Para las autoridades, era el enemigo público número uno. Para la prensa, el hombre que obligaba a los habitantes de las zonas rurales a dormir con un ojo abierto y con la escopeta a la par de la cama. Para el pueblo, la persona que luchaba contra los poderosos y que repartía los botines que robaba entre los pobres. Ramón “El Gauchito” Reynoso fue todo eso y mucho más. Pese a que su figura quedó en el olvido, representó lo que fueron los bandidos rurales en nuestra provincia. Fue acribillado por la policía mientras dormía con su amante.
Poco se sabe de la vida personal del “Gauchito”. No existen detalles del día en que nació y, mucho menos, de cómo fue su infancia. Sí se conoce a la perfección su carrera delictiva, o mejor dicho, de los homicidios en los que se lo incriminó, pero por los que nunca fue condenado. Varias causas iniciadas en su contra terminaron archivándose. No así su fama. Como ocurría en esos tiempos, en Aguilares, lugar de influencia de este bandido, llovía y Reynoso terminaba detenido. Eran épocas difíciles, donde los sectores populares se sentían desplazados por el progreso que intentaban imponer los dirigentes y los policías usaban sin problemas “la portación de antecedentes” para esclarecer un caso.
El licenciado en historia Agustín Haro estudió a este personaje. “Fue una figura muy particular que tuvo una gran relevancia a nivel provincial”, sostuvo. “La prensa de la época habla de que sus primeras apariciones delictivas se produjeron cuando tenía entre 13 y 14 años, pero en su prontuario policial comienza a ser confeccionado cuando contaba con 18 o 19 años”, agregó.
Su nombre se hizo famoso por un crimen que sacudió a los tucumanos en marzo de 1921. El vicepresidente del Concejo Deliberante de Concepción, Estanislao Uraga, fue asesinado en su casa cuando intentó evitar el robo. La Policía elaboró una teoría sobre el homicidio del reconocido dirigente del partido Liberal: su ama de llaves, Perfecta Rogelia Fregenal, le abrió la puerta a su sobrino Reynoso para que cometiera el asalto, según la versión de la fuerza de seguridad. El joven no estaba solo; tuvo como cómplices a Martín Leiva (mano derecha de Andrés “El Manco” Bazán Frías) y Marcelino Pascual Peralta (hermano de Segundo “Mate Cosido” Peralta, histórico bandido rural). Los cuatro terminaron en prisión por el hecho. “Por las torturas que sufrió en la comisaría y en la cárcel, Peralta terminó autoincriminándose, pero la causa se fue desviando y Reynoso, a pesar de que estuvo varios años encerrado, terminó desvinculado. A partir de allí, comenzó la persecución policial”, comentó Haro.
Otros hechos
El historiador señaló que a partir de 1920, “El Gauchito” comienza a cometer una serie de robos en distintos lugares del interior. “Entre 1926 y 1927 se produce una especie de boom de acusaciones en su contra, por lo que termina siendo encarcelado una vez más. Cuando recupera la libertad, las autoridades lo responsabilizan de otros graves hechos de los que nunca se pudo comprobar que haya sido el verdadero autor. La peligrosidad del delincuente se medía a partir del arrojo que tuviera para enfrentar el orden que buscaba imponer el Estado”, explicó Haro.
Entre otros crímenes, la Policía acusó al “Gauchito” de haber asesinado el 14 de julio de 1933 al vicepresidente de la Comisión de Higiene y Fomento de Famaillá, Francisco Palacio Álvarez. “Era un hombre muy estimado por los sectores populares por haber creado un consultorio de protección infantil y luego el programa alimentario ‘Una Gota de leche’”, explicó Haro. Días después, los policías detuvieron al principal sospechoso del hecho: Estergido Lazarte, supuesto amigo de Reynoso. El acusado no dudó y responsabilizó del hecho a su “compañero de fechorías”.
Entre el 24 y 25 de agosto fue asesinado, en un intento de robo, el comerciante José Chahín, en la localidad de Los Chañaritos, jurisdicción de Los Vázquez, al sur de San Miguel de Tucumán. Otra vez “El Gauchito” ocupaba los principales títulos de los diarios de la época. Sin embargo, nunca se encontró una prueba en su contra para incriminarlo. Otra vez la “portación de antecedentes” se imponía en la provincia. Y lo más grave del caso es que Reynoso nunca tuvo la oportunidad de probar su inocencia.
La caída
Los aguilarenses aseguraron que Reynoso era un hombre de amores fáciles. Los brazos de las mujeres eran el mejor antídoto de tantos días de fuga, de acusaciones falsas y de una segura vida corta porque los policías buscaban matarlo como sea. En septiembre de 1933, a través de una carta enviada por un allegado, le avisa a su amante, María Patrona Suárez, que iría a visitarla. En ese humilde rancho todos se prepararon para recibirlo. La figura de la muerte, que en esta oportunidad se vestía con uniformes color tierra, se había enterado de su movimiento.
