La sequía se hace sentir en estos días en la Villa de Chicligasta, ubicada al este de Atahona (Simoca), pero no despeja un temor que desde hace tiempo desvela al pueblo: el de ser devorado por las aguas que desbordan del río Gastona. El cauce está próximo la comunidad, de unos 4.000 habitantes. Y también está cerca -a unos ocho kilómetros- el lago del dique Frontal, inaugurado en 1967. Este dato no es menor, pues es el que condiciona principalmente el futuro del lugar.
Es que el espejo de agua, de más de 53 años, acusa una colmatación inquietante, que se advierte en los tiempos de lluvia. Es cuando los torrentes líquidos que bajan desde el oeste chocan contra el lago que impide el avance al haber perdido profundidad. Entonces las aguas desmadran y sepultan poblaciones enteras. Así desaparecieron a impulso del río Chico, los parajes de Esquina, Sud de Lazarte y Ampatilla.
“Corremos el mismo riesgo que esos sitios porque el Frontal se viene hacia nosotros. No sé quién habrá permitido la construcción de ese dique que ahora sólo ocasiona perjuicios a Tucumán y muchos beneficios a Santiago del Estero”, observó Mario Castro, comisionado rural del lugar. “El lago gana terreno y necesita que su enlame sea tratado. Es que va a seguir acumulando sedimentos, basuras y su piso seguirá subiendo. Entonces nosotros pagaremos las consecuencias”, apuntó el funcionario. La obra construida para atenuar las crecidas, mejorar el riego y generar energía, ahora, según Castro, es una amenaza potencial para todas las poblaciones desperdigadas en el sudeste tucumano.
El Gastona, en marzo pasado, desbordó a la altura de Ampata, a unos cinco kilómetros al oeste de la ruta 328 que conduce a Villa Chicligasta. Entonces mantuvo totalmente aislado al pueblo durante varios días. Ahora, en ese tramo del cauce se realizan trabajos de dragado y de construcción de defensa con maquinarias de la provincia y personal de la comuna.
“En esa zona el río hace una curva que es a la que estamos tratando de contener cavando el lecho y reforzando la defensa con espigones de sauce”, contó Castro. También a la altura de la villa hay máquinas y trabajadores que realizan el dragado y el reforzamiento de las defensas, según dijo.
Los vecinos, con miedo a las crecientes, apuestan a que la sequía se haga prolongada y que este año las inundaciones les den respiro. “Según los meteorólogos la falta de agua durará unos 50 años. Es mucho, pero ojalá que si al menos se prolonga un año se aproveche para que en la provincia se hagan los trabajos que requieren los ríos. No se puede vivir con la amenaza de las crecientes todos los años”, expuso Ariel Herrera.
En Villa de Chicligasta los salitrales y el arsénico son problemas que también conspiran contra la calidad de vida sus pobladores. El agua de surgentes de la comuna no es potable. “Aquí el que tiene para comprar agua en bidón lo hace, sino no tiene otra que consumir la de grifo. Y es la que enferma del estómago y te destruye las dentaduras”, apuntó doña María Arias, de 75 años.
Historia y quejas
Villa de Chicligasta atesora una capilla que se remonta a 1797: la de Nuestra Señora de la Candelaria. En 1943 fue declarada monumento histórico nacional. La fecha de inauguración del templo está tallada en la puerta de acceso. Otro cartel refiere que el lugar estaba poblado desde los inicios de la conquista española. En 1595 San Francisco Solano estuvo ahí. “Aquí hay mucha historia que se pierde con el abandono al que estamos condenados”, dice don Olegario Salina (69 años). “Mire si no estaremos descuidados que todos los años un sector del pueblo, en el que vivo yo, se inunda porque no se limpian los canales. Ahora están tapados por matorrales y basuras”, se quejó. “El agua que viene como un tiro se tranca y desmadra. En casa el nivel del líquido supera el metro de altura. Se dañan los muebles, las ropas y los electrodomésticos. Es una verdadera desgracia que sufrimos desde hace tiempo cuando llueve”, comentó indignado.
El Gastona pasa a unos 200 metros de su casa. Pero el río no desborda ahí. “Son los canales que además de chicos y angostos, están cubiertos por yuyales y basura. Entonces el agua de lluvia no drena. Se acumula y gana las calles”, añade. “No estamos hablando macanas. Y a las pruebas me remito. Venga y le muestro”, dice. Desde la comuna, se asegura que esos trabajos se harán una vez que concluyan los de Ampata.