ambos casos, femicidios conectados por la misma lógica perversa: la del cuerpo cosificado de la mujer -adulta Paola, una niña Abigail-.
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Perdón, Paola, porque todavía hay quienes ensayan un efecto bumerán y se colocan en el (insólito) papel de víctimas. Hombres que en lugar de blanquear sus privilegios encuentran una zona de confort y se consideran prisioneros de un patriarcado que se construye día a día. Al respecto vale leer la opinión de la antropóloga Rita Segato:
“El victimismo es creer que solamente las mujeres y, por ser mujeres, estamos del lado de la victimización. Yo creo que es muy interesante ver que los hombres se victimizan a sí mismos. O sea, que los hombres son víctimas del mandato de masculinidad que ellos mismos obedecen, por un engaño que los lleva a exponerse como carne de cañón, a exponer y deteriorar su humanidad, censurando su propia capacidad empática e imponiéndose una obligación de capacidad de crueldad, de capacidad de violencia. Yo creo que el mandato de masculinidad es una forma en que los hombres se victimizan entre sí”.
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Perdón, Paola, porque dentro de muy poco, cuestión de días, tu caso va ir convirtiéndose en número, en estadística, en una más en pleno clamor de #niunamenos. Más pronto que tarde la agenda noticiosa va a cambiar, otros especialistas serán requeridos para opinar sobre otros temas, las redes sociales volverán a su habitual y algorítmica capacidad de mantener a cada cual en su burbuja.
Entonces las voces que hablarán de vos, de las víctimas que fueron, de las que son y de las que vienen, serán las de siempre. Los colectivos mantendrán sus luchas y sus banderas. Seguirán creciendo, pero a la vez embistiendo los muros de concreto que encierran a vastos sectores del cuerpo social. Hay mucho que transformar. Demasiado. El problema es cuando a ese debate y las acciones siguientes se convierten en una salsa en la que todos mojan el pan con autoridad.
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Podrá pensarse que pedir perdón es un ejercicio inútil, para la tribuna. Sobre todo si después de pedirles perdón a las víctimas, una por una, los hombres siguen matando a las mujeres. Entonces no sólo es un acto vano e insuficiente, pasa a ser hipócrita. ¿Para qué pedir perdón si no hay voluntad de modificar una actitud?
Creemos que pidiendo perdón somos un poco mejores cuando, tal vez, lo que estamos haciendo es sacarnos un peso de encima. O puede que en la búsqueda de la absolución social, de autoconvencernos de que no somos tan malos como parecemos, el acto de contrición constituya el placebo perfecto.
Pero a veces se pide perdón de pura impotencia.
Y también los pedidos de perdón pueden leerse como un ejercicio de condescendencia. No es el caso.
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Entonces, ¿qué hará el gobernador Juan Manzur? Si acepta la renuncia del juez Francisco Pisa, ¿pedirá perdón? Hay una provincia más que atenta a esta decisión.
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Si a “Culón” Guaymás lo mató Fuenteovejuna, a Paola Tacacho -con otras formas- también la asesinó un sistema perverso cuyo brazo ejecutor fue Parada Parejas. Esta es la parte más polémica e incómoda de todas, porque saca al femicida de su excepcionalidad y lo integra al día a día de los tucumanos.
Lo fácil es mirar el caso como si se tratara de una película (“crimen pasional” llegó a decirse) ajena, exótica, dramática y con final infeliz. En esos casos la película va difuminándose con el correr de los minutos y poco más tarde es, a lo sumo. un recuerdo impreciso.
Y no.
No es una película, no es lejana, no pertenece a un universo improbable o directamente ficticio. Por más que muchos (¿una inquietante mayoría?) pueden llegar a considerar este femicidio -todos los femicidios- de esa manera.