“El famoso bandolero a quien la Policía buscara y que fuera para ella un verdadero fantasma, ha caído por un romance. El que sabía esconderse cuando los sabuesos policiales lo acosaban, descuidó la propia vida por el amor de una mujer, que era la que no le dejó, un solo instante, abandonar los pagos donde ha salido hallado y muerto”, escribió un periodista de LA GACETA.
Una comisión policial se presentó en la casa de los Suárez un 12 de septiembre de 1933 antes de que el sol apareciera. Sigilosamente rodearon el rancho construido de adobe y paja. La versión oficial diría que el valiente sargento Sergio Jesús Carrizo se paró al frente de la cama de la pareja y, cuando Reynoso se dio cuenta, le hizo un disparo que no dio en el blanco. La respuesta fue inmediata: recibió una lluvia de balas. Tuvo la hombría y los reflejos suficientes para empujarla del destartalado catre y salvarle la vida. “María Petrona Suárez había satisfecho su anhelo sentimental, se unió con su hombre ideal, y después de una noche de recuerdos memorables para su vida de joven enamorada: vio morir a su lado por los proyectiles policiales al compañero que tanto quería y que tantos males se le imputaba”, agregó LA GACETA dos días después de la muerte del bandido.
Un bochorno
La muerte del “Gauchito” generó un escándalo a nivel provincial. En primer lugar, se descubrió que el hombre había sido fusilado. Los efectivos no le dieron la voz de alto. Entraron y dispararon a matar. Juan Ángel Carrizo, de 13 años, tiró por tierra la versión policial del enfrentamiento. Con mucha valentía contó que el sargento Carrizo, después de haber acabado la vida con el temido delincuente, salió de la habitación y con su propia arma le disparó al sombrero como prueba del inexistente tiroteo. “En este caso, los delitos que se han acumulado sobre los hombros de ‘El Gauchito’ no serán probados. La noticia cerrará el libro de la historia de estos delitos, sin mayores preocupaciones, dándose terminada por la muerte de su supuesto autor. Pero la conciencia pública no se dará por satisfecha, pues para ella era menester la prueba clara y terminante de su confesión y no la suposición más o menos documentada, pero prejuiciada para la generalidad de la policía”, opinó el periodista de nuestro diario.
Y los desatinos de la fuerza continuaron. El comisario Aráoz Cuesta decidió velar el cuerpo de Reynoso en la mismísima comisaría de Aguilares. El cadáver fue puesto en el cajón más rústico que encontraron. El cuerpo del “Gauchito” estaba semidesnudo y bañado en sangre. Lo colocaron en una diminuta pieza para que los vecinos le dieran el último adiós. “Atentándose al pudor, a la conciencia y al más elemental sentimiento humano, dicho funcionario creyó que exhibiendo este lamentable trofeo, se ganaba la policía un lauro más”, publicó LA GACETA.
Los habitantes fueron a la comisaría, pero a rendirle culto a Reynoso. Decenas pasaron por esa habitación y le colocaban velas encendidas. “Este homenaje se acentuó demasiado, cosa asintomática en el pueblo que tiende al vicio supersticioso de santificar delincuentes, como sumamente perniciosa y que no debe ser permitida por significar una rémora para la cultura general de los habitantes, no sólo del campo, sino también de la ciudad, como lo demuestra el lamentable ejemplo de Bazán Frías”, se leyó en LA GACETA.
El 13 de septiembre, cerca de las 14, a bordo de un automóvil municipal, las autoridades trasladaron el cuerpo del bandido hacia el cementerio de esa ciudad. Decenas de personas participaron del acompañamiento que fue encabezado por Aurora Reynoso, la madre del “Gauchito”. “No acertamos a comprender la sugestión que este hombre ejerciera en la masa popular, pues no puede ser de otro modo, dada la demostración de los afectos hecha en este acto. ¿Acaso la prevención natural del nombre del pueblo contra la policía haya sido factor decisivo de este caso? No dejó de ser también una protesta contra la que fuera ultimado, pues, aunque delincuente y peligroso, el sentimiento humano rechaza esos extremos”, publicó LA GACETA.
Suárez no pudo despedirse de su amado. La tuvieron varias semanas encerrada en un calabozo sólo por ser la inseparable compañera de Reynoso. El cronista de nuestro diario, antes de que la encerraran, logró arrancarle unas palabras: “todos esos momentos fatales, pero de una emotividad sin límites, María Petrona los recuerda repitiéndonos la última frase que antes de acostarse le dijera Reynoso: ‘me hacen muchas injusticias, acusándome de todo, pero yo no soy como dicen. Sólo Dios sabe la verdad”.