Se derrumbó el abismo en “Trucumán” y un alzamiento popular restauró la pena de muerte. Quizá sea una de las tragedias más anunciadas de la historia: el empeño en negar la realidad incrementa las responsabilidades de las autoridades, que asisten alienadas a los desbordes de la anarquía. Es inapelable que la población desconfía del Poder Judicial. No es de extrañar porque, en la conversación privada, ningún juez, fiscal o defensor oficial expresa confianza en el sistema judicial en el que trabaja, más allá, por supuesto, “del metro cuadrado individual”. En público, la magistratura calla o se aferra corporativamente a un relato de institucionalidad carente de autocrítica que estimula el enojo social, lejos de aplacarlo. La cobardía y el miedo que hay en los Tribunales se entienden más desde que el juez Enrique Pedicone denunció al vocal Daniel Leiva: las señales indican que, como en las mafias, la ruptura del pacto de silencio será retribuida con una decapitación al estilo de la de Marco Avellaneda. Quizá haya otra ejecución, esta vez operada por el aparato estatal. Hubo alguien que, desde afuera, vislumbró y cuestionó este deterioro del Estado de derecho tucumano. Ese hombre acaba de morir. Se llamó Mario Juliano y le gustaba definirse como un simple juez de Necochea.
La fidelidad total hacia la Constitución cimentó la fama de Juliano, quien estaba corriendo un maratón solidario cuando falleció. Su obra fue la demostración más elocuente de que para “mover montañas” basta un magistrado persuadido de su misión. Enemigo del odio, Juliano profesaba la idea de la igualdad y criticaba, por ejemplo, a quienes propiciaban el goce selectivo de los derechos humanos: con su prédica y acciones enseñó que una preocupación real por las víctimas del delito exigía el mismo interés por los victimarios, y que la sanción no era incompatible con la reconciliación y el perdón si el conflicto había sido tratado con una vara tan humana como justa. Era consciente de que el descrédito de los Tribunales radicaba en su tendencia a encerrarse en la justificación de los privilegios y a tratar con indulgencia a los poderosos. Imbuido de sentido común y de la idiosincrasia de Tres Arroyos, el paraje rural donde había nacido, sabía que la caridad y el ejemplo empezaban por casa, y que la fuerza de la judicatura yacía en la autoridad moral de los juzgadores.
Este perfil tan próximo a las necesidades del pueblo llevó a Juliano a erigirse en una referencia de eso que tanto escasea en esta provincia: un Poder Judicial transparente, comprometido con la rendición de cuentas y al servicio del ciudadano. El jurista fallecido el viernes estaba seguro de que la mejor forma de que la comunidad entrara a los Tribunales y viceversa era mediante el cumplimiento de la cláusula constitucional que manda a instalar el juicio por jurados. Ese apostolado lo trajo con frecuencia a Tucumán: fue el alma detrás del simulacro de juzgamiento por un estrado popular escenificado en septiembre de 2019. Entre esas actividades, se escapaba a recorrer las cárceles y a conversar con los que estaban en aquella trinchera. A Juliano, que conocía el infierno penitenciario bonaerense, lo mortificaban las postales del submundo que había visto en la prisión de Concepción. Le parecía increíble que no estallara. “Pedile a Alicia (Merched, la jueza de Ejecución Penal del sur) que te lleve. Te vas a caer de espaldas”, recomendaba. Confrontaba el discurso político demagógico que había transformado al sistema penitenciario en una escuela de perfeccionamiento de la delincuencia con la difusión de la experiencia uruguaya de Punta de Rieles, que convierte a los privados de la libertad en emprendedores o empresarios. “Tenemos que marchar hacia allí tanto para el beneficio de los presos como para el del resto de la sociedad, que sostiene las cárceles costosas e ineficaces por medio de sus impuestos”, proponía Juliano en junio de 2019.
A diferencia de tantos otros gurús que “venden” sus recetas; sonríen a los que financian sus giras y se marchan, el juez de Necochea estaba suscripto a LA GACETA y seguía al día las noticias del descalabro institucional vernáculo. Tal vez el declive de la Cuna de la Independencia, sala de parto de la Nación y Jardín de la República le resultara sintomático de la decadencia argentina. O tal vez sólo fuese un reflejo de su aversión por la iniquidad o de su compasión por los oprimidos, pero lo cierto es que en julio, cuando el virus de la parentela tocó un pico en la cúpula judicial y aquí los jueces callaron, con la excepción del vocal decano Antonio Estofán, que defendió la potestad de nombrar a los hijos como relatores de la Corte, Juliano “se inmiscuyó en el lío ajeno” y criticó esa otra pandemia. Con todas las letras dijo que “el nepotismo había tomado por asalto a la Justicia de Tucumán”. Así, clarito y sin artilugios políticamente correctos, afirmó que el nombramiento de amigos y de parientes en los cargos públicos no sólo era una práctica condenable desde la ética, sino que también podía ser considerada una forma de la corrupción que erosiona la democracia.
“Me parece que se impone una revisión de los actos: se lo debemos a nuestras sufridas sociedades que están esperando de nosotros cosas mucho mejores. Esto nos pone ante la concepción que tienen muchos funcionarios que, cuando llegan a determinados sitios de poder, creen tener el derecho de apropiarse de ellos”, opinó Juliano en una entrevista del 17 de agosto. Algunos días más tarde, el juez bonaerense informó que el vocal de la Corte provincial, Daniel Posse, lo había emplazado a retractarse con una carta documento y que había mandado una copia de la intimación al máximo tribunal de su jurisdicción. “Yerra Posse al intimidarme: ratifico lo que dije y lo invito a reflexionar con todos sobre la conveniencia de que nuestros sistemas judiciales se compadezcan más con los principios republicanos”, contestó Juliano en otra publicación de LA GACETA. Hace casi un mes mandó una foto de una pelea en el lodo a propósito del desarrollo de la denuncia contra el vocal Leiva y prometió escribir un texto que planteara que nada queda en pie si las instituciones descienden al barro. No pudo hacerlo, pero no importa. Hubo una vez un juez que creía en la justicia.