La noche se presentaba calma. La temperatura acompañaba el cierre de una tarde cálida. Las calles comenzaban a despoblarse. Algunos rezagados que salían del teatro o de los bares retornaban a casa. Los ruidos se iban apagando. Quedaba el acompasado paso de los caballos de carruajes o el menos común resoplido y traqueteo metálico de los pocos automóviles que había en la ciudad. La mortecina y amarillenta luz de las primeras lámparas del alumbrado público que se encendían dejaba, en parte, continuar con las caminatas y paseos. Ese 1 de septiembre de 1923 Tucumán incorporaba un adelanto tecnológico trascendental: se producía la primera transmisión radial abierta que podía ser recibida por aquellos que tuvieran los receptores correspondientes.

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Las emisiones de nuestra primera “broadcasting” se realizaron desde la planta alta de la Sociedad Sarmiento. La estación y el montaje de los aparatos fueron obra de socios del Radio Club Tucumán: Ricardo Frías, Ricardo Bascary y Alberto González Acha.

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Nuestra crónica de aquel histórico día expresaba: “la prestigiosa institución cuyos recientes triunfos la han colocado en lugar destacado entre sus similares, inició sus programas de conciertos selectos cuya realización constituye uno de los fines principales de la estación instalada en el edificio de la Sociedad Sarmiento”.

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El transmisor era producto de la industria nacional y provenía de los “talleres de la Compañía Radio Telefónica Argentina”. Había sido vendido por la casa Guerrero y Gache de Buenos Aires. Todas las instalaciones habían sido proyectadas y dirigidas por la comisión especial compuesta por Frías, Bascary y González Acha.

El primer programa, que comenzó puntualmente a las 22, fue abierto por el director de la Sarmiento, Juan Heller, que habló de este trascendental avance para la provincia y para la región.

La audición

Aquella primera audición se completó con una serie de interpretaciones de prestigiosos artistas y aficionados a la música de nuestra comunidad. Hubo una decena de actuaciones que se inició con “Preludio de Chopin y Vals de Brahms” a cargo de la pianista tucumana Sarah Carrera.

Con sus palabras el doctor Heller, quien años después fue presidente de la Corte Suprema, se convirtió en la primera persona cuya voz pudo ser escuchada a través de una transmisión radial pública en nuestra provincia.

La profesora Carrera fue la primera mujer e intérprete musical que fue escuchada a través de las ondas hertzianas en esta zona del país. El violinista Heraclio Vivié interpretó Aires Rusos de Wieniawski. Luego se presentó el violonchelista Carlos Olivares con Réverie de Schumann y Gavotte de Popper.

Al alcanzar la mitad de la programación, los tres músicos interpretaron Trío I de Mendelsshon. Tras ellos, Haydée Malmierca recitó el poema “La vuelta de los vencidos”, de Luis de Oteyza, y casi al finalizar la velada volvió al micrófono para presentar “Romántica”, de Teodoro Llorente.

PUBLICIDAD. La nueva tecnología incorporó nuevos elementos de consumo para los tucumanos, los aparatos receptores de radio.

De igual manera la soprano Irma Horrock intercaló sus actuaciones con los poemas de Malmierca. Interpretó la canción mexicana “Estrellita” y ”Villanelle”, de Eva Dell Acqua. Aquella emisión histórica concluyó con la presentación de Delfín Valladares, que declamó su “Plenilunio rural”. El padre de los reconocidos folcloristas Rolando “Chivo” y Leda Valladares fue quien le puso punto final a la primera transmisión pública de radio en Tucumán.

Estos programas se mantuvieron en forma regular. Se iniciaban a las 22 y estaban en el aire durante unas dos horas. Antes y después estos pioneros de la radiotelefonía interactuaban, con esos mismos equipos, con otros radioaficionados.

De esta manera se ponía en marcha una nueva forma de escuchar música, ya que hasta ese momento sólo se podía hacer con fonógrafos y con orquestas en vivo. Nuestros “locos de la azotea” emularon la primera transmisión radial Argentina que tres años antes, desde el techo del teatro Coliseo de Buenos Aires, Enrique Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica habían realizado el 27 de agosto de 1920, con la emisión de la ópera Parsifal. En Buenos Aires entonces había apenas 50 aparatos receptores. No sabemos cuántos había en Tucumán cuando se hizo la primera transmisión, pero aquellos pocos que pudieron escucharla vivieron un momento único e irrepetible.

El estudio

La crónica continuaba: “el ‘estudio’ está construido cuidadosamente con grandes tapizados que impiden la resonancia y el eco, cuyos efectos son perniciosos en las transmisiones. Esta parte de la instalación es quizás la más delicada y en ella ha sido necesario tener presente todas las leyes de la acústica para lograr la mayor perfección posible en la reproducción de los sonidos”.

Se informaba sobre los micrófonos especiales para música, conferencias, etcétera. Y la mesa del “anunciador”, que tiene a su alcance, además de la caja de interruptores, un teléfono directo que lo comunica con el operador. La línea de micrófonos tenía 50 metros de extensión y terminaba en dos “chokes” de radiofrecuencia destinados a impedir los efectos de reacoplamiento.

El operador controlaba la transmisión a la entrada de los aparatos de transmisión, a fin de ajustar la corriente que pasaba por la línea de micrófonos y el volumen del sonido. La corriente, una vez amplificada, “entra recién al equipo transmisor, cuyos tubos osciladores y moduladores irradian las corrientes que impresionan los teléfonos de las estaciones receptoras”.

“Un tablero de distribución de energía eléctrica y los equipos receptores completaban el conjunto de aparatos instalados en la casilla construida en la terraza del salón de actos, donde terminan también la bajada de la poderosa antena y la toma de tierra que ocupa una superficie aproximada de veinte metros cuadrados”, culminaba la crónica.

Para oír los conciertos bastaba un simple aparato con “detector a cristal cuyo precio varía entre treinta y cincuenta pesos, en el comercio, y mucho menos si se los construye”.

Antecedente

La primera transmisión radioeléctrica de Tucumán tuvo lugar el 29 de junio de 1919. El sacerdote lourdista Juan M. Cazes, desde el Colegio Sagrado Corazón, logró ser captado por otro pionero de la radiotelefonía tucumana, Ricardo Frías, de apenas 17 años, en su casa Las Heras (hoy San Martín) al 400, actual sede de la FET, distante casi un kilómetro.

Estas comunicaciones fueron preparando el camino. Decía El Orden del 14 de octubre de 1922: “Luego de las más diversas experiencias que la época podía brindar -escribía Frías -, con mi transmisor de apenas 5 vatios y el del Colegio, construido en colaboración con el padre Cazes, mantuvimos una conversación que fue oída en el tren El Rápido, que viajaba con destino a Retiro y estaba pasando por Ranchillos, a unos 35 kilómetros de esta ciudad”.