A diferencia de la mayoría de las disciplinas deportivas, el rugby tiene la ventaja de admitir una amplia variedad de perfiles y habilidades. La complejidad del juego le asigna una función específica y un valor equivalente al que corre rápido, al que sabe pensar, al gordito que en el fútbol está condenado a ir siempre al arco, al que motiva a sus compañeros, etcétera. Esa amplitud receptiva -que se manifiesta con mayor esplendor en el rugby infantil, enfocado en la diversión y el aprendizaje más que en la competencia- le ha permitido ser uno de los deportes de mayor crecimiento en cantidad de practicantes durante la última década en el país. A nivel país, hay un 54% más de jugadores fichados que en 2009. Contando infantiles y juveniles, el número ronda hoy los 130.000 en la Argentina.
Sin embargo, para ser verdaderamente inclusivo, el rugby ha tenido que ir resolviendo algunas paradojas por el camino. Lo que alguna vez fue un deporte reservado a los hombres por ser demasiado brusco, hoy tiene más de 6.000 jugadoras fichadas en todo el país, de las cuales cerca de 400 se reparten en clubes tucumanos. Y lo que hasta no hace mucho era tachado como una actividad elitista, hoy aflora hasta en los barrios más humildes de la capital (por caso, “La Bombilla”) y se reproduce con asombrosa rapidez en el interior, habiendo colonizado al día de hoy prácticamente todos los departamentos de la provincia. Es lo que se conoce como “rugby emergente”.
Así y todo, faltaba abrir otro frente: uno para las personas con discapacidad. Fue así que nació el Mixed Ability Rugby, una versión adaptada del deporte para personas con discapacidad intelectual. La modalidad llegó a Argentina en 2011 de la mano de Daniel Fernández, un ex jugador que decidió formar un equipo inclusivo de rugby en Buenos Aires para darle un espacio propio a su hijo, quien padece síndrome de Down. Cinco años después, Fernández formó Pumpas XV, el seleccionado argentino de Mixed Ability Rugby, hoy oficialmente reconocido por la Unión Argentina (UAR) y campeón del último Mundial de la especialidad, que tuvo lugar en España hace dos años.
La iniciativa se fue propagando por el país (ya hay alrededor de una decena en diferentes provincias y algunos más de hockey inclusivo) y este año llegó a Tucumán de la mano de Cardenales, el mismo club que hace 10 años le había abierto las puertas al rugby femenino. Aunque ya había chicos con dificultades intelectuales en divisiones inferiores de algunos clubes, por primera vez se formó un equipo para ellos, donde pudieran sentirse contenidos por especialistas en el área de educación especial y por sus “habilitadores”, personas que los chicos conocen (pueden ser familiares o amigos) y que los acompañan en el juego y en los entrenamientos. El inmediato éxito de la propuesta -que además es gratuita- demostró cuán necesaria resultaba: en pocos meses, Cardenales Inclusivo pasó de un grupo inicial de 15 jugadores (entre varones y mujeres) a un plantel de 45.
El cierre de año incluyó la visita de Pumpas XV a Tucumán y la propuesta de sumar jugadores de Tucumán a la delegación que en 2020 viajará a Irlanda para defender el título mundial.
“Se viven emociones muy fuertes. Es difícil poner en palabras la experiencia de compartir con los chicos, sea un entrenamiento, un desayuno o simplemente un momento. Invito a que otras personas se sumen el año que viene para que vean, para que lo sientan y acompañen desde donde puedan”, extiende la mano Alejandro Rodríguez, maestro en educación especial y uno de los entrenadores que lleva adelante el proyecto inclusivo de los “purpurados”.