Una noticia del mundo de las ideas ha irrumpido esta semana en el planeta de la información monopolizada por la pandemia de covid-19. El libro “La peste” ha triplicado sus ventas en Italia. Y es un boom editorial en todo Occidente. Hasta el punto de que las editoriales publican “e-books” de la obra, inclusive en español, y anuncian la edición de las obras completas de su autor, Albert Camus, quien ganó el Nobel de Literatura cuando sólo tenía 44 años, en 1957. Fue 10 años después de haber publicado aquella novela. La vigencia de lo que Camus plasma en esa obra es sobrecogedora. Es que Camus, en sí mismo, es un hombre meridianamente vigente, se entiende de lo que explica el filósofo Santiago Kovadloff, quien entre muchas condiciones reúne la doble singularidad de ser una de las mayores voces argentinas en la reflexión sobre el presente, a la vez que la de ser un estudioso de Camus y de su obra. Por caso, en el recientemente publicado libro “Locos de Dios” (2018), Kovadloff le dedica todo un capítulo.
“Albert Camus procede como profeta. Lo es. Denuncia el extravío moral de la política. No la acepta. No la justifica. Se niega a naturalizar la perversión. Es un rebelde. Pero no por eso incurre en idealizaciones. Sabe que el de la paz, entendida como absoluto, es un sueño irrealizable. Sabe que los hombres seguirán matándose mientras haya vida humana en la Tierra. Que la disputa por el poder no retrocederá ante el asesinato. Sabe, no obstante, algo más: que no dejará de denunciar a los que matan en nombre de su verdad. Que su palabra es capaz de enfrentar la incontinencia moral del asesinato político y de llamar a la guerra crimen institucionalizado. Sin eufemismos. Y asesino a quien la practica. Camus parte de un único axioma: la vida del hombre es sagrada. La de cada hombre. Un milagro irrepetible que solo la propia conciencia o el tiempo tienen derecho a tronchar. Quien usurpe ese derecho bajo el pretexto que fuere, se destruye a sí mismo como sujeto moral. Las sobras de ese hombre moralmente residual son las que conforman nuestro mundo; el de la política de ayer y de hoy. Un mundo de hombres partidos”, escribió en su ensayo sobre las “Huellas proféticas en el ideal de Justicia”. Camus y Kovadloff miran desde dos tiempos distintos dos pestes diferentes, pero queda claro que se trata, increíblemente, del mismo mundo. El ensayista, en una entrevista con LA GACETA, expone esa mirada.
- La actualidad de “La peste”, de Albert Camus, es sorprendente. Ahí están los altruistas y los especuladores, los desaprensivos y los abnegados, los contrabandistas y los desesperados. Y sobre todo, la reflexión de que la peste infecta el cuerpo, aunque en realidad desnuda el alma. Usted, que ha estudiado a Camus, ¿qué es lo que está viendo de esta peste?
- Si hablamos de Camus, sin duda, en estas circunstancias, debemos hablar de “La peste”. Pero tampoco podemos dejar de hacer referencia a su obra total. Esa obra total nos brinda una comprensión más profunda de lo que “La peste” representa. Camus es un hombre que descree de la posibilidad de que ética y política se reconcilien plenamente alguna vez. Pero sí cree, con profundidad, que la ética no debe cejar en su reclamo a la política para que se aproxime a la defensa y a la promoción del bien común. Ese reclamo proviene del campo de la ética a la política, para que la política se acerque al bien común y haga de él su estandarte como meta. Y aunque no es una realidad plenamente lograble, responde a la convicción que tiene Camus de que el hombre, esencialmente, consiste en lo que yo definiría en estos términos: la existencia es insistencia. En circunstancias como las actuales, con una humanidad acosada por una peste global, la existencia se ve obligada a insistir en sobrepasar la adversidad. Pero la posibilidad de que la sobrepase depende enormemente de que entienda la singularidad del desafío ante el que está.
- ¿En qué consiste esa singularidad?
- La singularidad del desafío ante el que se está guarda mucha relación con lo que decíamos de Camus. Es avanzar hacia una solidaridad global. El ideal de la solidaridad global supone que los hegemonismos serán capaces de ceder ante la evidencia de que, en el planeta, hoy en día, donde la peste impere, por más pequeño que sea el rincón donde esto suceda, toda la humanidad ve comprometido su porvenir. Es decir que no queda otro remedio que tender hacia el reconocimiento de nuestro semejante en los términos bíblicos: amar al prójimo como a uno mismo. Eso significa en este caso hacer por él lo indispensable para que yo pueda estar bien. Hacer por él lo fundamental para que su integridad garantice la mía.
- ¿Es posible afrontar ese desafío?
- Sería ingenuo, cuanto menos para mí, presumir que este desafío redundará en una victoria rotunda de la fraternidad sobre el egoísmo. Pero el hecho de que se haga evidente hoy que la salida primordial de esta crisis sólo puede ser solidaria, permite que el mundo del presente, y sobre todo el del pasado inmediato, pueda cotejar el rumbo por el que iba, hacia una creciente fragmentación, hacia una profunda desarticulación de la relación solidaria de cada uno con su prójimo; y vea que la alternativa que tiene acaso no sea plenamente realizable, pero es indispensable.
- “Yo sé a ciencia cierta que cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemne de ella”, dice uno de los personajes de la novela de Camus.
