Por Gabriela Mayer
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Desde su cuarentena en Bogotá, Plinio Apuleyo Mendoza rememora a sus 88 años que el Nobel de Literatura “nunca perdió su añoranza de su tía abuela que en la noche hablaba con sus parientes muertos en el patio de su casa”. Plinio y Gabo simpatizaron en los ’50 en París, compartieron su pasión por el periodismo y, casi como en una novela del padre del realismo mágico, se vieron por primera y última vez en la capital colombiana.
A fines de los ’40, relata vía correo electrónico, conoció allí a un muchacho “ruidoso, borracho, mal estudiante”. Muchos años después, se despedía del amigo ya aquejado por Alzheimer, al que logró “recordarle cosas que había olvidado”.
El coautor del Manual del perfecto idiota latinoamericano también hace gala de su memoria para evocar las diferencias políticas que fueron surgiendo entre ambos, así como las penurias económicas de Gabo en una buhardilla parisina y el célebre puñetazo que Mario Vargas Llosa le propinó al colombiano.
Plinio, asimismo padrino del hijo mayor del escritor, dejó testimonio de su amistad con García Márquez en libros como Aquellos tiempos con Gabo y El olor de la guayaba. En este último, escrito a cuatro manos, el novelista nacido en Aracataca revela entre otros cómo se inspiró, camino a Acapulco, para escribir Cien años de soledad.
- ¿Cómo conoció a Gabo? ¿Qué impresión le causó?
- Lo conocí en un café de Bogotá cuando yo tenía 16 años y él 20. No nos hicimos entonces amigos. El Gabo de entonces era para mí un típico costeño, es decir, un muchacho de la costa Caribe, ruidoso, borracho, mal estudiante, vestido con un descuidado traje tropical que le hacía vulgares propuestas a la camarera, mientras yo era lo contrario: un “cachaco” nacido en el frío altiplano, tímido, cortés y respetuoso.
- ¿Y cómo surgió la amistad entre ustedes?
- Fue ocho años después, en 1955. Gabo llegó a París como corresponsal del diario colombiano El Espectador. Yo escribía notas en El Tiempo, después de estudiar en el Instituto de Ciencias Políticas de París. Gabo había escrito La hojarasca, su primera novela, que había sido comentada con éxito en Colombia. Ambos nos alojábamos en el Barrio Latino; mi hotel quedaba frente al suyo. Yo lo llevaba a casa de mis viejos amigos o a los restaurantes de la zona. Hablábamos siempre de literatura; yo le hacía observaciones sobre La hojarasca y él sobre mis llamadas prosas líricas. Mi padre las recogió en un libro firmado por mí, titulado Mis primeras palabras.
- ¿Qué dificultades económicas atravesó García Márquez antes de ser famoso?
- La pobreza de Gabo nació cuando El Espectador fue cerrado por el dictador Rojas Pinilla. Fue algo muy grave, porque el sueldo de este diario era su único ingreso. La dueña del hotel lo dejó quedarse en una buhardilla en el último piso. Traté de prestarle dinero, pero él no aceptó, porque no tenía cómo pagarme. Resolví entonces visitarlo al mediodía para llevarlo a almorzar. Gabo trabajaba hasta las tres de la madrugada en su nueva novela. El gran empeño que tenía por delante era terminarla sin ocuparse de encontrar un trabajo. Mis amigos colombianos que vivían en París y que terminaron haciéndose amigos de él le llevaban a comienzos de la noche pan, jamón y una botella de cerveza.
- ¿Durante cuánto tiempo fueron amigos?
- Mi amistad con Gabo duró hasta su muerte. Cuando él se radicó en México nos escribíamos todos los meses. Guardaba más de 60 cartas de él que ahora forman parte de un museo americano. También me invitaba a México, donde me alojaba en su casa. Hablábamos siempre de la obra que estaba escribiendo, de nuestra vida, de los amigos comunes. Me llamaba “compadre” desde que me nombró padrino de Rodrigo, su primer hijo. Éramos como hermanos.
- ¿Cómo surgió su cambio de ideas políticas? ¿Eso los separó?
