Una cuadrilla de techadores “repajó” la cubierta tradicional del Museo Jesuítico de La Banda justo a tiempo para la llegada de la temporada alta… y de las precipitaciones estivales. Este trabajo artesanal rejuveneció el establecimiento tricentenario: es una obra muy concreta, pero fundamental para la preservación del patrimonio material e inmaterial de la Compañía de Jesús. La iniciativa fue llevada adelante por la administración del ex intendente tafinisto y hoy legislador oficialista Jorge Yapura Astorga, y requirió una inversión de $ 2,9 millones, según él mismo refirió. La paja anterior estaba destruida y ponía en riesgo más de lo evidente. Con esta refacción, el complejo puede esperar a salvo la aprobación del proyecto ambicioso que procura restituir a la riqueza jesuítica el papel protagónico que tuvo en Tafí (se informa por separado).
El techo nuevo brilla. Trigueña a la luz del sol y ocre en la sombra, la paja regala calidez y nobleza al mismo tiempo. Es “la escenografía” del verano en los Valles: nada pareciera ser más típico que esos colores y texturas que coronan los muros gruesos de adobe. La presencia magnética del amarillo revela las aspiraciones estéticas elevadas de la Compañía de Jesús: ¡hay tanto que aprender de esa institución echada injustamente! Pero más allá de las apariencias, está la función que el techo protectora desempeña. “Antes llovía más adentro que afuera”, dicen los lugareños y, con una semisonrisa discreta, lo confirma la guía Celia Centeno. “Era urgente. Había que cambiar la paja sí o sí”, informa sin vueltas.
No fue fácil conseguir el permiso para hacer esta “cirugía de vida o muerte”. Yapura Astorga comentó en un diálogo telefónico que la Comisión Nacional de Monumentos que preside Teresa de Anchorena controló la intervención. “Hicimos todo con mano de obra de Tafí y fondos de la Municipalidad, y el arquitecto Osvaldo Merlini nos asesoró. Incluso hubo que ir a arrancar la paja al cerro”, relató.
La chapa avanza
Hay que entrar y salir varias veces de las salas beneficiadas por la obra para comprobar su prestancia y prolijidad. Merlini precisa que se trata de una artesanía en sí misma y de una demostración de los saberes de los pocos techadores que quedan en los Valles. “Es un cambio importante respecto de lo que había. En La Banda trabajó gente oriunda de San José de Chasquivil: uno de los artesanos estaba jubilado. Son especialistas en este procedimiento y quedan muy pocos”, dijo.
En total, la labor comprendió cuatro recintos y consistió en la reconstrucción de las partes que estaban muy dañadas. La paja tiene una vida útil acotada debido al clima violento de los Valles y, para bien, hay que reemplazarla cada ocho o 10 años. “El techo anterior del Museo Jesuítico tenía 30 o 40 años”, calcula Merlini. Esa estimación implica que databa del tiempo en el que el casco de la estancia pasó a manos del Estado. Después, faltó el mantenimiento: de esa indiferencia proviene el estado de deterioro terminal que exhibía en 2019.
“A la paja la sacan del cerro a media altura y la bajan en mula: es muy laborioso, además de que hay una época para cortarla”, precisa Merlini. Y añade que luego la aprietan con tiras de cuero hasta formar colchones de 15 a 18 cm de espesor. Este material, sumado a la madera de alisos y de pinos, y a la caña, da por resultado una caída muy suave y, a la vez, firme.
“Es un techo complejo: de estos hice varios y hoy ya son una rareza. Creo que fue un logro hacerlo. Ahora hay que cuidarlo”, advierte el arquitecto. La realidad es que, por las dificultades que entrañan un techado de esta clase, los dueños de las casas contemporáneas prefieren usar chapas. “Es lo que hizo Otto Paz, cuya vivienda era un paradigma”, relata Merlini. Todo indica que, muy posiblemente y con el tiempo, sólo queden pocos ejemplares de los techos de paja que eran lo más común de “este mundo”. Por fortuna, el Museo Jesuítico de La Banda ya tiene asegurado un lugar en ese club tan exclusivo.