“En Tucumán no pueden hacerse ciclovías porque las calles son muy angostas”. Este es uno de los argumentos más recurrentes entre quienes se oponen o son escépticos con los medios de movilidad urbana saludables, económicos, silenciosos y no contaminantes, como alternativa al nocivo transporte a combustión.

Lo grave -por el gran desconocimiento que implica- es que este argumento erróneo no sólo es repetido por el ciudadano común, sino incluso por funcionarios municipales, que se supone deberían estar mejor informados.

Como puede verse en los ejemplos de las imágenes que acompañan esta columna, acotadas por una cuestión de espacio, son numerosas las ciudades en el mundo que han implementado red de ciclovías sobre calles iguales e incluso más estrechas que las del microcentro tucumano.

No sólo en ciudades europeas, con cascos históricos antiguos que tienen arterias muy angostas, sino también en metrópolis sudamericanas, como Bogotá, Santiago de Chile, Rosario de Santa Fe o Buenos Aires, cuyos barrios más antiguos cuentan con cuadras bastante reducidas en su amplitud.

En Tucumán las calles más angostas están en el microcentro, pese a ser incluso más amplias que las de, por ejemplo, Oslo, capital noruega, que cuenta con circuitos para bicis que recorren el casco más antiguo y estrecho.


Un ejemplo a imitar

Con el programa “Mi bici, tu bici”, que comenzó a desarrollarse en 2008, la ciudad santafesina de Rosario es vanguardista en Argentina en materia de descongestión vehicular, ordenamiento del tránsito, planificación urbana y en la promoción de medios de movilidad saludables y económicos.

Rosario viene sosteniendo un programa de desarrollo urbanístico sustentable, que ya se toma como ejemplo en muchos países, y que, lo más importante, han podido sostener y continuar más allá de los cambios de las distintas administraciones, aún entre partidos políticos opuestos, algo inusual en Argentina.

Con 139 kilómetros (1.390 cuadras), Rosario es la ciudad que cuenta con la red más extensa de ciclovías permanentes por cantidad de habitantes del país.

Desde el inicio de la cuarentena y los protocolos de distanciamiento social, sumado a las prolongadas huelgas de colectiveros (que afecta por igual a muchas urbes argentinas), esta ciudad santafesina amplió esta red en 34 kilómetros de bicisendas temporarias, es decir que funcionan durante los horarios picos.

En cambio, los otros 139 kilómetros son permanentes, con separaciones físicas y señalética obligatoria.

De esta manera, los rosarinos incrementaron un 25% la red existente, alcanzando un total de 173 kilómetros. No hicieron más que subirse a una tendencia mundial desde que comenzó la pandemia, que es restringir el uso del transporte público, descongestionar el tránsito en las zonas comerciales o más densamente pobladas y promover la movilidad a pie, en bicis (a pedal, eléctricas o mixtas) y los monopatines (públicos o particulares).

La OMS alertó que la bicicleta ofrece un desplazamiento rápido, seguro y barato para los trabajadores esenciales y de actividades exceptuadas.

ROSARIO. Las angostas calles del centro rosarino no fueron un impedimento para que se hicieran ciclovías.

El municipio informó que desde que Rosario lanzó el programa “Mi bici, tu bici” y gracias a los carriles exclusivos disminuyeron un 65% los accidentes de tránsito que involucran a ciclistas.


El autoboicot tucumano

El principal problema tucumano para avanzar en esta tendencia mundial saludable no es el escaso espacio de las calles -como se ha demostrado en decenas de ciudades del planeta-, sino que es el estacionamiento callejero descontrolado y la falta de voluntad política para afrontar un cambio.

Pocos conocen que, por ordenanza, el estacionamiento está prohibido en todas las avenidas de la capital.

Sin embargo, el 90% de las avenidas tienen autos aparcados de punta a punta, en ambos lados.

Lo mismo ocurre con las cuadras ubicadas dentro de las cuatro avenidas: macrocentro, Barrio Norte y Barrio Sur.

En la mayoría de estas arterias el estacionamiento está prohibido, o bien las 24 horas, en el microcentro, o bien de 6 a 22, de lunes a viernes, y de 6 a 14, los sábados.

Basta recorrer la ciudad a diario para comprobar que esta disposición no se respeta en lo más mínimo.

Salvo escasas excepciones, como algunos tramos de Santiago del Estero, Crisóstomo Álvarez o 24 de Septiembre, entre otros pocos ejemplos, la mayoría de las calles cuentan con un carril menos a causa de los autos detenidos, incluso en las paradas de ómnibus. Y donde hay vehículos estacionados, inevitablemente habrá otros en doble o triple fila que necesariamente deben detenerse para el ascenso o descenso de pasajeros.

Con que haya un único auto en doble fila, en el acto reduce el ancho de toda la cuadra a un solo carril en cuanto a fluidez del tránsito, ya que se forma un cuello de botella.

Un caso paradigmático, ideal para el estudio de psicólogos sociales, es el de la calle San Juan. Es la única arteria que recorre el centro sin cortes (ferrocarril y peatonales) de oeste a este en nueve cuadras, desde avenida Sarmiento hasta 24 de Septiembre.

Sin embargo y pese a ser una calle angosta (no menos que las del microcentro porteño), por allí circulan colectivos y está estacionada con autos de punta a punta. Un dislate inexplicable.

Así nos complicamos la vida los tucumanos, con un poder de policía municipal absolutamente ausente y una cultura social de irrespeto total a las normas.

En definitiva, las calles tucumanas no son angostas; la que es estrecha es nuestra mentalidad.