Desde Suecia, donde se encuentra radicada, María Clara Medina se hizo cargo de la conferencia con la que la Facultad de Artes inauguró su año académico. “Arte y vulnerabilidad en tiempos de pandemia. Utopías y distopías que nos esperan”, se tituló la ponencia que reconectó a la científica social tucumana con sus raíces en la UNT. Fue una experiencia que Medina disfrutó desde la lejana Gotemburgo y sirvió para brindar otros puntos de vista al abordaje de la pandemia.
A partir de la irrupción del coronavirus y de la resignificación de los paradigmas, el arte puede ser una herramienta magnífica para recuperar nuestro sentido básico de humanidad, de empatía y piedad con el sufrimiento de los demás, sostiene Medina. Su análisis se matiza con las vivencias de la pandemia en Escandinavia, con un modelo social tan diferente al nuestro.
- ¿Cómo se vive la pandemia en Suecia?
- Mucho se ha dicho últimamente sobre la “excepcionalidad” del modelo sueco ante la pandemia, sobre todo en blogs y redes sociales. Los discursos y reacciones de la sociedad sueca también han ido variando a lo largo de las distintas etapas de epidemia. En los primeros días me preocupaba mucho lo que yo consideraba una falta de reacción decidida desde el Estado sueco y su demora en establecer políticas sanitarias estrictas para el manejo de esta crisis. Cuando finalmente llegaron esas directivas fueron presentadas como “recomendaciones” y ahí los discursos sociales hegemónicos se dividieron entre una mayoría que apoyaba las decisiones estatales y una minoría que las consideraba una imprudencia tremenda.
- ¿Cómo se explica esto?
- Para entender los discursos sociales locales hay que saber que el modelo sueco de manejo de esta crisis sanitaria está basado en dos fenómenos político-culturales muy propios de las sociedades escandinavas, pero que son aún más fuertes en Suecia: uno es la confianza casi absoluta de la ciudadanía en el Estado y el otro es el énfasis en la responsabilidad de cada individuo en la construcción del bien común para toda la sociedad. Las agencias estatales suecas construyeron dos estrategias: una, que el Estado actuara sólo por recomendación de expertos independientes en lo estrictamente sanitario; y otra, no mezclar lo sanitario con lo económico, espacio de decisión que quedó en manos exclusivas del Gobierno socialdemócrata. Esta distribución de funciones fue y es muy grata para la población civil sueca que confía en que “su” Estado siempre hará lo mejor para proteger la salud y el bienestar de la mayoría.
- ¿Cómo se instrumentan los protocolos?
- En concreto, el plan sueco no apunta a suprimir o eliminar el virus, ya que este sería un objetivo inútil a estas alturas de la epidemia. Lo que se intenta es proteger a los grupos de riesgo mientras mantienen el nivel de contagio bajo control para evitar que el sistema de salud colapse. Este plan de crisis está basado en la conciencia estatal y general de que habrá contagios y muchos, de que habrá muertes, aunque no tantas, por covid-19 y de que el encierro obligatorio no es una opción cuando el virus ya está expandido por todos los grupos sociales. Existe una conciencia generalizada de que esta es sólo la primera oleada del virus y el Estado maneja un calendario con el 31 de diciembre como fecha de inicio de la segunda etapa. Cuando se produzca el rebrote epidémico entonces, ya habría una población mayoritariamente inmunizada y los contagios serían menores en cantidad o en intensidad.
- ¿Qué rol juega el Estado en el día a día de la población?
- No ejerce un control policial sobre las conductas privadas, aunque sí sobre algunas conductas públicas como la falta de respeto del distanciamiento social en bares y restaurantes, por ejemplo. La comunicación política del Estado sueco a la población es explícita y pedagógica y forma parte de una tradición política centenaria en este país, que es definida y demandada por la ciudadanía como brutal pero necesaria honestidad. En esa impresión de transparencia y seriedad por parte del Estado es que se basa casi todo el consenso y apoyo civil al plan de manejo de crisis hoy.
- ¿Cómo influye esta vulnerabilidad que sentimos en el campo del arte? ¿De qué manera se manifiesta?
- La vulnerabilidad es una experiencia que todos y todas hemos experimentado en nuestra vida, generalmente como resultado de alguna forma de violencia ejercida contra nosotros/nosotras (física, psicológica, económica, simbólica, sexista, racista, clasista, etcétera). Pero un virus de magnitud global como este nos expone ante lo desconocido, lo invisible como una amenaza inevitable y, además, cíclica. La vulnerabilidad de cada individuo frente al virus se magnifica en la vulnerabilidad de cada Estado frente a la pandemia. Nuestras sociedades vienen sufriendo las consecuencias deshumanizantes de las políticas liberales a nivel local. Esta pandemia encuentra al mundo pauperizado e indefenso ante tamaña emergencia.
- ¿Cómo representó el arte estas situaciones a lo largo de la historia?
