“Se entiende por vacuna cualquier preparación destinada a generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos”, define el glosario médico de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las investigaciones experimentales sobre el coronavirus que desarrolla la Universidad de Oxford junto al laboratorio AstraZenac alcanzaron, justamente, el último punto de ese concepto. ¿Quiere decir que el mundo está a punto de conseguir una solución que ponga fin a la pandemia que sacude al mundo desde hace meses? No, aunque constituye un avance “realmente alentador”.

Ese es el criterio de tres expertos en enfermedades infecciosas de Tucumán consultados por LA GACETA que, en coincidencia con las advertencias de la comunidad científica mundial, establecieron que aún queda un largo camino hasta obtener la vacuna definitiva. “El estudio de Oxford todavía es muy reciente para entender cuánto puede durar la protección”, reseñó The Lancet, la revista médica que difundió el lunes los resultados obtenidos por la casa de altos estudios británica.

Esa investigación, además, no es la única que ha dado ya varios pasos en la carrera por combatir el SARS-Cov-2, el virus que ocasiona la covid-19. De los 140 proyectos que evalúa la OMS, unos 20 están siendo probados en humanos mediante ensayos clínicos. En tanto, al menos cuatro han avanzado hacia la fase III, que incorpora a sus pruebas varios miles de participantes. Hasta que finalice esta etapa -que Reino Unido está iniciando-, no se sabrá si la vacuna cumplirá con todos los requisitos para ser aprobada y, luego, comercializada de forma masiva.

Seguridad y eficacia

“La noticia (de Oxford) es alentadora porque indica que el proceso de investigación ha avanzado en un tiempo bastante veloz. Una vacuna requiere tres componentes: seguridad, tolerancia y eficacia. La fase III demostrará ahora si todo esto es posible en la vida real a mayor escala”, explica Gustavo Costilla Campero, vicepresidente de la Sociedad Argentina de Infectología. Ocurre que las pruebas inglesas se efectuaron sobre 1.077 voluntarios y, tras un mes, el 91% de ellos generó anticuerpos (fue del 100% entre quienes recibieron dos dosis). Ahora, los ensayos se ampliarán a 57.000 personas en Estados Unidos, Reino Unido, Brasil y Sudáfrica. Argentina ya pidió ser parte.

“Esta es una línea de investigación que está un poco más avanzada que otras, pero pronto varias pasarán a la siguiente fase. La emergencia global provocará que en unos meses tengamos al menos datos preliminares”, prevé el médico infectólogo. Allí es donde entrarán en juego dos aspectos que, según su análisis, marcarán la diferencia: la especifidad y la memoria que la vacuna consiga. “Necesito que sea para un microorganismo y no para otro. Luego, que permanezca en el organismo el tiempo suficiente para reducir la incidencia de la enfermedad”, profundiza. Y, si bien reconoce que aún es pronto para saber si esas exigencias son visibles en los proyectos en curso, se adelanta: “cuando no hay ninguna vacuna, la primera que sea aprobada será la mejor ”.

Cuestión de cautela

La prudencia y la paciencia deben reinar en el mundo pandémico. A pesar de que las investigaciones médicas son optimistas, los expertos evitan hacer promesas ilusorias y establecer plazos. “No es lo mismo vacunar a 2.000 personas que a un millón. Hay muchas drogas que se cayeron en fase III porque no dieron los resultados esperados”, advierte Costilla Campero sobre los avances de Oxford. En esa misma línea, el infectólogo Juan Manuel Núñez y la bioquímica Ana María Zamora consideran que el recorrido por delante aún es largo y sinuoso. “Cuando aumenta el número de involucrados, pueden surgir efectos adversos que antes no habían aparecido”, aporta el primero. “Las siguientes evaluaciones son sobre muchísima gente. No puedo poner plazos, pero sí sé que en poquito tiempo no va a ser”, pronostica la segunda.

Ella -que es miembro de la División de Virología del Laboratorio de Salud Pública de Tucumán- menciona, además, que la seguridad de la medicación en curso resulta crucial no sólo para evitar respuestas nocivas en la población, sino para mantener su predisposición a aceptar la inoculación. “Los movimientos antivacunas infunden miedo. Son cuestiones muy delicadas, por eso hay que tomarse el tiempo necesario para garantizar la eficacia, la seguridad y la inmunogenicidad de todos los voluntarios en múltiples grupos poblacionales”, fundamenta Zamora.

Inmunidad y cobertura

Para conseguir resultados veloces, una de las particularidades del proyecto británico -bautizado ChAdOx1 nCoV-19- es que utiliza como plataforma un vector viral no replicante. ¿Qué quiere decir? Que está basado en otro virus inactivado y genéticamente modificado para que no cause infecciones en las personas y logre “parecerse” al que ocasiona la covid-19. “A través de un adenovirus de chimpancé, cuyas espículas exteriores no expresan las propias sino las del coronavirus, se estimula el sistema inmune para generar anticuerpos neutralizantes”, especifica la bioquímica. Ese proceso complejo, hasta ahora, logró producir los dos tipos de inmunidad necesarios para evitar contagios.

Una es de tipo humoral y la otra, celular. “La primera está dada por los anticuerpos que reconocen el coronavirus -en este caso- y las células infectadas. Luego, la segunda es necesaria para contar con los linfocitos T y los macrófagos que destruyan las células afectadas por el virus”, desarrolla Núñez. “La respuesta celular es muy importante porque los virus son organismos intracelulares”, añade Zamora.

¿A cuántas personas llegará la vacuna una vez que esté finalizada? Desde ya, los expertos son conscientes de que “resulta imposible” inmunizar a toda la población. Los tres consultados hablan de “enfoques de riesgo”, que consiste en dar prioridad a los grupos más afectados dada la escasez.

Argentina y los proyectos avanzados

1. Con una plataforma que involucra un vector viral no replicante, la vacuna de Oxford produjo respuestas inmunes de anticuerpos y células T.

2. Argentina le pidió a la institución inglesa ser parte de sus pruebas. El país ya está incluido en el proyecto de Pfizer, que lidera EE.UU.

3. Se estima que Pfizer inicie sus pruebas en el país en septiembre. A diferencia de Oxford, esta vacuna utiliza una plataforma de ARN.