Matilde Santillán tiene 82 años y a primera vista aparecen las cicatrices de cansancio en el rostro y los hombros caídos. Son las cinco de la tarde y desde hace 10 horas aguarda de pie junto a su nieta Carmen, de 20. Esperan en la larga fila que cientos de personas han formado para ingresar al Megacentro Gómez Pardo de la avenida Brígido Terán al 700. A su alrededor se codean, se ríen y se quejan unos 10 compañeros de odisea que han conocido durante la mañana y lo que va de la tarde. Porque a pesar de la vigencia del aislamiento social, casi nadie aquí ha interiorizado la prevención obligatoria.
“Mi abuela no se quedó en casa -explica Carmen- porque ella es la que sabe hacer las compras. Yo no sé mirar los precios, ella recién me está enseñando cómo comprar”. Y Matilde asiente y cuenta que a la casa la maneja ella y que la única vez que mandó a Carmen sola al supermercado agarró cualquier cosa y gastó un montón de plata.
Matilde y Carmen son sólo dos personas del montón ya ordenado que al atardecer sigue las instrucciones de policías y gendarmes. A ellas les falta una cuadra para por fin cruzar el portón que custodian tres agentes provinciales con guantes de latex y barbijos. Matilde no es la única anciana entre la mayoría de mujeres jóvenes, algunas con niños, y los pocos hombres a los que la voz que amplifica el altoparlante les pide realizar sus compras en orden y el menor tiempo posible.
Concurrencia masiva
Más temprano, alrededor del mediodía, hubo un momento de confusión: mientras unos trataban de adelantarse en una fila de varias cuadras, otros intentaban mantener su lugar, y al final unos y otros se agolparon frente a la entrada. Entonces el centro de compras cerró durante cerca de dos horas y la policía acudió para desalentar la violencia y ordenar la aglomeración.
Una vez instalado el operativo en la avenida Terán, el jefe de la Policía provincial, Manuel Bernachi, les pidió a los tucumanos que se tranquilizaran y que no asistieran en masa a los supermercados. “Esos centros de compras permanecerán abiertos y se les permitirá abrir las puertas en horario habitual -confirmó-. Los tucumanos deben entender que no habrá desabastecimiento porque la cadena de distribución está asegurada”.
Además, Bernachi alentó a la gente a comprar en los comercios de cercanía, como definió el presidente a los almacenes de los barrios. Sin embargo, más tarde, en la larga fila, Maximiliano Naranjo, de 25 años, alega que en el supermercado los precios son más bajos: “yo tengo un minisuper cerca de mi casa, pero si voy ahí traigo 10 cosas, y si vengo acá capaz que llevo 15. Quisiera quedarme en mi casa, pero tengo que ahorrar porque ahora no puedo trabajar y si yo no trabajo, no como. Yo vivo el día a día”.
Tarjeta Alimentar
Un rato antes, Rafael Gómez Pardo, propietario de la cadena de supermercados que lleva su apellido, lamentaba la situación: “depositaron los fondos para la Tarjeta Alimentar y todos salieron desesperados a comprar. Le pido a la gente que tenga conciencia. Son muchos los canales por los que se pueden informar sobre las medidas que hay que tener en cuenta para prevenir una expansión del Covid-19”.
De hecho, en la vereda de espera, Carmen revela que muchos de sus compañeros de fila son beneficiarios de la Tarjeta Alimentar. “Sabemos que está el virus y a nadie le gustaría morirse, pero con lo que ha dicho el Presidente ayer ha traumado a toda la gente -transmite, se altera, advierte-. Estamos acá para poder comprar el alimento y después encerrarnos en la casa”.
Según detallará más tarde el ministro de Seguridad provincial, Claudio Maley, las fuerzas a su mando ordenan el tráfico de personas y las dejan entrar en grupos de a 20: primero ingresan 20 que pagarán con efectivo y, una vez que estas salen, otras 20 que llevan tarjeta.
Mientras tanto, Carmen y otras mujeres denuncian maltrato por parte de los policías. “Nos amenazaron con que nos iban a quitar a nuestros hijos si no los llevábamos a casa. A mí me han dicho eso y mi prima se ha tenido que ir con los chicos. ¿Cómo no voy a traerlos si no tengo con quién dejarlos?”, protesta.
“Dios me protege”
Y Maximiliano admite: “obviamente sí me da miedo que haya coronavirus en la fila, uno no quiere que el país sufra lo que han sufrido otros países. Pero lamentablemente tenemos que venir a hacer la cola aquí porque nadie te va a llevar los alimentos a la casa”. Para él los próximos días serán larguísimos: trabaja en la construcción, desde ayer ha dejado de cobrar y no cree que la cuarentena total concluya el 31 de marzo. “Va a durar más y yo no tengo quién me dé un plan, quién me dé una Tarjeta Alimentar, quién me dé eso a lo que le dicen home office. Yo no me voy a morir del virus, me voy a morir de hambre. Eso es lo que va a pasar”, grita, predice, se enoja y se resigna.
Cerca suyo, Carmen y las otras mujeres jóvenes que están allí se quejan porque no hay prioridad para adultos mayores, embarazadas y discapacitados. “Por el Facebook, por la tele, por todos lados circula que el coronavirus afecta a la gente más grande -recuerda Carmen-. Mi abuela tiene 82 años y no tiene por qué esperar bajo los rayos del sol durante 10 horas. Nadie tiene consideración: cuando les dijimos a los policías que ella no daba más y la quisieron hacer pasar, el resto de la gente empezó a gritar y a protestar”.
Pero Matilde mira a su nieta y sonríe. Aunque cansada y algo aburrida, no está fastidiada por la espera ni asustada por la posible circulación del virus. “A mí me dicen -cuenta, se ríe, se sonroja-: ‘ay, usted debe estar con mido’. Pero no. A mí Dios me protege. Después de comprar voy a obedecer las órdenes del Presidente, por supuesto, pero al final Él es el único que me protege”.