- Es muy importante entender la relación que hay entre lo que podríamos llamar el hombre apestado y el depredador. El hombre apestado somos todos, real o virtualmente. Porque aún cuando alguno de nosotros no haya contraído, al menos hasta le fecha, los síntomas de la enfermedad, somos virtualmente propensos a poder hacerlo. No sólo por una cuestión de edad, sino fundamentalmente porque estamos expuestos a una forma de convivencia riesgosa, que es la que impone la peste. Entonces el hombre apestado tiene una relación muy profunda con el hombre devastador. Este es el hombre que viene de promover el calentamiento global, es decir, la destrucción de la naturaleza en aras de su rentabilidad económica inmediata. Hoy estamos comprendiendo cuál es la relación entre devastación y depredación de la naturaleza y la peste. Porque la depredación de la naturaleza implica que la vida natural, al perder el equilibrio del cual gozaba, va trasladando hacia los escenarios donde vive el depredador muchos de los efectos patológicos que antes estaban concentrados de una manera más inocente en ella, porque en ella había lugar para la vida natural, para la vida animal, y para que incluso los virus encontraran allí su espacio propio.
- ¿Ese es, irremediablemente, un perfil de la condición humana?
- Se va haciendo evidente que, si es cierto que no podemos vivir sin productividad económica, tampoco podemos seguir viviendo en un mundo donde el consumidor ha reemplazado al ciudadano. Es decir, donde los principios de la convivencia se han visto avasallados por los principios del consumo. Todos estos elementos guardan relación con la lectura que hizo Camus de la peste como expresión de lo que fue la expansión del pensamiento nacional-socialista. El nazismo. En la novela de él, la metáfora de la peste guarda relación con el pensamiento de la extrema derecha. Ahora, estamos ante la evidencia de un extremismo patológico, que es el de una economía de mercado que en el afán de acumular no repara en su autodestrucción ni en la destrucción del prójimo. No se trata aquí de proponer un sistema alternativo. La gran pregunta es si el capitalismo puede ser mejor que sí mismo. Si es así, si puede, se verá. O no. Pero que debe intentarlo, debe hacerlo. Porque de lo contrario, su porvenir está sentenciado.
- Ya Max Weber planteaba que la humanidad, que viene pendulando del extremo de la fe al extremo de la razón, por ejemplo, de la razón capitalista, debía buscar valores razonables y razones con valores.
- Esto que señalas remite a la cuestión de saber si la instauración de estos valores puede ser el resultado de un consenso, o una posibilidad forzada por una situación trágica. Y yo me inclino por esto último. Si somos capaces de transformar en algo las modalidades de vida en que hoy estamos inscritos, será como consecuencia de los riesgos extremos de subsistencia que guarde, aún para los acumuladores de bienes, la forma en la que estamos viviendo. Y esos riesgos se ponen de manifiesto a través, hoy en día, de dos amenazas dominantes: el desequilibrio generado por el calentamiento global y la mutación permanente de la peste. Porque si esto se llama covid-19, quiere decir que puede haber un covid-20. Y un covid-21. Y un covid-22. Esta enumeración en la que escasamente se repara es toda una advertencia. Porque el hombre ha estado siempre expuesto a verse arrasado por leyes y por fuerzas naturales que prueban que, además de ser él un creador, es una criatura. Y como criatura está sujeto, no sólo es sujeto.
- Hasta finales del siglo pasado, cuando el trabajo era el gran ordenador social, había una confusión entre la esfera del “ser” y la del “hacer”. Es decir, muchas personas asumían que “eran” lo que “hacían”. Pero ahora, a propósito de esta era de la acumulación que identificás, hay una preponderancia del “tener”. El “tener” parece definir a las personas, hasta el punto patológico de que es preferible morir teniendo, que vivir sin tener.
- Con esto que decís me llevás a pensar lo siguiente: si el dinero tiene la relevancia que posee, y de hecho es así, es evidente que la nuestra es una civilización que ha privilegiado de manera unilateral la cifra. Es decir, el ciframiento. La posibilidad de inscribir en el cálculo, en la previsibilidad del cálculo, su concepto de realidad. Pues bien: viviendo en un mundo cifrado, donde la economía asume rasgos patológicos a través de la desmesura, de la promoción del consumo y de la desigualdad social, de pronto irrumpe un fenómeno que nos descoloca porque escapa al ciframiento: el virus. Pero no sólo escapa porque aún no tenemos una vacuna que lo inscribe en el campo de lo resoluble. Escapa porque, en tanto irrumpe, viene a mostrarnos que la presunta previsibilidad con la que creíamos vivir, y la capacidad de cifrarlo todo, no agotan lo real. Lo real excede al campo del discernimiento. Y en la medida en que lo excede, y no podemos incorporarlo como una variable reveladora de aquello que también somos en el sentido del “ser” del que hablábamos antes, nos desconocemos doblemente. Primero, porque la peste viene a decirnos que el espejo no nos refleja como creemos. Y segundo, porque mediante la negación de ese primera desconocimiento, incurrimos en una enajenación adicional, que es la de no aceptar la realidad tal como es. Entonces, sólo pensamos en forma triunfalista cuando todo los inscribimos en la cifra. Y en esa misma medida nos ausentamos de la posibilidad de aprender de nuestra experiencia, tal como la enseña en estos momentos lo que estamos viviendo.