“Hola, disculpe, estoy sin trabajo y no tengo nada para comer. ¿Me podría ayudar?”. Así suele abordar Agostina Foggiato a quienes caminan por el microcentro de la capital provincial. Hace siete meses que perdió su trabajo en un vivero y depende de la solidaridad y la buena voluntad para poder comer.
“A través de una cooperativa trabajábamos 12 mujeres en un vivero que estaba en mal estado. Hacíamos plantines para que salgan plantitas nuevas. Después empezaron a robar plantas, cerró el vivero y la cooperativa se vino abajo”, le cuenta a LA GACETA.
La joven de 28 años dice que si bien no le gusta pedir plata en la calle, no le queda otra ya que no le alcanza con vender los cactus que hace en su casa. “Antes no salía a pedir porque tenía mi trabajito. Es triste para mí porque no me gusta andar pidiéndole a la gente. No me parece que esté bien, pero nunca saldría a robar”, explica.
Vive en Los Vallistos (Banda del Río Salí) con sus dos hermanos, su madre y el esposo de esta. Hubo veces que, por discusiones con su familia, durmió en la calle. “Mis gastos consisten en ayudarla a mi madre, que no cobra IFE ni nada, a comprar verduras, carnes para que pueda cocinar. Tenemos un calefón a leña y nos podemos bañar gracias a eso”, cuenta.
Busca trabajo y no encuentra. El contexto económico, con sectores en caída, tampoco la ayuda. “La gente anda como fundida, porque pido trabajo y me dicen que están en mala situación por la pandemia. Incluso ya casi ni plata me dan en la calle. Agata les alcanza para ellos”, afirma. Antes percibía un sueldo de $8.000, que era bajo, pero recuerda que al menos podía comprarse ropa o hacer algo tan simple como sentarse a tomar un café.