Lo que comenzó como un juego, se convirtió en una pasión minuciosa y artística. 

Rodrigo Aráoz tiene 37 años y es licenciado en Ciencias Biológicas. Luego de que finalizó su beca doctoral del Conicet para estudiar un ave de los ríos de montaña, y mientras escribe su tesis, golpe a golpe en su yunque se interesó por una antigua técnica que le permite confeccionar cuchillos únicos. 

Sus piezas tienen una terminación individual en la hoja, casi como una huella digital. El acero damasco, la técnica que utiliza Aráoz, se elaboró en Medio Oriente entre los años 1100 y 1750. Las espadas trabajadas de esta manera son legendarias por su dureza y por su filo, y actualmente -en diferentes rincones del mundo, como en Tucumán- han sido rescatadas por nuevas generaciones de metalúrgicos.

ESPECIALES. La elaboración artesanal les da un gran valor agregado.
DIVERSOS USOS. Estas piezas únicas constituyen una herramienta codiciada por los chefs profesionales, los coleccionistas y los amantes de los cuchillos
COMO SI SALARA UNA CARNE. Rodrigo le tira bórax en polvo que actuará de fundente, facilitando la soldadura de las distintas placas y evitando la oxidación.
TOMANDO FORMA. La hoja del cuchillo poco a poco se hace reconocible.
ES ÚNICO. No se reproduce el mismo patrón en una hoja de acero dos veces.
Golpe a golpe, el bórax que se introdujo entre las placas, cambia su estado transformándose en una especie de miel que es la que salpica en cada martillazo.
El proceso comienza con el corte de las placas de acero que formarán la hoja del cuchillo. Rodrigo usa un acero con níquel, que es el que le permite un acabado brillante al final del proceso. Un acero sin níquel culmina con una hoja oscura.
Las placas se sueldan intercaladas para formar el paquete.
El número de placas en un paquete puede variar
La fragua alcanza los 1300°C.
A esa temperatura el metal es de color casi blanco.
Como si salara una carne, Rodrigo le tira bórax en polvo que actuará de fundente, facilitando la soldadura de las distintas placas y evitando la oxidación.
Este paso del proceso se puede repetir varias veces, hasta que las capas estén soldadas entre si.
La hoja del cuchillo poco a poco se hace reconocible.
El cuchillo es sometido a un baño de percloruro férrico.
Esto permite revelar el patrón de la hoja.
Cada cuchillo es único e irrepetible.
Es imposible reproducir el mismo patrón en una hoja de acero dos veces.
Esto le da un gran valor agregado y lo hace una herramienta codiciada por los chef profesionales, los coleccionistas y los amantes de los cuchillos.