Sebastián Gómez está sentado en la vereda de su casa, en el barrio La Costanera, y no sabe qué hacer. “Soy vendedor ambulante y voy todos los días al centro con el bolsito para vender repasadores y medias, pero con la cuarentena no puedo salir a trabajar, no sé qué hacer”, cuenta el joven de 21 años, tatuaje del Gauchito Gil en un hombro, la gorra con la visera para atrás, los dedos alrededor de un cigarrillo empezado que le acaba de convidar un vecino.

“Cuando trabajo camino todo el día vendiendo y si me va bien puedo sacar $ 300 ó $ 400. Con eso tengo para comer con mi novia. Ella está desocupada, la despidieron de la casa donde limpiaba el año pasado y desde entonces no consigue nada”, relata.

Explica que trataba de ahorrar un poco de plata de lo que ganaba en la venta y cada 10 días, más o menos, le alcanzaba lo suficiente para poder comprar más mercadería.

“Ahora en cinco días de cuarentena ya gasté todo lo que tenía para comer. No sé qué hacer”, se queja angustiado. En la calle, frente a él, un grupo de niños juega a la pelota haciendo “jueguitos”.

Sebastián forma parte de las 53.685 personas bajo la línea de indigencia en la provincia, según el informe técnico “Incidencia de la pobreza y la indigencia en 31 aglomerados urbanos” del primer semestre de 2019 elaborado por el Indec. Comprende el 6% de la población medida, 893.336 habitantes del aglomerado Gran Tucumán-Tafí Viejo. Es decir que sus ingresos no alcanzaron para superar la canasta básica alimentaria, que de acuerdo a la medición de febrero de la Dirección de Estadísticas de la Provincia, fue de $ 14.662,26.

“Nunca pensé en cuánto dinero junto al mes, pero supongo que andará por $ 8.000. Alguna vez juntaré más si además hago changas, pero está frenadísimo todo”, sigue. Los meses que él y su novia puedan reunir más dinero, ellos ingresarán dentro de los 360.687 personas bajo la línea de la pobreza en Tucumán (o el 40,4% de la población medida), según el mismo informe del Indec. Es decir, personas que reúnen menos de $ 34.749,55 al mes: serán personas pobres, pero ya no pobres-indigentes. Los datos del segundo semestre del año pasado se informarán en las próximas semanas.

Temor

“Me gustaría que no siga así la situación, me siento muy mal. No quiero que le pase nada a mi familia, porque ahora no se puede trabajar en el centro. Me gustaría ayudar a mucha gente y que me ayuden. Tengo sobrinos chicos; mi papá en silla de ruedas y mi mamá, que son grandes. Quiero que si Dios y la Virgen quieren no se enferme nadie, ni de esto ni de dengue. Y que no pasemos más hambre”, sigue Sebatián.

Escuchó el anuncio del pago de $ 10.000 para trabajadores informales y monotributistas de categorías A y B. “No sé si podré cobrar ese dinero, ojalá. Pero antes necesito conseguir plata para pagarle al prestamista. Le debo como $ 3.000 que saqué para ayudarla a mi mamá con un arreglo del techo de su casa y he dejado el DNI en garantía”, cuenta. El pago del subsidio de emergencia de la Nación está anunciado para mediados de abril.

Como hace varios meses le cortaron la luz, Sebastián comparte el servicio con algunos vecinos, pasando cables precariamente a través de las casas. La línea de agua también es compartida, una manguera que cruza el pasillo hasta llegar a su casa: una casilla pequeña, una habitación de aproximadamente tres por cuatro metros. Una tela suspendida con un hilo separa su cama de una mesa y un anafe.

“Ahora me lavo las manos todo el tiempo, pero me asusto cuando veo en la tele gente con barbijos”, sigue. “Los barbijos y guantes son cosas que si hacen falta que tengamos, no podré comprar. Lo mismo con el alcohol en gel. Con lo que me quedaba compré lavandina para limpiar todo lo que se pueda hasta saber cómo seguimos”.