Por J.M.Taverna Irigoyen

Para LA GACETA - SANTA FE

Siempre compartiendo el plano familiar, Norah Borges viajó niña a Suiza, bajo el intento de una terapia para la incipiente ceguera de su padre. Los años europeos comenzaron en Ginebra (donde inició sus clases de pintura, dibujo y fotografía) y continuaron en Nimes, Francia, y en Barcelona y Sevilla. En 1921, casi una década después, regresan todos a Buenos Aires y allí se abre para los dos hermanos un despertar que venía preanunciándose. Las semillas caídas en diálogos y colaboraciones con grupos literarios y pequeños cenáculos artísticos, comienzan a brotar. La conexión con el grupo Florida, alimentado por vanguardias, la investigación sobre los órdenes del imperante ultraísmo y los primeros pedidos de ilustraciones de revistas y libros, van conformado su personalidad. Así, Norah ilustra los primeros libros de su hermano: Cuaderno San Martin, Luna de enfrente, Fervor de Buenos Aires, tanto como los de escritores de la talla de Silvina Ocampo: Autobiografía de Irene y Las invitadas.

La vida y la obra van tomando su cauce definitivo. En 1928 se casa con el escritor y crítico español Guillermo de Torre y entra con decisión a la pintura, registrando desde el comienzo un tono original que algunos califican erróneamente como naif. Es la época de Amigos del Arte, donde realiza alguna muestra y la de otra faceta inesperada: la crítica de arte, que ejerce bajo el seudónimo de Rafael Pinedo.

Dibuja con extrema sutileza. Y acuarelas y misterios collages salen de sus manos como una directa manifestación de la gracia. ¿Qué pinta Norah Borges? Patios, balcones con balaustradas, niñas con instrumentos musicales en manos. Retratos de musas indefinidas. Son tostros redondos, con ojos grandes y rasgos y miradas detenidas en el tiempo. ¿Acaso ángeles? Acaso. Porque cierta mística aparece en primer plano y en trasfondos de sus pinturas. Desde aquélla excepcional Virgen de los Desamparados, una de las obras de mayor tamaño que plasmara, patrimonio del Museo Provincial Rosa Gaslisteo de Santa Fe, gracias a la donación del coleccionista Luis León de los Santos. Hasta la decoración mural de varias iglesias de Buenos Aires con temas religiosos.

Ilustra para los poetas –Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez- y los poetas escriben libros sobre ella: Ramón Gómez de la Serna, Alcides Gubellini. Y como la ternura la santigua diariamente, organiza sus muestras para niños, que constituyen toda una revelación en el mundillo porteño.

Una celebratoria retrospectiva

Las salas del Museo Nacional de Bellas Artes exhiben en estos días una gran retrospectiva de la artista concretada bajo el rigor curatorial de Sergio Baur. Es un homenaje tan justo como tardío, que reúne cerca de 200 obras, fotografías, textos, revistas y otros testimonios más de similar interés. En esas salas está Norah Borges de pie. Abrazando a sus musas., Dando al magnífico conjunto la vibración interna necesaria para avalar toda una concepción artística.

Y es más que oportuna esta megamuestra, ya que, a más de revalorizar a una artista de altos méritos, contribuye asimismo a redescubrirla y reubicarla en el momento histórico de un sutil entretejido de nacientes vanguardia en el país. Allí donde estuvo como una protagonista más Norah, la dulce hermana de Jorge Luis.

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J. M. Taverna Irigoyen - Crítico e historiador del arte. Miembro y ex presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes.