Incluso quienes no sabemos (casi) nada de virus sacamos conclusiones sobre la pandemia: el “saber popular” duda de muchas cosas, pero tiene claros algunos efectos de covid-19: engorda y produce insomnio. Son -claro- “colaterales”, por la cuarentena, pero molestan, cuando no angustian. Y no pasa sólo aquí...
“Necesito insomnes por cuarentena dispuestos a dar testimonio”, decía el mensaje. Y pocos minutos después había respuestas de distintos lugares del mundo.
“Normalmente, entre semana, a las 10 PM estoy dormidísima -cuenta Gabriela Hinojosa, audiovisualista de comunicación política, desde Ciudad de México-. Pero la alteración de rutinas me dio vuelta el sueño. Y es complicado: llevo dos meses de encierro y el homeoffice me requiere a las 9 disponible”. “No sólo me pasa a mí -agrega-; tengo amigos en Dubai, en España... y nos comunicamos a cualquier hora. Todos los husos horarios se han borrado”.
“Desde el primer día noté que mi jornada laboral en casa no coincide con la de la oficina: paso mucho más tiempo frente a la computadora -describe Maximiliano Fernández Lobo, productor en Radio Universidad de la UNT y docente-. Mi idea era al menos cenar desconectado y ver un capítulo de mi serie. Pero sin darme cuenta veía tres o cuatro... Todo se fue desplazando, y hoy la mayoría de mis días comienza a las 11 y termina a las 4”.
“Un día te quedás hasta la 1 o las 2, y dormís un poco más a la mañana; después tenés poco sueño a la 1 y te quedás hasta las 3... Te vas a dormir, pero parece que se pasa el ‘momento’, das vueltas en la cama y cuando son casi las 6 te viene el sueño -describe Virginia Albarracín, tucumana, directora de Centro Integral de Microcopía Electrónica, del Conicet-. Y se pasa el día, porque al final, con el homeoffice, trabajás más que antes”.
“Es más que lógico lo que está pasando. Nuestra rutina diaria nos marca el reloj biológico. El cuerpo está preparado para seguir ese ritmo -explica Santiago Assaf, especialista en trastornos de sueño del hospital Avellaneda-. Solíamos despertarnos, desayunar y salir a trabajar, o a la escuela. Había horario de comida, de entrada al colegio, hasta de actividades recreativas... Y ese ritmo se quebró”.
No confundir
Hay algo que tenemos que aclarar: una cosa es ser habitualmente noctámbulo y ahora no saber qué hacer con esas horas, y otra sufrir insomnio.
“Siempre tuve una vida nocturna muy activa. Trabajé ocho años en boliches; estudie de tarde y hasta altas horas de la madrugada, incluso cuando leía por placer -describe Solana Asfora, trabajadora social tucumana-. Cursaba de siesta, así que dormía, iba a la facultad y estudiaba cuando volvía”. “Pero desde la cuarentena me cuesta muchísimo dormirme antes de las 5, aunque muera de sueño. Y duermo dos o tres horas, con pesadillas. Yo lo asocio con el encierro; creo que es lo que más me afecta. Los pensamientos no me dejan en paz, es como que no podés ‘descargar’ todo eso...”, agrega, apesadumbrada.
Sobreestimulados
“Yo estoy acostumbrada a moverme bastante: de lunes a sábado doy clase en diferentes horarios y distintas materias. Gracias a eso, no tengo una rutina monótona, y en horarios de “no clase” estudio canto, teclado y guitarra; hago yoga y voy a un espacio de cine debate. Pero llegó el coronavirus, y hoy las clases por zoom se hacen en el mismo horario y desde el mismo lugar; y sólo algunas de mis otras actividades se hacen a distancia -cuenta, desde Buenos Aires, Irene Wais, bióloga, profesora en la UBA y miembro de la Red Argentina de Periodismo Científico-. Y las clases son a la misma hora, pero las consultas las hacen 24/7, y además preguntan sobre la pandemia... Me agotaba responder uno por uno hasta que decidí hacer videos y postearlos. Pero en lugar de cansarme me despabilo y duermo de a saltos, la mitad del tiempo de lo que suelo hacerlo sin pandemia”.
La actualización constante sobre lo que está pasando no es algo que Irene pueda eludir, por su trabajo Pero hay otros casos...
“Creo que cometí un error: poco antes de que empezara la cuarentena me dejé convencer de poner cable en casa -cuenta Guillermo Siles, profesor de la carrera de Letras de la UNT-. Y hoy sufro una sobredosis de información. Además, vivo solo, pero antes salía bastante: cafecitos, charlas con amigos, encuentros a comer... Extraño eso, me genera mucha ansiedad y no quiero recurrir a medicación”, agregó.
“Nuestro organismo reacciona a estímulos ancestrales: cuando hay luz, se activa. Cuando no, secreta melatonina, que es la hormona que induce el sueño. Ya antes de la cuarentena las pantallas (TV, celulares, tabletas) eran un obstáculo para la higiene del sueño. Porque el descanso es como la alimentación: hay que cuidarlo”, resalta Assaf.
“El quiebre de las rutinas nos lleva a hacer actividades a deshora: nos levantamos tarde, comemos en cualquier momento, hacemos actividad física intensa de noche (a veces es cuando se puede, con los chicos en casa todo el día... pero no es bueno) y las pantallas... Aunque necesitamos distracción, ese es el peor enemigo -advierte-. El estímulo lumínico inhibe la producción de melatonina. Y si a eso sumamos que la situación provoca ansiedad (por la falta de contactos, el bombardeo de noticias, la incertidumbre), las posibilidades de relajarnos disminuyen”.
¿Cómo lo solucionamos?
“Lo que hay que hacer es retomar el orden. Recibí muchas consultas; y en numerosos casos piden medicación. Puede haber pacientes que la necesiten; pero en general -de nuevo- es como con la comida: se trata de recuperar hábitos. En realidad debería ser mas sencillo, porque no hace tanto que los hemos perdido”, agregó Assaf.
“Los primeros días no me di cuenta, fue un proceso. Y de pronto me doy con que me muero de sueño, estoy acostada... y no hay forma. Es de madrugada y no logro dormir. Y, como nunca, me despierto atravesada en la cama. Reconozco que relajé las rutinas y la soledad, cuando es impuesta desde afuera, no ayuda -relata desde Jujuy la abogada Claudia C. González-. Pero me resisto a tomar pastillas. Tengo que reencauzar las cosas. El exceso de información no sumaba, y con las imágenes de las fosas comunes en Nueva York algo en mí dijo basta”.
“Hemos sufrido un golpe, que nos ha sacado del eje. Tenemos que reacomodarlo”, insiste Assaf.
Y como esto se está viviendo en todas partes, también nos caben las recomendaciones de Celia García Malo, neuróloga del Instituto Europeo del Sueño, en cuyo sitio web del instituto, recomienda, ademas de retomar las rutinas de dormir-despertar (acostarse temprano sin distracciones y levantarse antes de las 8), meditar, escuchar música relajante o leer un libro antes de dormir; y durante el día mantenerse ocupado y hacer actividad física lejos de las horas de sueño. Pero, por sobre todo, no hacer del coronavirus la propia realidad si no se lo está padeciendo.