Hartos, desesperanzados, angustiados, deprimidos, ansiosos, desesperados. ¿Cuántas veces desde que comenzó el aislamiento social obligatorio provocado por la pandemia de coronavirus hemos usado estas palabras? ¿Y cuánto recrudecieron esas sensaciones en este último mes acompañadas por la pregunta “hasta cuándo”? Animales sociales, al fin y al cabo, no estamos acostumbrados a perder contacto con quienes queremos, o simplemente con las actividades que nos hacen bien, aunque las desarrollemos en soledad. Pero no, las restricciones ocupan un enorme espacio en nuestras vidas y nos mantienen dentro de una burbuja cada vez más difícil de soportar.

Al inminente peligro de contraer coronavirus se suma entonces, además, la posibilidad de desequilibrios mentales que de una u otra forma redundan en nuestra salud física. Y el deseo cada vez mayor de transgredir las normativas impuestas y, al menos, ir a comer un asado con amigos o familiares. Así lo entiende también el psiquiatra Oscar Fiorio, psiquiatra y especialista en fobias y estrés.

“Hay un cambio notorio en todos nosotros. Hay un aumento del estrés social impresionante, por la exigencia que lleva cumplir con este cambio de costumbres, de pasar de tener una vida social a estar aislados. Menos mal que ahora están las redes sociales”, aseguró. Fiorio remarcó que hay un enorme incremento de consultas asociadas a esta problemática. “Al aumentar la demanda de permanencia en un hogar se presentan los problemas, los cambios de actitudes. En el corto tiempo es manejable, pero después se complica. Estamos preparados para hacer llevadero ese encierro durante 10 o 20 días, no para 200”, explicó. “Todo esto ya nos provoca un distrés, que es un estrés prolongado, que es dañino para el cuerpo. Aparecen señales de desgaste, sube el colesterol, el azúcar, bajan las defensas y comenzamos a somatizar”, agregó Fiorio.

Con él coincide el psicólogo Arturo Gómez. “A esta altura de la cuarentena, que ya no es tal ni sabemos cuál es el nombre adecuado, con más de 200 días de tener muchos de nuestros contactos habituales con el afuera suspendidos, vedados o recuperados solo parcialmente, incluso sin saber por cuánto tiempo como bares, gimnasios o clubes, tenemos en claro que la capacidad psicológica de soportar aislamiento tiene límites”. “Más allá de que la tecnología sin lugar a dudas ayudó muchísimo a poder transitar este tiempo y a sentir que de alguna manera nos podíamos comunicar con el afuera, también la pantalla llega un momento en que nos satura y necesitamos revincularnos con el mundo exterior, no sólo desde el punto de vista laboral o académico, que claramente son dos espacios vitales, sino también con el solo hecho de salir, caminar, estar en contacto con la naturaleza, ver a los amigos, a la familia, o recuperar vida de club”, agregó Gómez.

“Todo eso está generando un sentimiento de opresión y de ansiedad muy fuerte y es lo que hace que la gente demuestre con su conducta esta imposibilidad de seguir guardado. El hartazgo hace que la gente empiece a buscar cómo satisfacer sus necesidades aún a costa de asumir el riesgo de contagiarse”, explicó.

Fiorio advirtió que toda esta situación lleva a desarrollar fobias, temores exagerados. “Los que ya tenían trastornos obsesivos los incrementan y otros se pasan al otro lado, y ya no tienen miedo. Todo esto nos agarra mal parados”, indicó. “La gran mayoría debe acostumbrarse a nuevas formas de convivir, con pocas chances de sociabilizar. Hay gente que no puede dormir, hay aumentos notorios en trastornos de ansiedad y en todo eso aflora la violencia, que es una respuesta al estrés. Cuando no se pueden manejar ciertas cosas se apela a la violencia. Si me siento presionado puedo tomarme un tiempo, tratar de empezar a buscar soluciones que no sean la violencia que empeora el problema”, remarcó.

Gómez alertó que “hay un máximo hartazgo en un momento de máximo peligro. Eso va a contribuir a que se genere la inmunidad de rebaño, por la cantidad de infectados, y ojalá a la mayoría de las personas les resulte asintomático o en su versión leve para que el sistema de salud pueda dar respuesta, pero bueno, como Tucumán es una provincia densamente poblada sin dudas que el riesgo del colapso sanitario también está presente”. “Es importante empezar a tener en cuenta otras variables, trabajar para que la gente recupere la calma y la cordura, y cierta previsibilidad en su vida, que sienta que hay cosas que pueda volver a planificar. Hay una mezcla bastante peligrosa desde el punto de vista de la salud mental y física.

Fiorio remarcó que “quedarse con la imagen negativa no sirve, no se acaba el mundo con todo esto, en algún momento debe terminar. Si tenemos una visión derrotista nos vamos a deprimir y a angustiar más, debemos cambiar la filosofía y mirar con esperanza. La inmunidad en general de la población está aumentando. Esto no es para siempre, es momentáneo. No tenemos que ver el vacío medio vacío o medio lleno, debemos ver el equilibrio”, aseguró.

Gómez opinó que “es muy importante informar a la comunidad que deben hacer cosas que les genere sensación de recuperar la calma y la cordura, que se cuiden en lo que comen, que hagan actividad física, que tomen los recaudos y tengan conciencia y que además tengan algún contacto con los afectos primarios porque eso genera felicidad y gratificación, lo cual permite que tu sistema inmunológico también este en buen estado. El día debe tener motivaciones para las personas, porque si no es muy difícil mantener una buena salud mental”.