¿Pueden las grandes tendencias artísticas reducirse a un manifiesto?
Durante el siglo XX varios movimientos se expresaron a través de ellos, a modo de una declaración de principios, un pliego de consignas sobre su política, su arte. Porque si algo es seguro, es que los artistas militaban. Incluso, cuando un sector de la estética y la filosofía aseguraba que se habían terminado las vanguardias, por detrás asomaba el grupo Dogma 95, en el cine de Lars von Trier, que tenía su propio decálogo.
La película “Manifesto” (un filme de 2015) se origina en una instalación multimediática que fue exhibida en Berlín, Nueva York y, en 2017, en Buenos Aires, entre otras ciudades; está dirigida por un artista alemán, Julian Rosefeldt y todo en ella vincula el arte y el sistema. La gran artista Cate Blanchett interpreta a 13 personajes.
El monólogo está basado en los manifiestos revolucionarios del arte del siglo XX, pero no se olvida de Karl Marx, cuando el primer personaje -una mendiga atravesando un inmenso complejo arquitectónico en destrucción- aparece en el filme y, mirando desafiante a la cámara, dice: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Unos minutos después, el dadaísmo se convierte en una oración fúnebre de una inhumación en el que todo parece un “cadáver exquisito”, donde el azar cumple un rol fundamental.
En “Manifesto” no hay muchas palabras, pero las pocas que se pronuncian son contundentes, decisivas, y hasta podría decirse que permiten reflexionar sobre el arte contemporáneo. No menos de 50 textos están allí.
En la instalación, la actriz da voz a 60 revolucionarios que hablan sobre la expresión artística en grandes pantallas dispuestas de manera que impiden adoptar un punto de vista, tener una visión de conjunto.
Verdad y sinceridad
La frase de Kazimir Malevich, de que “el arte requiere verdad, no sinceridad” (pronunciada a principios de siglo XX) impugna nociones importantes; y una maestra le enseña a sus pequeños alumnos “Nada es original, por lo que puedes robar cualquier cosa que te inspire y que te llene de imaginación”; así, no existe la originalidad.
Durante la hora y media, Blanchett invoca nombres tan diferentes como Marx, Tristan Tzara, Philippe Soupault, André Breton, Wassily Kandinsky, John Cage, Jim Jarmusch, Von Trier o Werner Herzog, mientras se mete en la piel de un ama de casa, de un hombre sin hogar, de un alto ejecutivo, de una reportera, de una profesora... “Escribo un manifiesto porque no tengo nada que decir”, pronuncia a los pocos minutos de iniciar el filme, una frase de Rosefeldt.
La actriz contó que rodó la película en 12 días. En The New York Times escribieron: “si dieran Oscar en el mundo del arte, Blanchett debería ganar uno”. Cuando desciende por unas escaleras que referencian una pintura futurista parece indicar que esa vanguardia está en el fondo. Una conductora de televisión (otro de sus personaje) saluda a sus televidentes asegurando que “todo el arte contemporáneo es falso”, no sin antes reflexionar sobre el arte conceptual: “la idea se transforma en una máquina que hace arte”.
La maestra repetirá ante sus alumnos principios de Dogma 95, como que la película no debe ser de género ni el director figurar en los créditos. Por la propuesta pasan escritos de futuristas, dadaístas, artistas de Fluxus, suprematistas, situacionistas, surrealistas o minimalistas, así como reflexiones de arquitectos, bailarines o cineastas.
En la primera imagen se define desde el diccionario: Manifiesto -Del latín manifestus- es un documento o escrito a través del cual se hace pública una declaración de propósitos o doctrinas. Los manifiestos suelen aparecer en el ámbito de la política o del arte.
Toda la película tiene una gran riqueza conceptual, en textos e imágenes. El guión y la dirección del alemán es una enseñanza para los neófitos, pero también para los docentes y artistas. Abre debate, no lo cierra. Será porque, como el mismo Rosefeldt dice, “no tengo que convencer a nadie”.