Escribe Carolina Mantegari
del AsisCultural, especial
para JorgeAsisDigital.com
“Países Hermanos” de la “Patria Grande”. Alucinaciones de próceres latinoamericanos como Simón Bolívar y Jorge Abelardo Ramos.
Pero Venezuela y Uruguay se convirtieron, para Argentina, en terribles chicanas de signo ideológico antagónico.
Unificadas, apenas, en el verdugueo de la declinación nacional.
Por izquierda, la chicana indica que la Argentina en banda sigue el camino de Venezuela.
Por derecha, la chicana indica que los ricos de Argentina se cruzan para radicarse en Uruguay.
La chicana de Venezuela remite al caos que facilita la chicana del exilio fiscal en Uruguay.
El fantasma de Nicolás Maduro espanta a los empresarios prósperos que atrae Lacalle Pou.
Galperín. Gian Franco. Groboco…
El tema del peronismo
El peronismo es la derecha de la izquierda y es -en simultáneo- la izquierda de la derecha.
Las formas y el fondo coinciden en el sándwich pesado.
Producto de la cultura militar que conquista el poder político a través del ejercicio aritmético de las elecciones.
El Frente de Todos -penúltima invención de La Doctora- contiene los boletos de la contradicción estructural.
Combina el acierto vulgar del capitalismo con las ilusiones progresistas de la Revolución Imaginaria.
O el recato conservador del Partido Justicialista con el alboroto romántico del Frepasito Tardío que sostiene a La Doctora.
O con las ambiciones compulsivas del padecimiento social institucionalmente organizado.
Con el Frente Renovador que se aproxima a Uruguay.
En contraste con los buscapinas de la Estudiantina de Puebla, del Frente Grande o del Partido de la Victoria, que aproximan a Venezuela.
Sin las dos vertientes, la coalición Frente de Todos nunca podría imponerse a la ejemplaridad moral de Juntos por el Cambio.
Pero con la confrontación de las vertientes la aventura de gobernar se vuelve imposible. El destino, la estación final, es la derrota.
«Son tus cartas mi esperanza»
La Doctora acaba de salvar a Alberto Fernández, El Poeta Impopular, con la esperanza de una carta.
Desde que la carta se divulgó, comenzó la baja del dólar, de 195 a 170.
Y hasta Axel Kicillof, El Gótico, se atrevió hasta a la antipatía de reprimir.
Como confirma el bolero «Escríbeme», que canta Alberto, como Lucho Gatica:
“Son tus cartas mi esperanza/
mis temores, mi alegría/
y aunque sean tonterías,
escríbeme, escríbeme”.
La carta alude a la básica complejidad del peronismo que Jorge Luis Borges sintetizó en abril de 1983.
Fue cuando Borges le dijo a Raúl Alfonsín, El Providencial, presidente electo.
“Gracias a usted, doctor Alfonsín, hoy creo en la democracia”.
De repente Borges creía en la democracia porque Alfonsín le había ganado a Ítalo Luder. Al peronismo.
Si Borges antes no creía, era porque ganaban, siempre, los «peronistas incorregibles».
Entonces La Doctora, en su opus, desarrolla la certeza borgeana.
Las formas son secundarias. El fondo es siempre el peronismo.
En la instancia es intolerable el fracaso de Mauricio Macri, El Ángel Exterminador.
Pese a su representación popular -otra certeza- la Doctora no debía ser candidata.
Astucia para designar a quien la había criticado durante diez años. Para aliarse con quien prometía meterla presa.
Sin la derecha de la izquierda, sin la izquierda de la derecha, el Frente de Todos nunca hubiera triunfado.
Pero es utópico gobernar con la conformidad compartida de Sergio Berni y de Juan Grabois.
Con el encanto de la Agrupación Evita, de Barrios de Pie, y sin que se espante Martín Guzmán, El Chapito (o la Kristalina, o Roberto Lavagna, La Esfinge, que está en el banco de suplentes).
La desdichada barrida de Guernica y la pifiada en el campo de Los Etchevehere magnifican la falta absoluta de información profesional. De Inteligencia.
El Poeta Impopular necesita zafar del Complejo de Béliz y convocar con urgencia a una reproducción de Hugo Anzorregui, El Five.
Al menos otro Paco Larcher, El Espía que llegó de Abril.
La utopía módica
La deslealtad vecinal de Lacalle Pou legitima la réplica a la histeria kirchnerista por las pasteras.
Desaire más elegante que el de Batlle, quien sostuvo, con fuertes fundamentos, que “los argentinos son todos chorros”.
“Del primero al último”.
La contraprestación lícita al delirio colectivo representado en aquel Corsódromo de Gualeguaychú.
Uruguay se propone, en la chicana, como el paraíso “para los garcas argentinos”. En versión Pepe Mujica.
Es el vecino que le susurra a nuestra mujer golpeada:
“Venite conmigo, yo no te voy a pegar. Te voy a tratar mejor”.
O como en el tango: «Yo no sé si el que te tiene así se lo merece».
En la chicana, Uruguay deja de ser el balneario preferido para transformarse en el destino existencial.
Como durante la peripecia de Juan Manuel de Rosas. O de Perón.
Es consecuencia mecánica de la chicana Venezuela.
Remite a la identidad sensible del Frente de Todos.
Facilita la diferenciación de Sergio Massa, El Conductor, que no vacila en calificar como “dictadura”.
O la adhesión de fuertes caudillos territoriales como Carlos Raymondi, o la señora Alicia Castro. Denuncian ambos el acoso de Estados Unidos sobre Venezuela.
O el admirable sentido de equilibrista, con las pelotas en el aire y durante el semáforo rojo, del canciller Felipe Solá, Máximo Cuadro del Felipismo.
Admiten la condena fácil de los macristas que se envuelven en las banderas los fines de semana largos.
Repiten que no quieren que Argentina “sea otra Venezuela”.
La chicana Venezuela le sirve también a la exótica beligerancia de la señora Elisa Carrió, La Derrotada Exitosa.
Para apodar, a La Doctora, La Madura.
Legitima, por último, la chicana Venezuela, que se multipliquen los argentinos que ambicionan nacionalizarse uruguayos.
Utopía, en realidad, bastante módica. Sin la grandeza retórica de los «Países Hermanos» de la «Patria Grande».