Por Roberto Espinosa

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Latidos de cielo galopan. El Paraná le presta las barrancas para afirmar un sueño de libertad. Flamea la esperanza. La Asamblea de 1813, con el miedo entre las piernas, esconde la patriada. Pestañean los recuerdos. Un racimo de langostas se dispara ahora en el horizonte. Quemazón. Gritos. Estruendo. Un rumor de cañones sobresalta el aire. Desconcierto. Una sonrisa mercedaria le insufla agallas. La soberbia del invasor hace mutis por el foro. Bulle la victoria en el Campo de las Carreras. Un olor a independencia merodea el vientre de la batalla. Se está abriendo una puerta del futuro. Ecos tucumanos desvelan sus venas. Mucho más cuando dolor y amor conjugan un solo verbo. Los poros del sentimiento se anegan, cuando la mirada de Dolores lo arrulla y germina luego en una hija. El deseo de emancipación late con más fuerza. La patria es una dama, a veces esquiva, de sinuosa seducción. La utopía y la unión suelen hollar la misma senda. El enemigo más tenaz es el de adentro. Los males derrotan su salud. Un rancho cobija las desventuras en esta tierra de cañaverales. La generosidad de su pobreza se derrama en cuatro escuelas norteñas. Desdichas económicas. Pedido de ayuda al gobierno provincial. Negativa. La ingratitud le abofetea el alma. Los andurriales del silencio cobijan preocupaciones. Desvelos. Aflicción. Impotencia. Sinsabor. Las manos del corazón no se fatigan de tanto dar. La gloria es una palabra absurda. Engordar el bolsillo propio no figura en su diccionario. Solo cuenta el compromiso. Honestidad. Entrega. Decencia. La hidropesía le aprieta en este instante el dedo gordo de la memoria. Agridulce azúcar. “Quería a Tucumán como a mi propio país, pero han sido tan ingratos conmigo, que he determinado irme a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava día a día”. El olvido le pisa los talones. Amor, dolor, patria, un solo abrazo. Nada ha sido inútil. De tanto insistir, el futuro parirá una nación, que se debate aún en desencuentros. Hermanarse, pese a las diferencias, sigue siendo el desafío. En el catre de la soledad, a través de esa ventana porteña del invierno, Manuel Belgrano ve cómo la muerte toma la mano de su vida y la arroja a la eternidad.

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Roberto Espinosa – Periodista.