1) No estamos tan mal como pensábamos. La generosa mayoría de los argentinos viene respetando al pie de la letra la consigna #QuedateEnCasa. Estábamos habilitados a conjeturar lo contrario, habida cuenta de la anomia a la que llamamos vida en sociedad. El margen de infractores se mantiene dentro de lo razonable, mucho más si se cumplía una de las tantas hipótesis que manejaba el Gobierno al comienzo de todo esto. ¿Y qué pasa si se produce la desobediencia civil? ¿Qué hacer si la gente, sencillamente, no acepta quedarse en casa? Podía suceder. Pues no. Que ayudaron las noticias llegadas de Europa y Estados Unidos, donde los muertos se cuentan de a miles, no hay dudas. Pero por encima de esa atroz estadística se nota un sentido de la responsabilidad que conviene resaltar ahora, en pleno aislamiento. Y eso que hay demasiada gente que hace malabares para parar la olla y sabemos que pronto se les acabarán los trucos.
2) Los jubilados existen. El viernes negro fue la Cancha Rayada del Gobierno en lo que va de la cuarentena. Rosario de errores que desató la ira presidencial, tardía e inservible. Es como enojarse después de perder un partido por goleada. Mejor planificar la táctica antes, ¿no? Moraleja 1: el Banco Central quedó en off-side por varios metros, cuidado con este frente interno. Moraleja 2: de tan cercano, el de La Bancaria fue un abrazo de oso. A veces los aliados son más peligrosos que el equipo rival. Mientras tanto, esta es -si cabe rotularla de ese modo- la buena noticia: gran parte de la sociedad descubrió que, para los jubilados, cobrar es un calvario. Lo que sucedió el viernes negro es lo que los jubilados vienen soportando desde hace años, sólo que a muy pocos (para ser piadosos y no decir “nadie”) se les ocurría escandalizarse.
3) La corrupción es inmune a todo. Hasta fue capaz de superar la prueba de la pandemia, lo que no es sencillo. Comprar y vender con sobreprecios, práctica que se remonta a asirios y caldeos, es un ejercicio que nuestros Estados (nacional, provinciales, municipales) mantienen más aceitado que el motor de un Fórmula 1. Claro, hay que animarse a conservar la rosca funcionando en medio de una crisis sanitaria. Quedó comprobado que el combo de funcionarios venales y empresarios cómplices es tan poderoso como la capacidad de contagio del coronavirus. El hecho de que se trate de comida, el más básico de los bienes en la pirámide de la supervivencia, no le mueve un pelo al corrupto. Se trata, a fin de cuentas, de mercancías. ¿O no sucedió lo mismo en Tucumán, con la polenta podrida? El Ministerio de Desarrollo Social no es para cualquiera, se trata del espejo que día a día devuelve el reflejo más dramático de la Argentina. Ahí, justamente ahí, no se puede fallar.
4) No existen las treguas. Entendida como el arte de lo posible, así, a secas, la política se despoja de los límites para habilitar el vale todo. Por supuesto que hay dirigentes enfocados a pescar en el río de la pandemia. La cuestión es sacar una tajadita del pastel, aún cuando el contexto recomienda prudencia, respaldo y, cuando sean necesarias, críticas constructivas. No es el camino elegido, por ejemplo, por Patricia Bullrich, Marcos Peña o José Luis Espert, abocados a construir capital electoral mientras el cuerpo social se enfoca en cuidar la salud. Moraleja 1: que Horacio Rodríguez Larreta y su equipo -al que se incorporó ad honorem María Eugenia Vidal- estén enfocados en el trabajo cuesta arriba refuerza el “teorema de Baglini”. La lejanía del poder da para todo. Moraleja 2: discursos del odio, como los de Darío Lopérfido y Alfredo Casero, provocan mucho más que vergüenza ajena. ¿Hasta cuándo?
5) La Legislatura es la dimensión desconocida. Se terminaron los calificativos y, tratándose de periodismo, donde los hechos necesitan olores, colores y sabores para llegar mejor al lector, es un crimen de lesa redacción. Pero tratándose de un Poder del Estado que sumó todos los factores de desprestigio imaginables la conclusión es fulminante. La Legislatura tucumana viaja más allá de la imaginación porque genera leyes, algunas muy valiosas, pero a la vez da lugar a las más extrañas y escandalosas situaciones, hasta llegar a un punto en que las valijas llenas de dinero y los barbijos conviven en el mismo limbo. Como en toda dimensión desconocida, nada sorprende.
6) Los imbéciles nos rodean, pero no son mayoría. ¿Cómo funciona la mente de quien amenaza a un trabajador de la salud con un anónimo en el espejo del ascensor? Además de ser un miserable es un cobarde, y de esos se detectaron varios durante esa semana. “Habla el boludo”, informó la placa de Crónica TV cuando el “surfer” se aprestaba a brindar una entrevista. Esta clase de anomalías sociales viene recibiendo un gran despliegue informativo. Pero son eso: anomalías, y lo que conviene es detectarlas y contenerlas a tiempo. Como al coronavirus.
7) Los funerales en Ghana son de lo más divertidos. Como todo meme, con la repetición fue perdiendo la gracia. Pero sin duda está en el top 3 de la otra pandemia, la 2.0.
8) No es salud vs. economía... Por más que se intente estructurar la opinión pública desde esa falsa dicotomía. Primero la salud, por supuesto. Pero desde la semana próxima, aún a expensas del mantenimiento de la cuarentena, varias actividades empezarán a moverse. Hasta aquí el Gobierno navegó implementando una batería de medidas propias de la urgencia. Da la sensación de que llevamos una vida aislados, cuando en realidad pasó apenas un puñado de días. Mucho de esto lo veremos con la perspectiva del tiempo, pero mientras tanto el estómago no reclama análisis sociológicos, sino calorías. No vienen épocas fáciles, mal podríamos abordarlas atrincherados en la defensa de nuestras quintitas. El esfuerzo deberá ser colectivo y varios intereses seguramente se verán tocados. Mucho cuidado con esto.
9) Estamos en el medio del zafarrancho. En los países más ricos faltan féretros para enterrar tantas víctimas de la pandemia. En Nueva York, la capital del mundo, el sistema de salud implosionó. Ni hablemos de España e Italia. Aflojar la cuarentena, darle la espalda al aislamiento, olvidarnos de la distancia que debemos mantener, es una invitación al caos. El primer mundo sufre. Si nos toca transitar esa clase de escenario -seamos realistas- que no sea por culpa nuestra.