La bandera a cuadros ya había sido bajada, con una pirueta circense practicada por Rodolfo Garbero, por entonces dirigente del automovilismo tucumano. Se oyó un estallido en las tribunas. Adentro del auto pintado de amarillo, el hombre se deja llevar por las emociones. No llora. Grita. Mucho. “Creo que nunca en mi vida grité tanto. No podía callarme. Veía por las ventanillas que el público estaba como loco en todos lados. Algunos querían que pare. No podía. Gritaba de felicidad. Así llegué al parque cerrado. Gritando”.

Hay un antes y un después del 17 de octubre de 1999 para Marcelo Chediac. Y hubo un durante. Cargado de emociones, de tensión, de minutos de carrera de dientes apretados, hasta que la victoria se hizo carne en él. Aquella bandera a cuadros le indicó que en la historia de la Clase 3 del Turismo Nacional, él ya tenía un lugar como ganador. Y que lo había logrado en el autódromo “Nasif Estéfano”, con lo que eso significaba. No siempre se logra ser profeta en la tierra de uno.

En el antes de aquella conquista, hay una historia de desplazamiento familiar, de Buenos Aires al norte, por cuestiones laborales. En rigor, Marcelo vino a la vida en Boulogne Sur Mer, en marzo de 1971, hijo de Pedro Chediac y de Juana Giardina, doña “Pina”. Tenía apenas dos años cuando su papá decidió venir a Tucumán a trabajar en una cantera. Durante años, la familia vivió en Villa 9 de Julio, muy cerca del autódromo. El germen de la velocidad ya se estaba forjando.

Chediac, cuyo hermano Juan también aceleró máquinas de competición, aunque en categorías regionales, sumó horas de vuelo en las pistas del norte, con los Fiat 600, la Fórmula 4 Tucumana y la Monomarca, con un Dodge 1.500. “Un día decidí dar un salto, y llegué al TN. Terminé permaneciendo tres años en la categoría, con resultados de todos los colores”, recordó. Oportunidades de seguir tuvo, pero lo limitó la falta de auspicio. “Recuerdo que cuando se dio la crisis de 2001, mi mamá hasta quiso vender la casa para tener plata para que yo corra. Me parece que es ella la más apasionada de la familia”, aseguró. Y contó una anécdota: “yo volvía a correr en el Zonal salteño después de mucho tiempo sin hacerlo. Y ella decidió ir a ver ¡yendo en un colectivo de línea!” dijo festivo Marcelo sobre doña “Pina”, hoy de 85 años.

De vuelta a la carrera que nos ocupa. “El VW Gol que manejé aquella vez era alistado por ‘Gaby’ Boscarol. Largaba 11°. Ya en esos años el TN era una categoría pareja, en la que se peleaba en cada metro. Ganar no era sencillo ni para cualquiera”, advirtió Chediac.

La orden de partida se aproximaba, y en el autódromo lleno de público, todavía se hablaba del accidente que había protagonizado en la final de la C-2, Lucas Mohamed, en la curva uno, con su Fiat Palio. El espectacular vuelo, que terminó varios metros fuera de pista, no sólo dejó al auto totalmente destruido, sino también un gran susto en todos. En la categoría corrieron otros representantes locales: Ramón Olaz (9°) y Mario Berral -h- (11°), ambos con VW Gol.

ANTES Y DURANTE. El piloto, concentrado previo a la largada. Y al comando del VW Gol pintado de amarillo, con el que se batió a duelo en cada metro de la pista.

Nadie podía suponer, a esta altura de la jornada, que otro tucumano habría de cambiar la angustia general por alegría plena.

En medio de la expectativa, se ordenó la salida de la C-3. En cada rincón de la pista empezaron a verse alternativas interesantes. Un ingreso del auto de seguridad resultó clave para emparejar posibilidades. Y, entre abandonos y sobrepasos por doquier, la carrera ingresó en el último giro. Con el Gol de Chediac prendido en la gran pelea...

“Cuando mostraron el cartel de último vuelta, con mi auto venía pegado al de Fabián Yannantuoni. Me dijeron que en las tribunas todos enloquecieron. Yo sólo pensaba en cómo pasarlo. Quedaban dos curvas. Y me decidí. Fue una maniobra muy ajustada, puse el coche por adentro y encaré primero la última curva. Contuve la respiración. Y entonces vi la bandera a cuadros”, rememoró Marcelo. Ganó la carrera por apenas 124/1000. Tercero concluyó Oscar Canela.

“Lo que me pasó fue uno de esos momentos que no se olvidan más. Recuerdo cada detalle, los saludos, los abrazos, los festejos. Si hasta me acuerdo que, apenas llegué al parque cerrado, vino el ‘Gordo’ Mirabella, me sacó del auto y me abrazó. ¡No me quería soltar!”, describió Chediac.

Pasa el tiempo pero aquel triunfazo no se olvida jamás. “Desde entonces, siento que me gané el respeto. A nivel nacional me empezaron a ver distinto”, dice el protagonista de esta historia, que comparte para el final un sentimiento. “Cada vez que alguien me recuerda lo que hice, sonrío. Haber vivido eso fue algo único, fue mi victoria soñada”.