- Durante muchos años teníamos el mismo pensamiento político de izquierda. Apoyábamos a la Revolución cubana. Y condenábamos a Batista y a las dictaduras militares que habían tomado el poder en muchos países del continente. Cuando Fidel Castro llegó triunfante a la Habana, Gabo y yo volamos desde Caracas, donde entonces vivíamos, para asistir a su primera intervención pública. Para entonces habíamos tomado distancia frente al régimen comunista de la Unión Soviética y países de la Europa oriental. En 1957 habíamos recorrido la URSS, Alemania y Polonia y la realidad que se vivía en estos países nos desencantó. Tiempo después la Revolución cubana me nombró director de Prensa Latina en Colombia. Yo traje a Gabo para compartir con él esta tarea. Nuestro trabajo duró un poco más de dos años. Nos hicimos amigos del jefe supremo de Prensa Latina, el argentino Jorge Ricardo Masetti. Encantado con Gabo, a quien conoció durante una breve visita a Bogotá, se lo llevó a Nueva York. Uno o dos años después Masetti me llevó a La Habana para contarme que había renunciado porque el viejo partido comunista buscaba apoderarse de la agencia. También yo renuncié. Volé a Nueva York y me llevé gran sorpresa cuando Gabo me dijo que él también había renunciado y que se disponía a radicarse en México. (…) Todo cambió cuando Vargas Llosa, y con él todos los escritores del “boom”, enviaron una carta a Fidel Castro protestando por la detención del poeta cubano Heberto Padilla. Busqué a Gabo, llamando a su casa en Barcelona, en Madrid, en Bogotá y Macondo -o sea Aracataca- y no lo encontré entonces. Firmé con su nombre la carta del “boom”, convencido de que él estaba de acuerdo. A los 15 días Gabo me escribió desde Caracas, donde se encontraba, diciéndome que no había firmado tal carta de protesta, porque le constaba que Padilla había cometido fallas. Al leer los reparos de Gabo, solo conocidos por mí, visité de inmediato a conocidas agencias de noticias, inclusive Prensa Latina, para informarles que Gabo no había firmado; la equivocación era mía. Esta aclaración fue noticia en todas partes, desde luego en Cuba. No tuvimos con Gabo ningún distanciamiento. Antes me agradeció que hubiera aclarado mi error al poner su firma. Me hacía chistes y yo también a él. Seguimos viéndonos todos los días cuando venía a París. Seguíamos siendo los amigos de siempre.
- ¿A qué atribuye el incidente del puñetazo de Vargas Llosa a Gabo en México?
- A chismes que recibió desde Europa, presentándolo como un hombre que le hacía avances a la esposa de Mario durante los días que ella pasó en Barcelona. Gabo era incapaz de estos desvaríos.
- ¿Cómo explica el éxito de García Márquez, desde Aracataca hasta la cima de la literatura?
- Es una pregunta que terminamos haciéndonos todos. Gabo nunca perdió su añoranza de Macondo, de su gente, de su tía abuela que en la noche hablaba con sus parientes muertos en el patio de su casa. La literatura lo asaltó en la adolescencia. Empezó esta nueva pasión con autores como Hemingway, Truman Capote, Faulkner, autores americanos entonces de moda en Colombia.
-¿Fue por superstición que Gabo no regresó a la Argentina tras publicar Cien años de soledad?
-No lo creo. La editorial argentina (Sudamericana) que lanzó Cien años de soledad le abrió las puertas de la fama. Escribiéndola, Gabo conoció toda clase de apuros económicos. Mercedes, su esposa, se hizo cargo de ellos. Inclusive no pudo enviar sino la mitad del libro, mientras conseguía préstamos para mandar la otra mitad.
-¿Cuándo mantuvieron su último encuentro?
-Fue en Bogotá donde nos vimos por última vez. Gabo tenía problemas de memoria y yo logré recordarle cosas que había olvidado. Era un comienzo de Alzheimer que empañó sus últimos días.
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Perfil
Plinio Apuleyo Mendoza nació en Boyacá, Colombia, en 1932. Periodista y escritor, estudió Ciencias políticas en la Sorbonne, fue embajador en Italia y Portugal, director de Prensa Latina, columnista de una veintena de medios y autor de 17 libros. Escribió El olor de la guayaba con Gabriel García Márquez y Manuel del perfecto idiota latinoamericano con Alvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner. Entre otras distinciones, ganó el Premio Nacional de periodismo Simón Bolívar y el Premio de Novela Plaza y Janés con su libro Años de fuga.