Por Sofía de la Vega - Escritora.-

I
Me inquieta el efecto temporal doble que nos hace vivir la cuarentena. Los primeros comentarios fueron en tono futurista sobre lo que estábamos viviendo: una película de ciencia ficción. En cambio, en lo personal, noté que cobró más fuerza una vuelta al pasado, al origen. A mí me tocó de una manera muy concreta, estoy haciendo la cuarentena con mi familia aquí en Tucumán cuando ya hace un año estoy viviendo en Buenos Aires. Este viaje temporal no es sólo por la imagen bucólica de un mundo libre de humanos donde los animales se despliegan en su máximo esplendor, sino también un pasado más cercano donde se priorizan las tareas de cuidado (históricamente a cargo de las mujeres) como alimentarse, limpiar, cuidar a los enfermos y descansar. En ese punto me asusta la legitimidad de cierto orden que está implantando la emergencia sanitaria y, también, me llama a preguntarme qué lugar ocupo yo en esta cadena de cuidados y si estoy capacitada para hacerme cargo de ella.

II
Cuando busco cuarentena en el diccionario de la RAE en sexto lugar aparece 6. f. Cuaresma (tiempo litúrgico); mientras que la séptima acepción nos dice 7. f. Aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales. No me parece casual que el primer caso de coronavirus en la Argentina date del 3 de marzo, pocos días después del inicio de la cuaresma. Estas coincidencias llegaron a su punto cúlmine cuando el presidente anunció que al terminar la Semana Santa se levantaría la cuarentena -sin embargo, ahora sabemos que eso no será así-. El número 40 de la cuaresma y de lo que aparenta ser la cuarentena representa en la tradición judeocristiana el “cambio”, de un período a otro, los años de una generación. La espiritualidad y las maneras de revelarse frente al mundo toman así protagonismo.
¿Será que estamos verdaderamente ante un cambio? ¿Está haciendo “penitencia” la humanidad? ¿Estos cambios serán en pos de un mundo sin diferencias sociales o un mundo lleno de muros? ¿Y si simplemente volvemos a la normalidad? ¿Hay algo malo en eso?

III
El Papa Francisco ante una Plaza de San Pedro vacía nos dice que fuimos tontos al creer que podíamos estar sanos en una sociedad enferma. En su diario de pandemia, el filósofo italiano Bifo Berardi nos comparte reflexiones parecidas en torno al mercado: “volver a la normalidad capitalista sería una idiotez tan colosal que la pagaríamos con una aceleración de la tendencia a la extinción”. Mi favorita en estos pensamientos es la escritora colombiana Carolina Sanín que nos dice: “el virus nos vacía, nos quiere huecos. Nos volvemos habitáculos para su acción como también nos volvimos casas vacías para el consumo”.

IV
El virus no es un ser vivo, no es una planta, no es un insecto, no es un hongo y mucho menos un animal. Se adhiere a nuestras células para duplicarse y a modo de la hembra mantis religiosa se hace cargo de su nuevo disfraz, dejando sólo piel y huesos. Esa adhesión, a su vez, nos disgrega del otro. La nueva sociedad higiénica, en la que somos huéspedes de seres sin vida pero donde no podemos tocar a nuestros seres queridos espero que no sea para siempre. Mis mayores deseos son que la distancia y el miedo no se instalen sino que sean una alerta para pasar hacia algo mejor.