Los próceres ocupan un lugar destacado en la memoria de sus pueblos porque han sido personas notables, dignas, altruistas, que con sus acciones y procederes han revelado una inmensa vocación de servicio por sus comunidades. Con ello revelaron tremendo desprendimiento, sin más ambición personal que dar lo mejor de sí para construir una sociedad más justa; libre e independiente allá lejos. U organizada, un poco más acá.
¿Hoy no hay más próceres que aquellos que han merecido una estatua por su tránsito? ¿Nadie puede aproximarse a esos ejemplos de conducta? Esos cimientos para el país fueron hombres y mujeres con defectos y virtudes, propias de los seres humanos, pero que supieron hacer una diferencia en la historia porque han provocado cambios para bien, para un mejor pasar de sus conciudadanos, no sólo con acciones heroicas, épicas, sino con el aporte de su inteligencia puesta al servicio del bienestar general. De la organización del país.
Por sobre todo son ejemplos de vida, por lo que dieron, por cómo lo hicieron, por cómo vivieron, por lo que sufrieron; algunos murieron pobres; otros, lejos de sus orígenes, olvidados o no reconocidos.
¿Habrá entre los actuales alguien que, con el pasar de los años, por su aporte de hoy a la comunidad, se gane un espacio en la historia o una estatua en un paseo público? ¿O por lo menos el reconocimiento por hacer algo distinto a lo que muestra la clase dirigente? Porque son los que tienen responsabilidades en el manejo de la cosa pública los que deben dar los buenos ejemplos.
Lamentablemente, por lo que se viene observando, casi nadie pareciera tener vocación de prócer, ni siquiera de referente influyente en la sociedad que muestre intenciones nobles, desinteresadas, como lo es la de mejorar la realidad a partir de dar buenos ejemplos. Nada más que eso. Es por lo que se han ganado un lugar preferencial en la estructura social, se han convertido en dirigentes, han obtenido el reconocimiento para ocupar lugares de conducción, en puntales de los poderes políticos, en organizaciones empresariales, gremiales o de una simple ONG.
Hoy, además de honrar los cargos para los que han sido elegidos o ganados por méritos propios, actuando en el marco de las leyes, tienen una responsabilidad sencilla: dar el ejemplo. Como los próceres. De una forma simple: no desnaturalizando la función para la que han sido elegidos, sino honrándola, respetando las normas, pero por sobre todo, demostrando que pueden hacer una diferencia para mejorar la realidad, que van a dirigir sus pasos con honradez y humildad, que no los guía la ambición y una vocación de servicio hacia el prójimo; que no consideran el cargo un trampolín para obtener ventajas y privilegios personales.
El nepotismo es un pésimo ejemplo, degrada a las instituciones que forman parte y resta credibilidad en la función pública. ¿Cómo el que elige quien lo represente para que le mejore su calidad de vida, o que espera que los que deben imponer justicia sean justos, puede creer en sus dirigentes cuando observa que sólo piensan en sí mismos o en sus familias, en asegurarse su futuro y el de los suyos? Los que pueden modificar la realidad, no sólo por sus acciones en las organizaciones públicas, deberían pensar en el ejemplo que dan, que sus acciones pueden generar esperanza. No deberían ser instrumentos para el descrédito en las instituciones. Son hombres y mujeres que tienen la oportunidad histórica de cambiar la sociedad con un pequeño aporte. No se les pide que sean próceres, sino dirigentes responsables del espacio que ocupan, desinteresados, dignos de la confianza y del respeto ciudadano.