Han pasado 52 días desde que el presidente Alberto Fernández decretó la cuarentena obligatoria en la Argentina. Una experiencia inédita ante una situación inédita. El 3 de marzo se había informado sobre el primer caso de coronavirus en nuestro país. Mientras tanto, toda Argentina se empapaba en datos acerca de una enfermedad que se había dado a conocer el 31 de diciembre del año pasado en la lejana Wuhan, en China. El 7 de marzo, Guillermo Abel Gómez, de 65 años, se transformó en la primera víctima fatal de la pandemia en el país. Había estado en Francia y murió en el Hospital Argerich en Buenos Aires.

“Estamos ante un enemigo invisible”, alertó Fernández en esa cadena nacional, que fue seguida por millones de argentinos. Y dictó normas nunca antes vistas en la historia contemporánea del país. Salvo excepciones para actividades esenciales, los argentinos nos vimos en la obligación de hacer algo a lo que no estábamos acostumbrados: encerrarnos literalmente en nuestras casas y sólo salir a de uno para abastecerse.

Acostumbrados a las celebraciones, a las salidas en familia, a las juntadas en los bares y boliches, a los paseos en los shoppings, a los abrazos, al fútbol, a los recitales, los argentinos nos quedamos de un día para otro sin nada de eso. Y lo que es peor que todo eso junto: la actividad comercial se frenó casi en seco con la consiguiente angustia de muchos, incluso el miedo a perder el trabajo.

Aprendimos a saludarnos con los codos, a la presencia permanente de barbijos, a festejar cumpleaños mediante nuevas plataformas, muchos, a cocinar. Los alumnos, a recibir clases virtuales; y los docentes, a darlas. A hacer gimnasia con botellas y sillas y a andar en bicicletas sobre rodillos. Los médicos y el personal de salud se transformaron en los nuevos superhéroes y la solidaridad ganó la calle con miles de emprendedores uniendo fuerzas para ayudar a los que más necesitaban.

El 3 de abril, tuvimos un viernes negro. La apertura de bancos para pago a jubilados y pensionados, beneficiarios de planes sociales y asignaciones, derivó en un caos ante la falta de previsibilidad de las autoridades. Miles de personas se agolparon frente a las entidades bancarias, lo que obligó a asumir nuevos protocolos.

Todo cambió en estos 52 días. Y muchos auguran que muchas cosas ya no volverán a ser como antes.

A partir de mañana enfrentaremos un nuevo desafío. El gobierno anunció la flexibilización y la actividad comercial se reactivará. Será con procedimientos y horarios especiales; pero ¿qué nos asegura que los respetaremos? Todos los médicos del mundo advierten que la única única prevención para esta pandemia es el distanciamiento social. No hay vacunas. No hay cura. Por eso, tomar conciencia y seguir al pie de la letra las recomendaciones será fundamental. De nada servirá todo el esfuerzo que se hizo en este mes y medio si de pronto rompemos todos los protocolos y abarrotamos comercios o peatonales.

El control del Estado, en ese sentido, será fundamental. Pero sin dudas que la responsabilidad de los ciudadanos será indelegable. Experiencias como las de Chile o Brasil demuestran que el descontrol social es uno de los principales aliados del coronavirus. Con más de 5.000 infectados y casi 300 muertos en el Argentina, habrá que extremar las medidas para que esas cifras no se disparen. Dependerá de todos nosotros.