“La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad”

(Maquiavelo)

Tanto Alberto Fernández como Juan Manzur iniciaron sus gestiones en medio de dificultades. En el caso del Presidente de la Nación, se trató de la herencia recibida de un gobierno anterior. En el otro, fue la herencia de sí mismo.

Al asumir, Alberto Fernández no era propiamente un presidente débil, pero sí estaba en tela de juicio la legitimidad de su caudal electoral. Esto era aprovechado por el ácido discurso de la desilusionada oposición. Desde el inicio se sospechó que sería manejado por su vicepresidenta, propietaria de los dos tercios del capital de la sociedad política que lo sentó en el sillón de Rivadavia.

Gestionar, la obsesión

Fernández entendió que la construcción de su propia legitimidad, y de su poder político, debía ser el resultado de la gestión. Ello implicaba, en particular, desenredar la maraña de problemas sociales y económicos con los que se enfrentó de entrada, y, por lo tanto, se abocó obsesivamente al diseño de una estrategia de salida de la crisis, lo que no significa que tuviese un plan económico claro, o al menos claramente comunicado. Pero arrancó en la compleja tarea y se abocó con constancia, parafraseando a Maquiavelo.

1.200 km. al norte

En el minimalista escenario de Tucson, Manzur iniciaba su segundo mandato con el tablero de gestión lleno de luces rojas encendidas, dado el comprometido estado financiero, forma elegante de decir que la provincia estaba literalmente fundida. Hasta ahí habían llegado sin deudas en dólares, sin obras, pero tampoco sin efectivo para llegar a fin de mes. Los comicios y el susto que le dio su ex amigo José Alperovich le dejaron los bolsillos vacíos. Centró sus expectativas en un “trato especial” al Gobierno que arrancaba en la Nación, pero estas se fueron diluyendo rápidamente, por razones de diversa índole.

1.200 km. al sur

Fernández tuvo que arrancar con un paquete de medidas que se parecía mucho al ajuste que debía ofrendar al FMI en la perentoria negociación de la deuda, que para este año registraba vencimientos por varios miles de millones de dólares. Y para los años venideros, por varios miles de millones más. Evidentemente el guiño funcionó, dado que el organismo comenzó a emitir señales favorables. Constancia y habilidad. Lo que se avecinaba no era nada grato.

Pedir, la obsesión

Manzur puso toda la carne en la parrilla para ganar la elección, la que tenía en la heladera y otra que sacó al fiado. A los tumbos llegó a fin de año y pagó el aguinaldo y antes de irse de vacaciones al exterior, desafiando el impuesto del 30% que sus diputados votaron, avisó con anticipación que no cumpliría su compromiso de aplicar a los convenios la cláusula gatillo. Se fue dejando un clima político y social altamente conflictivo, que lo esperó pacientemente hasta su retorno.

Arrancó marzo y en Tucumán asomaba un horizonte de huelgas docentes, de médicos y de estatales en general. Pero a este cóctel todavía le cabía una bebida más explosiva aún: el debilitamiento de la relación entre el gobernador y su vice. Oscuros nubarrones que preanunciaban las tormentas de la discordia de otoño.

Una calamidad como la pandemia no debería resultar beneficiosa para un gobernante, pero es indudable que la situación de excepcionalidad desvió la atención hacia temas patéticos.

Imagen al sur

Fernández exigió a fondo sus habilidades y, haciendo de la necesidad virtud, sacó a relucir garra de gobernante decidido, pero a la vez sensato y humilde, ante la amenaza del virus golpeando las puertas de ingreso al país. Una sociedad veleidosa e inestable lo aplaudió y una semana después de anunciada la cuarentena, su popularidad escaló al 93%. Pero también Maquiavelo alertaba sobre eso:

“La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerlos de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos”

Una semana más tarde, entre cruces con los grupos empresarios más fuertes del país y furcios de sus colaboradores y actos de casi segura corrupción ofrecieron flancos inesperados, aquellos niveles de consenso, sufrieron un deterioro importante.

