Aunque hace un lustro se animó a sacar a la luz sus creaciones, la afición por la escritura llegó en la adolescencia de la mano de ese abuelo de mirada lunar, peronista hasta el tuétano, oriundo de Los Ralos, que le despertó la imaginación con “Cien años de soledad”, la puerta a un mundo nuevo, a esa necesidad de contar. Luego se convirtió en diseñadora de interiores y chef; seguramente la especialidad de la casa es la literatura. “El libro está lleno de historias de hombres y mujeres que han sido atravesados por el amor, el dolor, la pérdida, la alegría, que han conocido el valor de la amistad y la belleza que encierra lo cotidiano. Pueden suceder un día cualquiera, y así son contadas, sin orden ni calendario, solo por el hecho de que nos pasen cosas ya formamos parte de la magia del universo. Lo abstracto es rescatado desde la emoción de las cosas, de los hechos”, explica Claudia Fernández Vidal sobre “Historias mínimas de un día cualquiera”, libro que publicó a fines del año pasado.

La escritora, una de las voces nuevas de la literatura tucumana, señala que algunas historias son parte de su propio pasado y otras, fruto de otras historias, de otras personas, aunque “en el fondo siempre dejamos ver un poco de nuestra alma en lo que escribimos, jugarse la vida escribiendo es un lindo desafío, en definitiva, a todos nos pasan cosas parecidas”. La música es una llave de su sensibilidad: “hay historias que tienen el color de ‘Alma de diamante’, de Spinetta, de tangos que amaron mis abuelos, de canciones que me gustan del rock nacional y a veces, algún blues. Mi libro me suena a música, lo escribí como me fue saliendo, disfrutando el viento de la puna a veces, el sol profundo de esos lares, pasé por todos los estados de ánimo... me dio felicidad escribirlo, pensarlo, armarlo… cuando algo nos resuena tanto no queda más remedio que compartirlo con los demás”, apunta.

Duendes y resurrección

En 2018, Fernández Vidal dio a conocer “Pocho y la Ubaldina, un pícaro duende soñador”, un audiolibro infantil, acompañado por una obra de marionetas, trabajo le permitió llegar a escuelas y colegios y participar de la Expo Libros Salta en 2019. “Es muy especial para mí, lo llamo el libro de la resurrección porque nació al mundo tiempo después de morir mi padre. Lo fui escribiendo en medio de viajes al norte, historias de duendes que me contaban en esos pequeños pueblos de la Quebrada y así surgió el personaje principal que es un duende enamorado. Quise sacar a los personajes del cuento para que fueran reales; en esa etapa, Romina Muñoz, directora del Teatro de Títeres del Ente Cultural, construyó las marionetas. Después decidimos grabar el cuento con una voz en off, con sonidos de fondo y música elegida. Todo superó mis ideas primerizas para mejor. Mandé a imprimir el cuento y se adosó el CD. Después se construyó una escenografía móvil en cartón duro y pintado; los títeres actúan sobre un escenario de mesa y son maniobrados por Luciana González, titiritera del Teatro Estable. Es una performance que dura 22 minutos, en ese tiempo los niños se obnubilan con los muñecos, se ríen, y al final quieren tocarlos y sacarse fotos”, señala.

- ¿La vida es una historia mínima? ¿Por qué escribe?

- La vida no es una historia mínima, es un flash, donde hay que bailar con la música que nos toque. Donde a veces “hay que inventar respiraciones nuevas”, como dice el poeta Roberto Juarroz. Hay un verso de Antonio Machado que dice: “se miente más de la cuenta por falta de fantasía, también la verdad se inventa...” Pero yo cuando escribo elijo hacerlo desde la realidad de las cosas, así he logrado exorcizar los dolores y tragos amargos, y también inmortalizar el buen amor de los buenos tiempos, solo esos que dejaron su paso indeleble. Escribo porque aunque mi piel no es azul ya respira tinta, la huele, la disfruta. Escribo para dejar mi huella de esta mujer que soy y para abrazar a todas las mujeres de mi árbol genealógico y en un guiño hacer mi tiempo, este tiempo más hermoso, más libre.

Relato: “La culpa de nadie”

Hay una culpa huérfana dando vueltas por ahí. Me persigue, me pisa los talones, me susurra bajito, me pide que la haga mía. A veces me sorprende y despierta por las noches, como sorprende la muerte a las tres de la mañana en el pasillo vacío de un hospital. Otras, arremete con fuerza, desbocada, sin modales, como lo hace la pasión que consume a los amantes, en un hotelito barato de sábanas apolilladas. Algunas tardes la descubro olvidada, muerta de pena, en el cajón de los recuerdos, esos que mejor no revolver, por el temor a que vuelvan a ser. La vi vestirse de novia un día de noviembre, caminando hacia un altar, donde nunca llegó a dar el sí. La encontré en todos los lugares posibles, en todos los rostros donde creí podía encontrar el amor. Me la olvidé algunas veces sin saber que la había olvidado. Una mañana me miró a los ojos, la besé en la boca y se fue. Porque esa es culpa que no era mía, porque esa culpa no es de nadie.