- Tenemos varios ejemplos de representación de la vulnerabilidad humana ante la amenaza de la peste y la falta de cuidados. El arte como crónica histórica de las diferentes epidemias denuncia una biopolítica específica que filósofos contemporáneos han denominado necropolítica o una forma de gobernar para y por la muerte. La desesperación, el aislamiento, la vulnerabilidad humana ante el enemigo invisible que es la peste han sido tema en las obras de Tintoretto, Goya o Blanes, por ejemplo. Son testimonios de lo precario de la condición humana ante biopolíticas tanáticas del pasado. En tiempos contemporáneos, cuando el “dejar hacer” de los liberales ha sido reemplazado por el “dejar morir” de los neoliberales, el arte en todas sus formas ha empezado a reclamar una biopolítica contraria, un gobernar para y por la vida, entendido como un ejercicio de la solidaridad y del cuidado mutuo. Si generalmente nadie queda indiferente ante las obras de arte que representan el sufrimiento humano ante la peste, entonces esas mismas expresiones artísticas pueden transformarse en detonantes deliberados de conciencia, despertando en nosotros y nosotras una nueva noción de interdependencia y, en consecuencia, de solidaridad con el sufrimiento ajeno.
- ¿Qué clase de utopías y de distopías esperan una vez que la pandemia pase?
- Una primera visión utópica es justamente en este momento creer que esta epidemia alguna vez va a terminar. Hay circulando por lo menos tres posiciones con respecto a qué mundo nos espera; una es optimista, la otra pesimista y una tercera mixta.
- ¿En qué consiste cada una?
- La posición optimista plantea un escenario post-pandémico donde el cambio de paradigmas será inevitable y donde la relación entre humanidad y naturaleza se redefinirá como una interacción respetuosa y más equitativa, sin intenciones ni prácticas extractivistas ni de explotación por parte de los humanos. Esta posición sostiene que esta pandemia abrirá las puertas a nuevos sistemas económicos más justos. La posición opuesta alerta sobre un escenario distópico en el cual las medidas de excepción tomadas por los Estados para combatir la pandemia derivarán en un incremento del autoritarismo y la falta de respeto a las libertades individuales y sociales. Por último, en los países escandinavos tenemos en este momento un activo debate académico e intelectual sobre la posible emergencia de nuevas formas de convivencia política basadas, por una parte, en los nuevos horizontes democráticos que pudieran surgir por la incorporación de actores sociales anteriormente oprimidos -tales como mujeres, diversidades sexuales, pueblos originarios, etcétera- en una nueva hegemonía política inclusiva y medioambientalista.
- Y en el campo específico del arte, ¿puede dar lugar a nuevas corrientes, o a una manera diferente de concebir el hecho artístico?
- El arte siempre ha representado la naturaleza y comportamiento humanos tanto en su gloria como en su miseria. A partir de esta pandemia y la resignificación de todos los paradigmas puede ser una herramienta magnífica para recuperar nuestro sentido básico de humanidad, de empatía y piedad con el sufrimiento de los demás. Estamos ante el imperativo de redefinir nuestras prioridades como comunidad global y en ese sentido también podríamos redefinir los hechos artísticos como instrumentos para la movilización individual y colectiva contra la injusticia social. Ya tenemos ejemplos de esto en por ejemplo la obra de la fotógrafa Florencia Levy y su retrato de las ciudades contaminadas como fósiles, que nos confronta ineludiblemente con nuestra responsabilidad en la destrucción de nuestro hábitat, tanto el natural como el social. Seguramente y en un futuro no muy lejano podremos apreciar hechos artísticos donde los escenarios y profecías que comentaba anteriormente, así como otras utopías y distopías sobre nuestro futuro como especie humana, serán la materia y esencia de las nuevas corrientes de creación.
- ¿Qué crees que sucederá con movimientos que estaban en marcha antes de la pandemia, como el caso del #MeToo? ¿Saldrán fortalecidos o puede generarse alguna clase de reacción?
- Una verdad cruel es que aún no podemos saber cuántas vidas humanas se perderán por esta pandemia y, por lo tanto, no sabemos cómo esto afectará la composición y organización de movimientos sociales, entre tantas otras realidades. Si tomamos el ejemplo del movimiento #NiUnaMenos -que precedió al #MeToo norteamericano tanto cronológica como metodológica e ideológicamente- quizás podrá salir fortalecido de esta crisis gracias a la globalización de las comunicaciones interpersonales y, lamentablemente, a la prevalencia de la violencia de género, contra la que lucha este movimiento. Es descorazonador leer las estadísticas y datos que muestran cómo la violencia de género se ha incrementado desde que comenzó la pandemia. La violencia de género se ha intensificado transformándose en una epidemia dentro de la epidemia. Los movimientos sociales como el #NiUnaMenos tratan de que los Estados se hagan cargo de la desprotección de las víctimas y declaren el estado de emergencia ante la ola de femicidios creciente. Así que mi respuesta a la pregunta es: los movimientos sociales que ya estaban en marcha antes de la pandemia seguirán siendo necesarios en tanto los derechos por los que luchan siguen siendo vulnerados en nuestras sociedades.