Imagen al norte

Manzur tiene propósitos menos ambiciosos: le alcanza con diluirse en la crisis y de a poco, ir levantando perfil como experto sanitarista. Por lo pronto, logró que el Banco Macro (paradójicamente el agente financiero de la provincia) le habilitara un descubierto para pagar sueldos, pero debe devolverlos urgente. Trémulo de emoción y ansiedad reza para que los 6.000 millones que la Nación le dará a Tucumán lleguen lo más rápido posible. Por supuesto, asoma ahí un nuevo frente de conflicto: ¿tendrá la grandeza de compartir esos caudales con los intendentes opositores de la capital, Yerba Buena, Concepción y Bella Vista? Cosas están por verse.

Viento al sur

Fernández se apresta para una nueva batalla. Mientras sus coroneles pergeñan una estrategia para extraer alrededor de 2.000 millones de dólares de los grupos económicos más concentrados mediante un gravamen de emergencia y por única vez, estos -viendo venir la ofensiva en el Congreso- redoblan sus pedidos: exigen más subsidios para el pago de sueldos, reclaman beneficios impositivos, flexibilización laboral y, sobre todo, relajamiento del aislamiento. La UIA, la Cámara Argentina de Comercio y la Coppal vienen haciendo ese reclamo.

Tormentas al norte

La pasada sesión de la Legislatura, que la expuso a la crítica generalizada, pareciera haber puesto a la provincia en medio de ese fuego cruzado, aunque en voz baja Jaldo rumie a los suyos que fue objeto de una “operación” de la Casa de Gobierno para desgastarlo nacionalmente.

Todos deberían también aprender de los consejos de Maquiavelo al príncipe durante los tiempos de crisis: “La sabiduría consiste en saber distinguir la naturaleza del problema y en elegir el mal menor”.

En el norte como en el sur

El estilo de Fernández dejó claro que cuando las cosas le salen bien, rápido sube hacia arriba, pero también tiene sus riesgos. La pandemia ha dejado entrever un desfase importante entre Alberto y sus colaboradores. Sucedió cuando el ministro que funciona a tres “G” (Ginés González García) socarronamente descartó que el virus llegaría a la Argentina. Se repitió luego con las colas de los jubilados amontonados frente a los bancos porque los funcionarios no previeron que ello sucedería. Y alcanzó un pico casi intolerable de corrupción con la pésima decisión del ministro Arroyo en autorizar compras directas a precios más caros que en las góndolas de los supermercados.

En el norte del país también se cuecen habas. El riesgo es que el guiso puede terminar indigestando a todos. Manzur y Jaldo parecen esos camiones que se han soltado en la pendiente y alcanzan velocidades inesperadas. Indefectiblemente van a chocar.

En estos días han vuelto a entrar en el ostracismo. No se hablan pero el uno y el otro saben perfectamente qué hace cada uno.

El conflicto con el Banco Macro y la fuerte decisión de ponerlo en vereda de parte de la Legislatura fue una de las gotas que rebalsó el vaso, y la repercusión nacional que tuvo el uso de las máscaras en la Legislatura fue el agua que rompió el cántaro.

A la vuelta del gobernador, el legislador Gerónimo Vargas Aignasse o los diputados Mario Leito o Carlos Cisneros no son precisamente tranquilos componedores. Saben de batallas, de guerras y de guerrillas, no de hábiles componendas. En el equipo de Jaldo, los legisladores que los rodean son más especuladores y saben de traiciones (basta con preguntarle a José Alperovich), por lo tanto parece que las huestes jaldistas son más inexpertas, o están en otra...

En otros tiempos el ex secretario de Estado Jorge Neme solía ser capaz de escuchar y aconsejar largas horas hasta encontrar consensos. Hoy está a 1.200 kilómetros de distancia, al sur.