Ídolo: persona amada o admirada con exaltación. Así define la Real Academia Española esta palabra que está destinada sólo a un reducido número personalidades de diferentes ámbitos, especialmente en el deportivo. La palabra es fuerte. Para alcanzar semejante dimensión hay que cumplir múltiples requisitos. Horacio Agustín Saldaño, el boxeador tucumano que marcó una época en el pugilismo argentino, es uno de los elegidos. La única asignatura que le quedó pendiente fue ganar un título. “Cuando enfrenté a los campeones argentinos y gané no estaba en juego la corona”, se lamentó. También fracasó en su intento por ponerse el cinturón mundial. Por último, en su desesperada búsqueda por conquistar algo, perdió ante Juan Orlando Barboza, a fines de 1982, una pelea donde estaba en juego el título tucumano. Sin embargo, nada opacó todo lo bueno que hizo sobre el ring durante muchos años.

Saldaño nació el 17 de octubre de 1947 en el barrio Sarmiento, en la capital tucumana. El club Defensores de Villa Luján, su segunda casa, fue el trampolín que utilizó para proyectar su carrera. En el mítico escenario comenzó a ganarse la idolatría de los aficionados en la década del 60. Su aparición en la categoría welter junior permitió llenar el vacío que había quedado luego de las “batallas” inolvidables que protagonizaron Juan Carlos Velárdez y Emilio Ale Alí.

El carisma de Saldaño no tardó en atraer a los amantes del boxeo. En cada presentación se llenaban las tribunas de Villa Luján, considerada la segunda plaza del país en importancia después del Luna Park. Su estilo arriesgado, la precisión de los golpes y una seguidilla de victorias espectaculares lo convirtieron en figura. La racha de 33 combates invicto llamó la atención de Juan Carlos “Tito” Lecture, el promotor que manejaba el Luna Park. La chance para proyectarse a nivel nacional no tardó en llegar.

Su primera experiencia en el mítico solar de Corrientes y Bouchard, de la Capital Federal, fue el miércoles 15 de mayo de 1968 ante el brasileño Joao Merencio. Lecture usaba esas veladas como una especie de semillero. Las peleas eran televisadas para mostrar ante el gran público a las promesas que luego pasaban a formar parte de la cartelera estelar de los sábados. Su carrera fue en ascenso y muchos lo compararon con José María Gatica, otro ídolo del pugilismo argentino que llenaba el Luna Park pero nunca pudo trascender a nivel internacional. La vida del “Mono” fue llevada al cine por Leonardo Favio.

Una salida económica

“Nunca me gustó pelear. Lo hice por una cuestión económica. Me hubiera gustado estudiar y tener un trabajo, pero no pude y no me quedó otra alternativa que dedicarme al boxeo”, confesó Saldaño durante una entrevista realizada después de su retiro. La “Pantera tucumana” cimentó su carrera a partir del talento natural por encima de cualquiera otra virtud. Lo que jamás imaginó que dos de sus hijas, Valeria y Carolina, iban a ser boxeadoras

Sus actuaciones convocaban multitudes y su fama creció de tal manera que Lecture consideró que merecía una oportunidad para mostrarse ante el gran público. En cada una de sus presentaciones, el Luna Park se llenaba. El promedio de asistencia superó las 10.000 personas y los duelos que protagonizó con Abel Cachazú y con el marplatense Eduardo “Tito” Yanni quedaron en la historia.

Consolidado como una de los grandes boxeadores argentinos, a Saldaño sólo le faltaba proyectar su carrera a nivel internacional. Su chance llegó a fines de 1974, cuando desafió al entonces campeón del mundo. José “Mantequilla” Nápoles atravesaba su momento de explendor. La pelea se programó para el 14 de diciembre de ese año y aunque el defensor del título era el gran favorito, el tucumano venía de lograr un espectacular triunfo por nocaut frente a Ramón La Cruz. Esa fue su carta de presentación para buscar la gloria.

Pese a las expectativas, la pelea no tuvo equivalencias. Nápoles fue claramente superior y consiguió una victoria contundente: nocaut en el tercer round. Saldaño explicó las razones de su bajo rendimiento. “Una semana antes de la pelea me saqué el hombro. No me recuperé. Si aplazaba la pelea, como me recomendó Lectoure, no iba a tener otra oportunidad. Además, necesitaba el dinero. Sabía que no podía ganar. No podía levantar el brazo”, confesó.

Esa derrota marcó el comienzo del fin de su carrera. Ubaldo “Uby” Sacco, quien luego fue campeón del mundo, le marcó el camino del retiro. Corría el año 1983 cuando sufrió un durísimo traspié. Fue tal la paliza que su rival le pidió al árbitro que parara el combate. En el rincón de Saldaño estaba La Cruz, quien tiró la toalla. Oportuna. Humanitaria. Respetuosa de la trayectoria del vencido. La Cruz tiró la toalla con una congoja que no pudo disimular. Justamente él, que en su época de esplendor sufrió el único nocaut de su carrera por los puños del tucumano.

Los números de la campaña muestran que disputó 87 peleas. Ganó 61 (35 por nocaut), sufrió 13 derrotas (cinco por la vía rápida) y empató en 13 ocasiones. Hoy su vida transcurre lejos de las luces de la fama. “Cuando estás en la cresta de la ola parece que durará para siempre, pero desgraciadamente no es así”, explicó Saldaño, que se radicó en Buenos Aires.

“Dios se acordó de mí”

Ya alejado del boxeo comenzó a trabajar en el Senado nacional, donde se jubiló. “Fue un milagro haber encontrado ese trabajo. Hice amigos y la gente me quería mucho. No tenía un peso y estaba muy mal cuando apareció esta posibilidad. Dios me ayudó. Se acordó de mí”. También sus seguidores, esos que se cansaron de aplaudirlo, se acuerdan siempre de él.

Un suspiro

Apenas 20 segundos necesitó Horacio Saldaño para derrotar por nocaut al brasileño Joao Merencio en su debut en el Luna Park. Elías Salomón, un comerciante que no se había perdido ninguna de sus peleas, estuvo esa noche. Por motivos laborales viajó horas antes a Buenos Aires y llegó al estadio minutos antes del comienzo del combate, que duró un suspiro. “Me vuelvo feliz. Pude acompañar a Horacio en su debut”, contó el “Loro” Elías, quien luego fue presidente de Alberdi.