Por César Chelala

PARA LA GACETA - NUEVA YORK

Los recuerdos más tempranos que tengo del país de mi padre es su permanente comentario de cuán bellas eran las cosas en el Líbano. Las manzanas eran más grandes, las naranjas más sabrosas, los tomates más ricos. El cariño por su país se manifestaba a cada momento. Recuerdo también cuando en algunas ocasiones lo acompañaba a desayunar con sus amigos y veía cómo se deleitaban comiendo combinaciones exóticas para mí, como eran frutas frescas con distintos tipos de quesos. Sólo de grande pude apreciar cuán sabrosas eran esas raras mezclas.

Durante esos desayunos me era imposible seguir sus conversaciones ya que siempre discutían sobre los últimos acontecimientos políticos en su país natal, que seguían con avidez. Hoy, que vivo en Nueva York, a miles de kilómetros de Argentina, mantengo su ejemplo, y sigo de cerca los acontecimientos políticos de mi país natal.

En ese sentido, los libaneses son ciudadanos ejemplares. Aunque se adaptan a su nuevo país, nunca pierden el contacto afectivo con la tierra donde nacieron. Esa adaptación fue recalcada por el presidente libanés Camille Chamoun, cuando en 1954 realizó una visita a la Argentina. Se entrevistó con el entonces presidente Juan Domingo Perón, y éste le comentó con orgullo cómo se podían encontrar libaneses vestidos de gaucho en los rincones más lejanos del país.

Libaneses en el mundo

Una muestra de la integración total de los libaneses a los países a los que emigran, lo demuestra algo que me ocurrió durante una misión para las Naciones Unidas que llevé a cabo en Guinea Ecuatorial en la década de 1990. Cuando una colega se enteró que yo era de origen libanés me dijo un día: “Este domingo te voy a dar una sorpresa, apróntate para un viaje al interior”.

Llegado el día, salimos en su auto hacia una pequeña villa localizada a tres horas de la capital de Malabo a través de un sinuoso –y peligroso- camino de montaña. Llegamos a un pequeño pueblo y nos dirigimos a un restaurante que, a esa hora, estaba casi vacío. Nos atendió un hombre de edad mediana, con obvios rasgos orientales, quien se abrazó con mi amiga. “Nabil -le dijo ella- acá te traigo alguien que no te imaginas. Este señor es un médico argentino que está de visita en una misión para las Naciones Unidas y es hijo de un libanés”. Nabil, que era libanés, me miró con unos ojos enormes de asombro y nos estrechamos en un fuerte abrazo.

“Desde que me instalé aquí hace cinco años no vi a ningún libanés que llegara hasta este lugar”, dijo emocionado. “¿Cómo te llamas?”. Cuando le dije mi nombre casi se desmaya de la sorpresa. “¿Estás relacionado con la familia del pueblo Beit Chelala?” me preguntó. “Por supuesto -le contesté- somos la misma familia”. “Qué casualidad -me dijo- yo solía pasar con frecuencia por ese pueblo cuando vivía en el Líbano”. Inmediatamente se estableció un fuerte lazo de afecto entre nosotros. “Esperen -nos dijo- les traeré algo para picar” y desapareció tras una cortina.

Pasó un rato largo y nuestro amigo Nabil no regresaba y nosotros estábamos con mucho apetito después del viaje. Ya comenzamos a inquietarnos y a preguntarnos qué pasaba, cuando vimos aparecer a Nabil desde la cocina con una enorme bandeja en la que había diversos platos: pan árabe, hummus, babaganoush, mjandara y pickles. Yo estaba en el quinto cielo de puro contento, ya que hacía varias semanas que estaba en Guinea Ecuatorial y no había comido ninguna de esas comidas que forman parte de mi dieta cotidiana. Nos deleitamos con mi colega con la comida, y luego de estrecharnos con Nabil en un fuerte abrazo regresamos a la capital. Ese día había ganado un nuevo amigo.

Otro incidente curioso me ocurrió hace unos años en Nueva York. Estaba de visita en la galería de arte de mi amigo Sundaram Tagore, bisnieto del famoso poeta indio que ganara el Premio Nobel de Literatura en 1913. Bromeaba con él sobre el origen de nuestras familias y entonces le mencioné que la mía vivía en el pueblo llamado Beit Chelala, en el Líbano. Un hombre de alrededor de 50 años que se encontraba en la galería me preguntó: “¿Perdón, Ud dijo Beit Chelala?”. “Sí -le contesté- ¿por qué?” Me miró a los ojos con una sonrisa y me dijo: “Porque mi nombre es Edward Shalala (como frecuentemente se deletrea nuestro nombre en inglés) y toda mi familia viene de allí”. Comenzamos a hablar y descubrimos que nuestros abuelos eran primos hermanos y allí nació una gran amistad que aún perdura. Edward es un destacado artista plástico en Nueva York.

El Líbano y la Argentina

El Líbano y la Argentina tienen ahora relaciones diplomáticas importantes, relacionadas con la historia de la inmigración libanesa hacia este último destino. Argentina tiene hoy la segunda comunidad libanesa más importante de América Latina, sólo superada por Brasil.

Una muestra de la contribución libanesa a la cultura de nuestro país es la fundación en Tucumán del Ateneo Cultural Gibran Khalil Gibrán, llevada a cabo mediante el esfuerzo personal de tres amigos: mi padre, César Assad Chelala, el profesor Manuel Serrano Pérez y el notable filósofo tucumano Víctor Massuh. Aunque han pasado muchas décadas desde que el Ateneo cesó con sus actividades, los intelectuales tucumanos todavía recuerdan con nostalgia las conferencias que los más destacados representantes de la cultura mundial dieron en Tucumán, y que fueron auspiciadas por el Ateneo.

Por allí desfilaron, entre muchos otros, el gran escritor Ernesto Sábato; Claudio Sánchez Albornoz, el que fuera presidente de la República de España y estaba en el exilio; el escritor Ezequiel Martínez Estrada; el Premio Nobel guatemalteco Miguel Angel Asturias; Jesualdo Sosa, el gran maestro, escritor y pedagogo uruguayo; entre muchos otros intelectuales de gran prestigio internacional.

¿Qué tiene el Líbano, su historia y su cultura que mantiene la devoción y el interés de quienes allí nacieron y quieren perpetuar su cultura en todos los lugares donde viven?

Sin ninguna duda, su historia milenaria, la belleza de sus paisajes, y el aporte de sus artistas, médicos, escritores, arquitectos y comerciantes, quienes han jugado un papel importante en la creación de una cultura y una personalidad única en el Medio Oriente. Para mí, no sólo es todo ello sino también el lugar donde nació mi padre, una fuente de orgullo como es este verdadero país de ensueño.

(c) LA GACETA

César Chelala - Médico, periodista y escritor tucumano residente en Nueva York desde 1971. Es co-ganador del Overseas Press of America, uno de los premios de periodismo más importantes de los Estados Unidos por artículos publicados en The New York Times. En Tucumán recibió el Cedro de Oro del Líbano.