El 7 de julio de 1930 la esposa de Arthur Conan Doyle encuentra al escritor de rodillas en el piso, doblado de dolor, agarrándose el pecho, en el pasillo de su casa de Windlesham Manor, en Crowborough, East Sussex. Doyle mira a su mujer y le dice: “eres maravillosa”. Fueron sus últimas palabras. El creador del detective más famoso del mundo, Sherlock Holmes, murió de un fulminante ataque al corazón.

Los católicos desataron un conflicto con respecto al lugar donde debía “descansar en paz” el escritor, ya que Doyle se consideraba un espiritista. Por este motivo fue enterrado el 11 de julio de 1930 entre las rosas del jardín de su casa en Windlesham. Más tarde fue trasladado a una tumba junto con su esposa en el cementerio de Minstead, en New Forest, Hampshire.

Si bien Sir Arthur Conan Doyle es mejor conocido por sus historias de Sherlock Holmes, ese no era el trabajo que más valoraba. De hecho, se refiere de forma despectiva a su detective y “al bastante estúpido doctor Watson” en su única entrevista para la televisión, sentado en el mismo jardín donde estuvo enterrado.

Cuenta durante la entrevista: “yo era un médico joven y tenía un curso de capacitación científica, y solía leer historias de detectives; me molestaba que en esas historias anticuadas el detective siempre parecía llegar a sus resultados por suerte o por casualidad. Por esto pensé en convertir los métodos científicos, por así decirlo, en el trabajo de investigación del detective”.

Lo que llamaba realmente la atención de Conan Doyle era que sus lectores creyeran que sus personajes eran reales. Recibía cartas dirigidas a ellos, incluso algunas señoras se ofrecían a ser ama de llaves de estos personajes.

Conan Doyle estaba muy orgulloso de sus novelas históricas y las consideraba sus mejores trabajos y sentía que Sherlock le quitaba tiempo en temas importantes como el espiritismo, por eso decidió matarlo en las cataratas Reichenbach en los Alpes suizos. Esta aventura con la muerte del detective se publicó en diciembre de 1893 en la revista The Strand, lo que provocó que más de 20.000 lectores cancelaran la suscripción. Este es el motivo por el que en 1901 Sherlock Holmes reaparece en “El sabueso de los Baskerville”.

Sin embargo, Conan Doyle dejó en claro que Holmes no estaba vivo, que esta historia era anterior a su muerte en Reichenbach Falls.

Por eso declara en la entrevista: “la gente me pregunta si escribiré más historias de Sherlock Holmes, ciertamente no creo... A medida que envejezco, los asuntos psíquicos siempre crecen en intensidad y uno se vuelve más serio al respecto”.