La respuesta social ante el coronavirus tiene distintas formas de expresarse. La más evidente es la presencia o no en las calles, sea en manifestaciones o simplemente en reuniones sociales, deportivas o salidas de esparcimiento; o el aislamiento en las casas y el respeto al distanciamiento y a las medidas de salubridad. Aunque en principio ambas alternativas parecen excluyentes, suelen darse en forma sucesiva: los mismos que se cuidan en un momento, al día siguiente adoptan la posición enfrentada.

Pero hay otro modo de demostrar la relación que cada persona tiene con el covid-19: son las prevenciones adoptadas a partir de distintas conductas cotidianas silenciosas, que no tienen registro público callejero.

Desde el comienzo se han cambiado hábitos y conductas, y uno de ellos ha sido el notorio retraso (considerable en muchos casos) en la atención de otras problemáticas de la salud, incluyendo enfermedades crónicas. Sólo la emergencia más latente hizo que se vaya al médico. Incide en esto, también, el hecho de que en la mayoría de las actividades para atención de la salud se han priorizado los casos de urgencia y se ha dejado para más adelante las emergencias no esenciales, como podría ser la rotura de un diente, por citar un caso de cientos. Así, se da una combinación entre la forma de atención y el cambio de hábito de mucha gente. Estudios diferidos, cirugías postergadas, visitas de control atrasadas y (lo que es más grave) vacunaciones que no se concretaron derivan en un escenario que está alarmando a los especialistas. Cuando se salga de la pandemia, habrá una larga lista de desatención de la salud que genera especial preocupación.

La pregunta lanzada desde el portal de LA GACETA a los tucumanos sobre si hay miedo a contagiarse arroja una pista sobre los comportamientos: el 78% de los participantes contestó que su temor era alto (la opción es “me preocupa mucho contagiarme”), mientras que el resto optó por responder “no le doy importancia al virus”. Estas opiniones son coincidentes con el preocupante pico de contagios en la provincia, que podría hacer endurecer las medidas de precaución y en momentos en que los recaudos deben ser más fuertes que nunca.

En las últimas horas se conoció además un relevamiento de la consultora Giaccobe y Asociados que mide el humor social a partir de encuestas a 2.500 argentinos en Buenos Aires y la Capital Federal, realizada entre el 10 y el 13 de este mes. Más allá de lo recortado de la muestra en términos territoriales (no abarca todo el país), y dejando de lado las consideraciones sobre dirigentes políticos, en la pregunta referida sobre cuánto temor siente frente a la idea del coronavirus (ya el uso de la palabra idea es sorprendente), el 54,1% de los relevados afirma tener “algo de temor”, mientras que las opciones “mucho temor” y “nada de temor” están prácticamente igualadas, con una leve preeminencia de la segunda de dos puntos (23.7% a 21.7%).

Esta paridad entre las posiciones extremas viene dándose desde fines de mayo, cuando el temor extremo aventajó por sólo tres puntos porcentuales a su opción enfrentada (distancia dentro del margen de error, tal cual pasa ahora). Luego, el empate primó en cada encuesta.

Ni en una punta ni en la otra. La mayoría de los argentinos relevados se ubica en el medio. Tal vez sea el diagnóstico más preciso de una sociedad que se visualiza quebrada por la grieta, pero que, en realidad, tiene más alternativa que las dos antagónicas.