Para nadie es un secreto que, en la historia argentina de tiempos de la independencia y de las guerras civiles, abundaron los militares de toda graduación dotados de un coraje más que notorio. Algunos son bastante conocidos. Otros no tanto, sin perjuicio de que poblaciones, calles o escuelas lleven sus nombres.

Es el caso del coronel Juan Pascual Pringles. El retrato más antiguo que de él se conserva, obra de Antonio Contucci, se pintó más de cinco décadas después de su muerte, de modo que hay que descartar que se lo tomase del natural. Muestra a un hombre apuesto, de abundante cabellera oscura, bigote fino, pómulos salientes y semisonrisa, enfundado en un uniforme con varias condecoraciones en el pecho. Contrasta la efigie con la versión de contemporáneos, quienes lo describían como algo grueso y más bien bajo.

En la milicia

Juan Pascual Pringles era puntano. Nació en 1795 en San Luis, posiblemente en el paraje de Los Tapiales, hijo del comerciante mendocino Gabriel Pringles y de doña Andrea Tomasa de Sosa. En la adolescencia residió en Mendoza, donde trabajó como dependiente de tienda y en algún momento se encargó de transportar tropas de mulas. A los 20 años ingresó en la carrera militar, como alférez del Regimiento de Milicias de la Caballería de San Luis.

Ya empezó a destacarse en 1819, cuando los prisioneros realistas se alzaron en armas contra el gobernador de San Luis, Vicente Dupuy. Su actuación en esas jornadas le valió una condecoración del gobierno central, por la eficacia y celeridad con que sometió a los alzados.

Chancay

Ese año se incorporó, ya ascendido a teniente, al Regimiento de Granaderos a Caballo, cuya jefatura desempeñaba José de San Martín. Lo hizo en el cuartel puntano de Las Chacras, y su destino era la campaña del Perú, que por esa época preparaba el Libertador. Pasó de allí a Rancagua y en agosto de 1820 partía de Valparaíso con la escuadra patriota.

Desembarcaron en Paracas y luego en Huacho. El 27 de noviembre, el teniente Pringles, con una veintena de granaderos, se enfrentó con fuerzas muy superiores en número, en ls playa de Pescadores, en Chancay, frente al océano. Acorralado por varios soldados y mientras repartía sablazos, Pringles vio en peligro su vida y tomó una decisión suprema. Para no ser capturado, espoleó su caballo y se lanzó al Oceáno Pacífico, lo que significaba una muerte segura.

Entre las aguas

El caballeresco coronel realista Gerónimo Valdez, viendo que el jinete no podía dominar el caballo encabritado entre el oleaje, le gritó desde la orilla: “¡Ríndase usted, señor oficial, que la vida le garantizo! ¿Qué más quiere hacer por su honor personal y el de su ejército?” Pringles aceptó que lo sacaran de las torrentosas aguas. Los realistas lo trataron con toda consideración y lo llevaron preso a las Casas Matas de El Callao.

Meses más tarde, San Martín logró rescatarlo en un canje de cautivos. En el orden del día, expresó que Pringles había actuado con gran valor, pero con imprudencia, y que “sólo el ejemplo extraordinario de su bravura lo salvó de las leyes militares”. Se otorgó a él y a sus granaderos un escudo de paño con la leyenda bordada “Gloria a los vencedores en Chancay”.

Batallas y medallas

Vuelto al ejército de San Martín, participó Pringles en la ocupación de Lima y en el asedio de El Callao, mientras era ascendido sucesivamente a ayudante mayor y luego a capitán. San Martín le otorgó la condecoración “Benemérito de la Orden del Sol”. De allí en adelante, peleó con bravura en las demás batallas finales de la guerra de la independencia: Pasco, Torata, Moquegua, Junín (donde ayudó a salvar al gravemente herido general Mariano Necochea) y finalmente en la gran victoria de Ayacucho. Por este triunfo, recibió Medalla de Oro y el título de “Benemérito en Grado Heroico”.

Concluida la liberación, Pringles sirvió en el ejército de Bolívar y regresó al país en 1826. Pero su sable no descansaba. Se incorporó a la guerra con el Brasil y le correspondió un saliente papel para evitar que la escuadra republicana cayera prisionera de los imperiales en la Laguna Menim. En la acción de Las Palmitas, su jefe, el coronel Isidoro Suárez, expresó en el parte que Pringles “condujo su cuerpo con el mayor denuedo”.

La Liga del Interior

Pasó luego a servir en el ejército de la Liga del Interior, que mandaba el general José María Paz, jefe que en sus memorias hace reiterados elogios de Pringles. Combatió en las batallas de San Roque y de La Tablada. En esta última, su denodado comportamiento decidió a Paz a ascenderlo a coronel en el campo de batalla.

Más tarde, a las órdenes de José Videla Castillo, intervino en los conflictos cuyanos, y fue por algunas semanas gobernador de San Luis. A las órdenes de Paz tuvo brillante desempeño en la victoria de Oncativo. En el parte de acción, su jefe expresó que Juan Esteban Pedernera y Pringles tuvieron el mérito de “haber fijado la victoria en nuestras filas”.

Con el auxilio de Juan Manuel de Rosas ocupó Facundo Quiroga la localidad de Río Cuarto, luego de tres días de feroces combates en los que Pringles actuó en primera línea.

Injusta muerte

Pero finalmente no tuvo más remedio que retirarse. Tomó el camino de Mendoza y, con escasos y agotados hombres, llegó al paraje de Chañaral de las Ánimas, ya en territorio puntano. Allí lo alcanzó una partida del Tigre de los Llanos.

El historiador Juan Beverina narra que ese día, 18 de marzo de 1831, cuando lo alcanzaron las fuerzas federales, Pringles, “teniendo su caballo cansado, echó pie a tierra. A la intimación que le hizo un oficial para que se rindiese, contestó afirmativamente, pero se negó a entregar la espada diciendo que se la daría solamente al propio Quiroga. El oficial descerrajó un tiro que le atravesó el pecho y causó la muerte al valiente oficial de las guerras de la independencia”.

Según el historiador Antonio Zinny, al enterarse Quiroga de la muerte de Pringles, hizo llamar al oficial que lo había ejecutado, y le dijo: “¡Por no manchar con tu sangre el cuerpo del valiente coronel Pringles, no te hago pegar cuatro tiros sobre su cadáver! ¡Cuidado con otra vez que un rendido invoque mi nombre!”.

Valiente y humano

El general Juan Esteban Pedernera, que combatió a su lado en tantas batallas, escribió que “Pringles poseía el don de hacerse simpático, a mérito de su carácter tan modesto como amable y tan valiente como humano y generoso con sus enemigos en el campo de batalla. En política no abrigaba odios de partidos ni reconocía enemigo alguno, porque su opinión era incontrastable por los principios de libertad y justicia; y de ahí se sigue que tales condiciones le granjeaban la estimación de los pueblos que pisaba, porque celaba con rigor que la tropa que mandaba no infiriese agravio ni mal alguno a los habitantes pacíficos. En fin, era honrado y caballeresco, en toda la extensión de la palabra”.