A los ojos de alguien acostumbrado a caminar a diario rodeado de gente de diferentes países e idiomas, la imagen es impactante. Nueva York, la ciudad que nunca duerme, está apagada. “Gris”, más bien la describirá Guillermo González Garaño, un tucumano residente en la Gran Manzana desde hace 10 años con dirección postal en Brooklyn Heights, un barrio pegado al famoso puente y considerado como una “isla” por la serenidad de sus calles.
Lo que se percibe hoy en uno de los puntos neurálgicos donde se cocinan negocios a nivel mundial es pánico, un pánico asumido a partir de la llegada del coronavirus, de convertirse Nueva York en el centro de la pandemia, donde la curva de infectados y fallecidos asciende de manera sideral sin evidenciar techo alguno y con previsiones de que los muertos multiplicarán en varios puntos a los fallecidos por los atentados del 11 de septiembre de 2011. Solo en Nueva York, claro está.
“Guille” no quiere hablar mucho de lo que no conoce, de números y estadísticas, sí intentará transmitirle a LA GACETA su percepción de lo que está pasando allá. De lo que él ve. “Estoy seguro de que si fuera médico te hablaría en otros términos, con otro temor y con otros argumentos. Lo que yo puedo decirte es que lo que pasa acá muchas veces no está bien reflejado en los medios, por información falsa y porque da la impresión de que el sistema de salud ha colapsado y los números que informa no son reales. Ojo esa es una idea mía”, aclara.
Una de sus caminatas preferidas es cruzar el puente de Brooklyn y salir directamente al barrio de Manhattan, hoy un desierto cuando lo real sería describirla como un hormiguero humano. “Al ver toda la ciudad tan gris, impacta. Vivo hace años acá y jamás creí poder verla así. Desierta, triste”.
El 30% de los casos de contagios por coronavirus en el mundo se los lleva Estados Unidos, con cifras superiores a los 500.000. Nueva York es el epicentro. La ciudad que nunca duerme se ha convertido en una morgue rodante. Camiones frigoríficos conservando cuerpos, la gobernación a cargo de Andrew Cuomo contratando sepultureros, y una isla, Hart island, antes utilizada para sepultar cuerpos NN, hoy es una fosa común donde se entierran pacientes fallecidos por covid-19. “En en un día normal, estoy a media hora de la isla. Para ser Nueva York, es cerca”, cuenta González Garaño.
Confiesa que se siente un afortunado de no haberse contagiado. O al menos eso cree él. “Me han pasado varias balas cercas, ja. Conozco casos de amigos que han intentado comunicarse con el número de emergencias exclusivo de coronavirus y jamás pudieron. Llaman, llaman y nada. De hecho, un cliente mío, que en realidad es más amigo que cliente, Luis, estuvo al borde de la muerte y jamás le atendieron el teléfono.
El último adiós
A 10 días de haberse visto por última vez con Luis en su restaurante, Guillermo se entera de que su amigo estaba en cama. “Con fiebre” y picos de 40° a 41° grados de temperatura.
Luis tiene 60 años.
Luis vivió para contarla.
“Intentó comunicarse al número que el Gobierno publica y Nada. Según él, estuvo cinco horas el primer día. El único médico que lo trataba era uno por videollamada. Luis había tenido un problema pulmonar y por eso no era recomendable que vaya a un hospital o llamara al 911 si no era ya de vida o muerte”, esa fue la recomendación desde el otro lado de la pantalla del celular para Luis. Quedate en casa.
Pasó que además de sufrir altas temperatura le empezó a costar respirar. Llamó a Silvia, su pareja. Quería despedirse de ella. “Le dijo que había dejado cartas para ella y sus hijos”.
Pasó que Luis se recuperó casi milagrosamente, un poco porque la fiebre fue contenida y porque consiguió un medidor de oxígeno en la sangre. Si el número bajaba de 90, ahí sí debía volar al hospital, eso le dijo el médico. Llegó a 96.
El caso de Luis es uno de los tantos que afectaron a Guille, consultor de bodegas internacionales de vinos hoy anclado en casa, haciendo el poco home office que puede y poniéndole la mejor cara a la actualidad. “trato de seguir una rutina normal, siendo anormal todo esto. Me levanto temprano, hago ejercicio, camino un poco (está permitido respetando el distanciamiento social) y vuelvo a casa. No puedo decir que me aburro, porque no. Debo decir que estoy sano y muy feliz”.
De los “Millonarios”
“Tenemos un grupo grande amigos de WhatsApp, todos de la Peña River Plate Nueva York”. Después uno reducido, de cuatro. Excepto yo, los tres cuentan haber sentido síntomas vinculados al covid-19. Ninguno pudo hacerse el test y en el tiempo que estuvieron mal siguieron la recomendación: tomar paracetamol, aislarse”. Los tres están bien.
La foto que todos quieren
Una de las cuadras más visitadas por el turismo, el jet set, las y los modelos, además de agencias publicitarias y turistas, es una que corta el Manhattan Brigde. Lo destacado no es el corte del otro puente que une Manhattan con Brooklyn sino lo que se ve de fondo. Entre los pilares del puente puede apreciarse el Empire State, otro punto obligados de visita en Gran Manzana. “Jamás pensé que esta cuadra podría verse así, desamparada sin gente”, “Guille”, lejos del drama se siente como Will Smith en la película “Soy Leyenda”. Hay diferencias, claro: la humanidad no ha desaparecido por completo ni tampoco hay zombis queriendo comerse a los pocos vivos de Nueva York.
Sobrevivir en la Gran Manzana
Para la mayoría de sus amigos argentinos, el “sueño americano” podría pender de un hilo. “En el grupo hay chicos con puestos importantes en empresas como JP Morgan, Moddy’s y bancos como también indocumentados que trabajan en gastronomía. En el caso de estos últimos, hoy están imposibilitados de trabajar, entonces se gastan sus ahorros y es probable que deban volver a casa. Lo curioso es que esa misma sensación comparten con los que están ‘bien económicamente’. Tienen miedo de perder sus puestos de trabajo y tener que volverse”, el trámite para uno ser residente permanente es eterno. A “Guille” le llevó casi ocho obtener la famosa “green card”. “Los que no pudieron iniciar el trámite o recién lo comenzaron están en una situación compleja”, reconoce.
Caminar en soledad por donde acostumbraba hacerlo chocándose con hombros ajenos, es toda una experiencia. Extraña, aunque ello no da cabida a una sensación de inseguridad. Desierta o no, Nueva York continúa siendo una de las ciudades más seguras del planeta. “Eso no ha cambiado, ni creo que lo haga. Lo que cambiará, seguramente, serán las costumbres”, asume González Garaño mientras mira con asombro frente a un enorme centro de convenciones donde él presentó el año pasado una cata con los vinos que representa.
Ese centro de convenciones hoy es un hospital de cinco pisos para pacientes críticos infectados con coronavirus.